Un virus incontrolable, casi desconocido y que afecta a toda la humanidad por igual, despierta el terror de la población mundial. Médicos, enfermeros y personas con alta exposición a este nuevo flagelo, vestidos en trajes opulentos, con barbijos y haciendo lo que está a su alcance para tratar a los enfermos. Porciones crecientes de la sociedad en cuarentena, sin poder salir de sus casas. Parece una película de ciencia ficción, ambientada en un futuro postapocalíptico. Pero no. Es nuestro día a día, puro y duro.
Estas primeras jornadas de 2020 han sido extremadamente movidas, justamente por el brote de esta pandemia, el COVID-19 o, como coloquialmente lo conocemos, coronavirus. Probablemente el o la que lee estas líneas diga: “otra vez lo mismo”, pero la idea es pensar esta problemática desde un punto de vista diferente. No soy infectólogo, ni sé sobre medicina, pero como estudioso de cuestiones internacionales, podemos extraer conclusiones muy interesantes para el futuro. ¿Cómo hacer frente a este estado de cosas?
El papel del Estado como gestor y proveedor de seguridad sanitaria es indelegable, pero se antoja insuficiente. Es insuficiente porque el mundo es tan inmenso y tan diverso, que siempre puede existir un sujeto que no acate las instrucciones de protocolo, o que no tome los recaudos necesarios para evitar que la propagación y la psicosis continúe. Poner punto final a esto, en última instancia, depende del ciudadano de a pie. Y podemos aprender mucho del coronavirus, de cara al futuro.
Desde el año 2015, la Organización de las Naciones Unidas aplica los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), un conjunto de 17 objetivos dividido en 169 metas cuantificables que deben orientar el devenir de la humanidad hasta el 2030. En última instancia, sus postulados tienen la premisa de “no dejar a nadie atrás”, estimulando un desarrollo inclusivo, profundo, duradero y sustentable en un orbe globalizado. A día de hoy, las esferas de gobierno, ONGs, empresas y cualquier tipo de institución, trabajan con los ODS como norte.
Traigo esto a colación no por capricho, sino porque da cuenta de un marco vital para entender que los problemas actuales no pueden ser resueltos con soluciones parciales. Y se vuelve increíblemente comprobable porque, aunque se aplicaron los controles más estrictos, el COVID-19 pudo viajar por todo el globo terráqueo. Los esfuerzos chinos por contenerlo no bastaron, ni van a bastar. ¿Qué tipo de enfoque resulta más apropiado? ¿Los Estados tienen el poder para enfrentar a estas amenazas?
Voy a empezar respondiendo la segunda pregunta. Los Estados TIENEN el poder para enfrentar estas coyunturas. Pero no de la manera en que a uno primero se le ocurriría. Los esfuerzos de políticas en salud pública son un medio para contener, pero no para prevenir la continua expansión de los infectados. El Estado debe intervenir a partir de la educación, pero tampoco de una manera tradicional. El Estado DEBE educar a sus ciudadanos con un enfoque global.
En el contexto de los anteriormente mencionados ODS, surgió un tipo de educación que busca formar ciudadanos globales. Busca empoderar a las personas, a través de educación cívica y sobre valores morales, para que asuman roles activos en sus vidas cotidianas y sus comunidades. El fin ulterior es contribuir a un mundo más justo, pacífico, tolerante, inclusivo, seguro y sustentable. ¿Cómo podemos contribuir desde nuestras vidas diarias para un mundo mejor?
En última instancia, supone que la acción de un individuo en Concordia puede afectar las vidas de personas en el pueblito más recóndito de África, por ejemplo. Y, finalmente, supone que la realidad que enfrentamos día a día tiene semejanzas con las del resto de las personas en el planeta, no importa su género, raza, condición social o religión. Nada se vuelve más acertado para comprender lo que está pasando con el coronavirus. Tenemos un problema global, por lo que cabe una solución con el mismo adjetivo.
Si bien es cierto que esta pandemia tiene una tasa de mortalidad muy pequeña, de un 3,4% a nivel global según la Organización Mundial de la Salud, resulta un caso de prueba ideal para los seres humanos. Tenemos la chance de reforzar nuestro espíritu colaborativo, a nivel personal, para poder realmente resolver las dificultades que tenemos por delante. El cambio climático es un tema mucho más urgente, pero la conciencia sobre las pequeñas acciones que podemos adoptar diariamente parece no ser tan vívida como con el coronavirus.
El coronavirus afecta a cualquiera y no discrimina. Podés ser rico o pobre, vivir en un país del primer o tercer mundo, que te puede tocar. Y parece ser que la conciencia y la empatía humanas empezaron a despertar de su larga siesta, entendiendo que todos podemos contribuir y tenemos poder para modificar lo que nos hace mal. Podemos exigir a las personas que tienen capacidad de decisión, o podemos tomar las riendas nosotros mismos para cambiar. ¿Será que la sabia naturaleza nos está dando un último llamado de atención?
Fuente: El Entre Ríos