A pesar de vivir en el siglo XXI, todavía hay personas que deben recurrir a prácticas de supervivencia ancestrales como lo son la caza y la pesca, explica el informe redactado por la periodista Camila Mateo para Ahora El Día. Tal conclusión surge de un estudio financiado por la Facultad de Bromatología de la Universidad Nacional de Entre Ríos, liderado por el antropólogo Gerardo Javier Rossini, el cual analizó la presencia de estas actividades en las estrategias que sectores populares de dos barrios de la ciudad de Gualeguaychú llevan adelante para alimentarse.
Del proyecto también participaron las profesionales Carla Molina y Valentina Flores. A partir del método cualitativo a través de más de 40 entrevistas en profundidad, lograron conocer la realidad alimentaria de estos dos barrios vulnerables, uno ubicado en la zona sur y el otro, en la zona norte.
“Nos interesó porque no es una situación que no está visibilizada, no aparece como un tema importante y en barrios periféricos tiene gran relevancia para su subsistencia. Son personas que tienen trabajos informales y que complementan su subsistencia en la caza y pesca”, apuntó Rossini.
De la investigación, pudieron distinguirse tres grupos que llevan a cabo estas prácticas de supervivencia: aquellos que recurren a la caza y la pesca para complementar su alimentación, los que además venden el excedente de comida para generar ingresos para su hogar y los que se sostienen económicamente.
Los investigadores encontraron que, mediante estas prácticas, los sectores vulnerables pueden obtener carnes de altos valores nutritivos, ya que en la mayoría de los casos el acceso a las carnicerías es nulo. De hecho, en esta línea, detectaron que en estos barrios no hay comercios que vendan carne vacuna y tampoco verdulerías ni fruterías.
“Son zonas que se llaman desiertos alimentarios, ya que son sectores donde no hay presencias de determinados alimentos, sobre todo algunos que son ricos en nutrientes. La carne de vaca está prácticamente desaparecida, se nota mucha presencia de pollo, pero a partir del consumo de alitas, carcasa y carne picada, después le sigue la carne de cerdo y la de pescado. La compra de pollo se hace en almacenes de barrio que suelen traer esos cortes, lo mismo ocurre con las pocas verduras a las cuales tienen acceso: zanahoria, cebolla y papa”, detalló el antropólogo. Y agregó: “Se trata de una dieta que no está bien equilibrada y está basada en hidratos de carbono. Es una población que para subsistir utiliza diferentes recursos, como ‘redes verticales’, es decir, ayuda de instituciones, del Municipio, de Provincia. En este sentido, pudimos detectar que había personas que tenían la Tarjeta Nutrir, que en ese momento no permitía comprar alimentos frescos, sino solo secos”, apuntó.
Además, otra de las características que se detectaron es que los almaceneros de los barrios vulnerables suelen realizar más ventas durante la tarde-noche, ya que a la mañana los chicos concurren a los comedores escolares, por lo que la comida del mediodía está cubierta.
En este entramado existen las redes horizontales donde son claves los roles de vecinos y familiares: “Muchos viven en el mismo terreno, se complementan y brindan ayuda mutua”, dijo Rossini.
A pesar de poder subsanar la falta de verduras a través de huertas, el antropólogo expresó que muy pocas personas tiene porque “lleva mucho esfuerzo, porque por ahí trabajas todo el año y la producción no es tan significativa, o porque no hay espacios. No es común que alguien tenga huerta, también hay una cosa de retroalimentación entre los patrones culturales. El gusto se construye”. En tiempo de crisis, Rossini asegura que se profundiza la necesidad de recurrir a estas prácticas de subsistencia y llama la atención de que, aún hoy, “haya gente que recurre a actividades como la caza y la pesca para su subsistencia” e incluso, puede que haya personas que antes no recurrían a estas prácticas, pero en la coyuntura actual deben hacerlo.
Deficiencia nutricional en sectores vulnerables
María de los Ángeles Chichizola es nutricionista del CAPS Juan Baggio y brindó un panorama de la situación que se vive en el consultorio, donde hay evidentes señales de mal nutrición: “Con respecto a los niños, lo que se está viendo mucho es baja talla, lo que nos habla de una desnutrición crónica, es decir en los primeros años de vida pudo haber una restricción dietoterápica; es decir, una restricción alimentaria o alguna patología adyacente que puede generar a largo plazo una baja talla. También observó que hay baja talla genética -cuando los padres son de una estatura baja-. El estado nutricional en pediatría prevalece muchísimo lo que es el sobrepeso y la obesidad, en contra parte a lo que pasaba hace años atrás que era la desnutrición”.En este contexto, las deficiencias nutricionales se centran en la falta de hierro en las infancias y en embarazadas, debido al alto consumo diario de azucares e hidratos de carbono y la falta de consumo proteico de carnes, huevos, frutas y verduras: “No todas las personas acceden a esos alimentos y eso hay que tenerlo en cuenta cuando iniciamos un acompañamiento desde el CAPS, sobre todo para reemplazar los nutrientes críticos, como el hierro, la proteína, el calcio y la vitamina B12, que es lo que se busca en estos casos de vulnerabilidad”.
Aunque a Chichizola le tocó atender a pacientes que son pescadores artesanales, las personas en el consultorio no manifiestan si se alimentan con productos de caza.
Al igual que Rossini, aseguró que las épocas de crisis complejizan mucho más el acceso de ciertos sectores a los alimentos y, sobre todo, a una buena nutrición.
Además, es importante apuntar que los vecinos y vecinas que lo necesitan, pueden recurrir a la caza y a la pesca debido a que la ciudad todavía conserva espacios rurales que se encuentran bastante próximos al ejido urbano. Esta condición hace que sea más frecuente la incursión en estas estrategias que en otras ciudades donde la posibilidad de obtener el propio alimento está mucho más limitada.