Durante los últimos diez días hubo una sucesión de informes de opinión acerca de la situación argentina, emitidos por grandes bancos de inversión globales. Todos esos informes tuvieron un tono optimista para con el derrotero de la economía. La relevancia de los bancos que opinaron (de la talla de J.P. Morgan, Morgan Stanley, Barclays, entre otros) permite imaginar que sus informes tienen alguna influencia sobre la opinión de los grandes fondos de inversión. Esos informes podrían tener relación con el hecho de que, casualmente, hace diez días que los mercados de bonos y acciones argentinos están en alza.
En la red X (o Twitter), el presidente Milei suele celebrar estas opiniones, así como los elogios que le dispensan algunos carismáticos tuiteros, como Elon Musk, o influyentes políticos de derecha, como Donald Trump o Isabel Díaz Ayuso, con una frase irónica, que ha convertido en muletilla propia: “fenómeno barrial”.
No puede negarse que Milei ha logrado, con sus excentricidades, extender su influencia más allá de nuestras fronteras, y poner el nombre de Argentina en varias agendas. Tampoco que, al parecer, tiene una idea exagerada de lo que ello significa: la manera en que se celebra a sí mismo no parece guardar relación con nuestra verdadera, minúscula, influencia en esas agendas.
Por otra parte, cabe preguntarse si ese excesivo foco en la opinión de los líderes globales no le habrá hecho perder un poco el foco en la política interna. Las deserciones en su escaso espacio parlamentario son una muestra clara de que la casa propia no está en orden. Las designaciones con camino de fracaso para candidatos a la Corte Suprema, y la obstinación para defender lo indefendible, más los fondos para la SIDE, que corren el riesgo de ser vistos como fondos para ser usados en beneficio político propio, o las restricciones a la información pública, que ahora parecen camino de ser revertidas, son ejemplos de cierta improvisación a la hora de administrar el gobierno.
Probablemente, para la gente de a pie estos temas signifiquen poco, o incluso cimenten la imagen de Milei: con sus errores ratifica que no es uno de los que conforman la casta política. Sin embargo, para los hombres de negocios, que tienen la facultad de decidir si hacer o no una inversión, o de aumentar o no una dotación de personal, estas cuestiones no son banales.
Para ellos no pasa desapercibido que el Congreso tenga la fuerza suficiente como para boicotear el esfuerzo fiscal del Gobierno. Ni pasa desapercibido que, aún con una elección épica en 2025, La Libertad Avanza no alcanzará una mayoría propia en ninguna de las dos Cámaras. Más temprano que tarde, Milei debería sentarse a negociar una agenda parlamentaria común, apoyada por alianzas más estables que la que consiguió para la Ley de Bases, y dejar de boicotear su proyecto con base en un poder del que en la práctica carece.
El tiempo es tirano, y el pueblo podría serlo. Los logros en materia fiscal y de inflación necesitarán de algo más para que la popularidad de Milei se traduzca en votos en 2025. El Presidente no parece interesarse mucho por la administración, pero es el jefe del consorcio, por más que le pese o le aburra. Es arriesgado no hacerse cargo y poner orden en la casa propia: la suerte política necesita política y no sólo suerte.
La opinión de los bancos de inversión y los líderes extranjeros es importante, porque puede movilizar dólares que acá faltan. Pero ellos sólo se involucran con opiniones, que pueden cambiar a voluntad, y tienen la libertad de llevarse los dólares. Los argentinos estamos comprometidos cada día, con nuestras familias, nuestras pertenencias y nuestro trabajo. Nuestra libertad es la del voto. El fenómeno global necesita refrendar su suerte en el barrio.
Según el diccionario de la RAE, la palabra fenómeno puede significar “cosa extraordinaria y sorprendente”, pero también “persona o animal monstruoso”. Quizás sería mejor dejar de ser tan fenomenal, y poner orden en las cosas más banales.
Fuente: El Entre Ríos