“Paradójicamente, en El sentido religioso se habla poco de Dios y mucho del hombre. Se habla mucho de sus preguntas, mucho de sus exigencias últimas”, dice Jorge Bergoglio, al valorar la obra de Giussani, fundador del movimiento católico Comunión y Liberación. Y enseguida agrega: “uno de los problemas de nuestra cultura de supermercado, de ofertas al alcance de todos, de ofertas que tranquilizan el corazón, es plantear las preguntas”.
La presentación del libro contará con la participación de tres personas, de diferentes ámbitos, que fueron invitadas a leer el texto y a contar con absoluta libertad el impacto que les provocó: el profesor de Lengua y Literatura, Gian Bustti; el abogado Augusto Pérez y el Dr. Augusto Alasino, exdiputado nacional.
La modalidad de presentación, con el aporte de lectores de orígenes diversos y sin requisito alguno de pertenencia y/o cercanía a la Iglesia, pretende poner de relieve que el libro El Sentido Religioso es para cualquier persona inquieta, que –al decir del Papa Francisco- tome en serio “su propia humanidad, sus propias preguntas”.
Un fragmento del libro: El estupor debido a la «presencia»
Suponed que nacéis, que salís del seno de vuestra madre, con la edad que tenéis en este momento, con el desarrollo y con la conciencia que tenéis ahora. ¿Cuál sería el primer sentimiento que tendríais, el primero en absoluto, es decir, el primer factor de vuestra reacción ante la realidad? Si yo abriera de par en par los ojos por primera vez en este instante, al salir del seno de mi madre, me vería dominado por el asombro y el estupor que provocarían en mí las cosas debido a su simple «presencia». Me invadiría por entero un sobresalto de estupefacción por esa presencia que expresamos en el vocabulario corriente con la palabra «cosa». ¡Las cosas! ¡Qué «cosa»! Lo que es una versión concreta y, si queréis, banal, de la palabra «ser». El ser, no como entidad abstracta, sino como algo presente, como una presencia que no hago yo, que me encuentro ahí, una presencia que se me impone.El que no cree en Dios no tiene excusa, dice san Pablo en la Carta a los Romanos, porque debe negar este fenómeno original, esta experiencia original de lo «otro»1. El niño la vive sin darse cuenta, porque todavía no es consciente del todo; pero el adulto que no la vive o que no la percibe, como hombre consciente es menos que un niño, está como atrofiado.
El asombro, la maravilla que produce esta realidad que se me impone, esta presencia con la que me topo, está en el origen del despertar de la conciencia humana.
El estupor absoluto es para la inteligencia de la realidad de Dios lo que la claridad y la distinción son para la comprensión de las ideas matemáticas. Cuando estamos privados de la capacidad de maravillarnos, resultamos sordos a lo sublime.