El viernes se conoció que la agencia de calificación Moody’s incluyó a la deuda externa de Paraguay dentro de la categoría de “grado de inversión”, en la que se congregan los créditos más seguros del planeta. Se suma así a Uruguay como los dos socios del Mercosur que pertenecen a tal categoría.
Hemos tenido gobiernos que, al inicio de sus mandatos, se pusieron como objetivo insertar al crédito de la Argentina dentro de ese selecto grupo de países que no tienen dificultades para tomar deuda cuando lo necesitan, ni obstaculizan el acceso al crédito de las empresas que, por falta de un mercado de capitales local desarrollado, necesitan capital extranjero para llevar adelante grandes proyectos de inversión.
Todos esos gobiernos fracasaron en el intento. Pueden esgrimirse múltiples motivos, pero el más recurrente fue, a la vez, el más evidente: ninguno pudo conseguir superávit fiscal durante un período prolongado. Gastar más pesos que los que ingresan es una receta bastante sencilla para volverse insolvente. El segundo motivo, menos evidente, pero igualmente importante, provino de las repetidas caídas en déficit de cuenta corriente. Gastar más dólares de los que ingresan es otra receta bastante sencilla para que las deudas en dólares no puedan pagarse. El eufemismo con que se lo conoce es “la restricción externa”.
El gobierno del presidente Milei no se puso como objetivo explícito alcanzar la calificación de grado de inversión para el crédito soberano. Pero actúa como si lo hubiera hecho: pone un enorme énfasis sobre los superávits gemelos (fiscal y de cuenta corriente), y viene cumpliendo en lo que va de 2024. Sin embargo, no sólo las agencias calificadoras de riesgo mantienen la nota de la deuda externa en los peores niveles del escalafón, sino que el mercado financiero mantiene muchas dudas y no paga precios que harían que el riesgo país caiga.
La de Argentina es una situación curiosa. Es, probablemente, el único país en el cual el crédito de las empresas es apreciado por el mundo al mismo tiempo que el crédito del Estado es rechazado. En las últimas dos semanas, Telecom y Transportadora de Gas del Sur recaudaron, en conjunto, más de US$1.000 millones en el mercado internacional de deuda. Tuvieron demanda por casi tres veces ese monto, y consiguieron el dinero con un costo inferior a 10%. En contrapartida, la deuda externa del Tesoro cotiza en el mercado con rendimientos mayores a 20%, en promedio. Esta situación, que en cualquier otro país constituiría una anomalía, en Argentina está explicada por la historia y el prontuario de uno y otro.
Las empresas llevan años de generar flujo de caja positivo, de usar ese flujo para cancelar deuda y sólo el excedente para invertir y, si fue grande, pagar dividendos. Cuando el estado las forzó a renegociar vencimientos, hicieron ofertas con buena fe a sus acreedores, éstos las aceptaron y, al final de cuentas, a ambas partes les fue bien con el acuerdo.
El Estado argentino lleva años (seis meses es una anécdota en la historia larga) de déficit fiscal, que obliga a aumentar la deuda, con el mercado o con el Banco Central, y de pérdida de reservas. Cuando se le cerraron las canillas, forzó a los acreedores en negociaciones (Lavagna 2005 y Guzmán 2020) de “toma esto o tendrás nada”, que dejaron un sabor amargo y precios de bonos que nunca se recuperaron. Perdieron los inversores, y perdió el país, que no tiene acceso al mercado de capitales externo desde enero de 2018.
Ahora, cuando parece que estamos en un cambio radical, pues el Tesoro tiene superávit (lo que redundaría en cancelación de deudas) y hemos logrado volver a acumular reservas, parece que nos ha agarrado la ansiedad. El Gobierno, y parte de los inversores locales, parecen pretender que los inversores del exterior, incluyendo al FMI, extrapolen un cuento de seis meses hasta el infinito y bendigan a la República Argentina con su dinero. No la ven, parecen pensar. Pero, ¿corresponde conmoverse con un cuento corto, cuando en la mochila todavía cargan con una larga historia de decepciones?
Necesitaremos, quizás, muchos años de superávit fiscal y acumulación de reservas para que el mercado y el FMI olviden las promesas incumplidas de la República Argentina, y nuestros malos tratos del pasado; para volvernos confiables otra vez, o al menos tan confiables como nuestras empresas. La paradoja es que, para el momento en que volvamos a ser confiables, podríamos ya no necesitar el superávit ni la acumulación de reservas. La historia de Paraguay, como ya lo era la de Uruguay, podrían ser buenos ejemplos de cómo manejarnos. O podemos volver a nuestra propia historia, a “lo nuestro”, y mantenernos en el sendero de decadencia que llevamos décadas construyendo.
Fuente: El Entre Ríos