La tasa de devaluación administrada será recortada al 1% mensual desde febrero, bajo el supuesto de que el 2% anterior se había convertido en un obstáculo para que siguiera en caída la inflación. Es un reconocimiento tácito de que el ancla cambiaria es clave para controlar los precios, así como lo fue tantas veces y con tantos otros gobiernos. Durante 2024, el peso argentino fue la moneda que más se apreció, en términos reales, en toda América Latina. Con el ajuste mensual en 1% y la inflación mensual todavía cómodamente por encima de 2%, la apreciación parece destinada a continuar.
¿Hay espacio? Al dato anecdótico de los argentinos viajando por el exterior se le suma el dato duro de que la cuenta corriente de la balanza de pagos ha entrado en terreno negativo.El blanqueo y las emisiones de deuda de las empresas cubrieron el bache en 2024, pero las reservas netas del Banco Central (BCRA) sugieren que no sobró casi nada.
Con el balance actual del BCRA, mantener los controles de capital (el cepo) parece inevitable. Las restricciones son más estrictas que las de 2023, y, aunque el discurso liberal siempre enarbola la bandera del fin del cepo, también indica que hacen falta varios miles de millones de dólares para que la medida no provoque un estrés cambiario que arruine el proceso de desinflación. Por eso estamos, una vez más, en discusiones con el FMI, a la espera de que el organismo nos arrime esos miles de millones.
¿Cuánto entusiasmo tiene el FMI por prestarnos? No mucho a nivel gerencial. La evaluación oficial que hace la gerencia del Programa de 2022es muy autocrítica: no alcanzó los objetivos y sólo se firmó para evitar consecuencias peores para Argentina (un default con impredecibles consecuencias) y para el propio Fondo (que no cobraría su mayor préstamo). La gerencia piensa que el FMI tiene demasiada exposición a Argentina (28% del total de la cartera de crédito, casi tres veces la exposición al segundo mayor deudor, Ucrania), y que no se hizo una evaluación acertada de la capacidad de repago del país.
Aunque el informe destaca los logros fiscales y monetarios a partir del cambio de gobierno, critica la política cambiaria y se autocritica por tragarse que los controles de capital serían “temporarios”. Aquí está el nudo de la cuestión: el Ministerio de Economía no quiere liberar el cepo por temor a que se disparen el tipo de cambio y la inflación, y el FMI no quiere prestar dinero para que el Ministerio (o el Banco Central) lo malgasten en la defensa de un tipo de cambio artificialmente bajo.
Sin embargo, ¿para qué otro fin podríamos querer el dinero? No es evidente que alcance con sólo mostrarlo para que levantar el cepo no traiga consecuencias sobre el nivel del tipo de cambio. Por eso mismo, tampoco es evidente que, aunque recibiéramos los miles de millones, el cepo sería levantado antes de las elecciones. El ancla cambiaria es un fetiche histórico. Mal que nos pese, ¡somos Argentina!
A la espera de un desenlace feliz para el país (¿o para el gobierno?), el mercado de bonos ha pasado de año entre celebración y celebración: el riesgo país bajó a su menor nivel desde 2019. El mercado parece descontar que habrá fondos frescos, e imagina que esos fondos mejoraránlas perspectivas de cobro de los bonos. He ahí otro temor del FMI: que otros acreedores cobren con su dinero.
Nada en el informe del FMI hace prever que la revisión del programa de 2022 venga con fondos frescos. Argentina los quiere, y el mercado los quiere, también. Pero la gerencia del Fondo parece reacia. Al final, decidirá el Directorio, por las presiones políticas que el propio Directorio critica en el informe. ¿Será un favor a Trump, “amigo” de Milei, que le hagan los otros países miembros del FMI? ¿Le sirve a Trump este favor?
El FMI deberá inventar excusas si decide prestarnos más, porque razones objetivas no hay muchas. Y nosotros deberemos hacer promesas, como las que ya hemos hecho y no hemos cumplido. Necesitamos su dinero, pero ellos no nos lo quieren dar para que lo usemos como queremos usarlo. ¿Quién aflojará antes?
Fuente: El Entre Ríos