Las expresiones “segundo semestre” o “brotes verdes” han devenido en los últimos años en caricaturas, a partir de la sucesión de años durante los cuales las expectativas positivas que tales frases pretendieron montar no lograron ser cumplidas.
En tiempos de abundancia de estadísticas, se ha hecho costumbre poner el foco sobre el último dato más que sobre la tendencia a la que ese último dato sólo añade un punto de observación. Con ese foco en la inmediatez, se destaca la disparada del dólar durante los últimos días, sin señalarse que, en el primer semestre de 2024, el dólar corrió muy por detrás de la inflación. O se describe el repunte en algunos indicadores de la industria de la construcción durante el mes de abril como un indicio irrefutable de que marzo representó un piso en el nivel de actividad sectorial. O se celebra la caída en el índice de inflación, ignorando que hay factores como la depreciación administrada del peso, el cepo cambiario y el retraso en la actualización de tarifas de los servicios públicos, que sugieren que queda latente una inflación futura mayor.
Aunque en los discursos se hable de proyectos a largo plazo, la tiranía de la inmediatez reclama que el éxito se mida día a día, y hace que el resultado diario sea tan importante como el de largo plazo. Quizás sea necesario avanzar de manera gradual; hacerlo así es una prerrogativa de la administración. Pero, en tal caso, es innecesario anunciar políticas de shock, o cambios inminentes en la política cambiaria, pues se corre el riesgo de que luego las promesas y los hechos se contradigan.
El 56% de los argentinos eligió en el balotaje un camino que sabía que sería áspero en el corto plazo, pero que tenía una probabilidad de éxito en el largo plazo. Intentar invertir los tiempos, para dar satisfacción inmediata a costa de comprometer el largo plazo, puede generar resultados políticos frágiles.
Por lo pronto, la intervención estatal en variables como la cotización del dólar o las tarifas sigue siendo alta, lo que genera éxitos que podrían no ser sostenibles. ¿Por qué? En primer lugar, porque no permite descubrir el precio de mercado, o el precio de equilibrio, para esas variables, y en consecuencia genera distorsiones en el consumo y la inversión. Sólo con precios en equilibrio podremos imaginar una caída de la inflación hacia valores internacionales. Sin equilibrio, nos tendremos que conformar con la mediocre satisfacción de tener una inflación mensual similar a la inflación anual de los países normales. Esta semana, el prestigioso economista Ricardo Arriazu dijo que “no hay condiciones para abrir el cepo; si lo hago, hay hiperinflación”. Es una declaración decepcionante: tras más de 6 meses, seguimos con los mismos riesgos iniciales.
En segundo lugar, porque el recelo para dar malas noticias, que es de pura naturaleza política, no evita que la gente sepa que no aumentar hoy significa que habrá un aumento mayor, o un servicio peor, en el futuro.
En tercer lugar, porque es una mala señal la intervención arbitraria en estas variables, cuando al mismo tiempo se busca promover un régimen de grandes inversiones. Lo primero que ve un inversor es que la ley dice una cosa, pero las decisiones administrativas tienen la potestad de decir otra.
¿Cuál es el beneficio de la intervención estatal en las variables? Mantener a raya el Índice de Precios al Consumidor, y a través de ese logro, sostener la popularidad presidencial. ¿Sigue la economía subordinada a las necesidades de la política?
El Ministro de Economía desmiente casi a diario que vaya a haber modificaciones en la política cambiaria, y dice que sólo serían posibles si hubiera un nuevo acuerdo con el FMI, que le aporte fondos frescos para reforzar las reservas. Visto el costo reputacional y de carrera que infligió Argentina en el FMI, es probable que ese aporte siga siendo una esperanza, más que una probabilidad cierta. Quizás haya que agregar “la guita del FMI” al catálogo de caricaturas al que ya fueron incorporados los “brotes verdes” y el bendito “segundo semestre”. ¿No sería mejor tener la decisión política para hacer las cosas como se anticipó que se harían, aunque ello acarree un costo político?
Fuente: El Entre Ríos