Las nuevas autoridades municipales de Concordia afrontan varios desafíos importantes. Entre ellos, la cuestión social. Dicho de un modo más concreto: lograr una digna y humana interacción con los concordienses más postergados. En especial, con los indigentes, a quienes les resulta casi un imposible no ya viajar a algún destino turístico o comprarse algún electrodoméstico o cambiar el celular o mirar una serie en una plataforma de streaming sino desayunar, almorzar y cenar.
Asistir sin caer en el asistencialismo ni tampoco en el clientelismo. Acompañar a quienes no pueden valerse por sí mismos, pero con la mira puesta en que pronto puedan caminar solos, sin tutores, porque si ello no ocurriera la política social habrá fracasado. Acercarse a ellos valorándolos por lo que son, procurando entenderlos en su realidad presente, aprendiendo de ellos lo que puedan enseñarnos respecto de la sobrevivencia en condiciones que desconocemos, y desde allí, ayudarlos. Son equilibrios ciento por ciento desafiantes, quizá nunca alcanzables del todo, siempre intentándolos.
Desde un plano teórico, se escucha a autoridades nacionales –y también a algunas locales- insistir con que hay que terminar con la intermediación. O sea, que la ayuda del Estado llegue de modo directo a los necesitados, sin pasar por agrupaciones, punteros ni referentes de ninguna clase, bajo la sospecha –en algunos casos fundada y en otros, no tanto- de que se quedan con una tajada, provocando un “despilfarro” de fondos públicos.
Pero, bajar esa teoría a la práctica equivale a transitar un sendero largo y sinuoso, sin espacio para los prejuicios ni para las simplificaciones hechas de miradas binarias. La realidad está llena de grises y no sólo del blanco y el negro, el bueno y el malo. “El que esté libre de culpas, que arroje la primera piedra”, le dice Jesús a quienes se aprestan a matar a la mujer adúltera… y todos se retiraron…
Es muy probable que muchos de esos “referentes” sociales que han –bien, mal o regular- canalizado la ayuda durante años, sigan siendo necesarios. Habrá que revisar su rol, quizá fijar reglas de juego nuevas, pero difícilmente se pueda prescindir de ellos.
Además, las generalizaciones son siempre injustas. Algunos seguramente cobraron algún “peaje” por esa “intermediación” y es obvio que equivocaron el camino. Deberán ser individualizados. Pero también están los que hicieron lo que pudieron -e incluso más de lo posible- para que sus vecinos tuvieran algo en el plato, mientras la mayoría de los sectores medios y altos de la sociedad nos desentendíamos del asunto o, en el mejor de los casos, les donábamos algo cada tanto. Esos referentes sociales no merecen que se los tenga por corruptos, así como así. Tampoco que se los margine sin más.
Hay un riesgo muy grande en el que incurre todo aquel que encara la misión de asistir a otros. Aún sin proponérselo y sin ser consciente de ello, puede que adopte una actitud de “superioridad moral” ante el asistido (acá llega el bueno a rescatar a los perdidos), o de superioridad en el plano del conocimiento (el que sabe enseña al que no). Son actitudes que no ayudan a ayudar ni a dejarse ayudar. Además, ni somos tan buenos ni sabemos mucho que digamos… apenas si balbuceamos algunos saberes nomás y todos estamos necesitados de los demás…
Vale la pena, al intentar comprender las claves de una adecuada relación de las autoridades del Estado con los y las referentes sociales de las barriadas más humildes, nutrirse de la mirada del jesuita Rodrigo Zarazaga, Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de California en Berkeley con post doctorado en la Universidad de Notre Dame; Licenciado en Filosofía y Teología; investigador del CONICET, Director del Centro de Investigación y Acción Social y Profesor Invitado en Georgetown University.
Junto a otros autores, Zarazaga escribió tal vez el mejor libro disponible para comprender la complejidad del conurbano bonaerense. Su título es muy sugestivo: “Conurbano Infinito. Actores políticos y sociales, entre la presencia estatal y la ilegalidad”.
El primer capítulo, escrito por el cura jesuita, desmenuza con extremo realismo la realidad de los “Punteros, el rostro del Estado frente a los pobres”. No son palabras improvisadas. Son el resultado de 120 entrevistas con punteros de carne y hueso.
Zarazaga dice cosas que, insisto, tal vez puedan resultar de ayuda, en esto de afrontar la cuestión social de la periferia concordiense, que posiblemente guarde varias similitudes con ese “conurbano infinito”.
Aquí, 8 ideas que aparecen en el texto:
1) Hay que alejarse del juicio ético que condena para, antes que nada, entender el fenómeno en su crudeza.
2) Los referentes sociales desempeñan un papel importante como agentes de contención social de sus vecinos.
3) Los punteros son figuras complejas, que puede tanto colaborar con el Estado para llegar a los pobres como obstaculizarlo para mantener poder o utilizarlo de manera ilegal.
4) Para muchos vecinos, son aliados importantes en sus estrategias de sobrevivencia.
5) Muchos de esos referentes sociales no van a las villas; son de las villas.
6) Es imprescindible ver el fenómeno en todas sus aristas, tanto positivas como negativas; simplemente porque es condición sine que non para plantear posibilidades reales de superación.
7) Condenar sin plantear alternativas superadoras es tan injusto como estéril.
8) El reto es llevar un Estado legal e imparcial a los rincones más carenciados, pero es utópico pensar que se pueda prescindir en el proceso, hasta que se alcance el adecuado desarrollo de las capacidades estatales, de los referentes sociales.
La mirada de Zarazaga, surgida –insisto- de un contacto directo con la realidad, puede ayudar a quienes gestionen las políticas sociales a evitar posicionamientos demasiado rígidos, cerrados, en apariencias justicieros pero que corren el riesgo de destruir más de lo que construyan.
Fuente: El Entre Ríos