En esta oportunidad me permitiré compartir una experiencia personal que ocurrió unos cuantos años atrás; a fines de Noviembre del año 1989, debí realizar un viaje por razones laborales a Manila, capital de Filipinas.
Debía estar una semana allí para luego continuar viaje a Yakarta, en Indonesia. Estaba hospedado en el hotel Intercontinental en el distrito financiero y comercial Makati de la capital filipina.
Es en este hotel donde viví una experiencia difícil de olvidar, por dos razones muy diferentes: la primera fue una extraordinaria lección de liderazgo y la segunda nuestras reacciones como seres humanos ante una situación extremadamente riesgosa.
En la segunda noche de estadía, cerca de las cuatro de la mañana, golpean la puerta de mi habitación, me despierto sobresaltado, espero unos segundos y vuelven a golpear con mayor intensidad; me levanto, coloco la cadena de seguridad que habitualmente tienen los hoteles en las puertas de ingreso a la habitación.
Con la puerta entreabierta, un empleado del hotel me solicita que me vista rápidamente y descienda al subsuelo por las escaleras. Sin entender absolutamente nada me vestí y calcé tan rápido como pude, tanto que olvidé colocarme las medias antes de calzarme los zapatos.
Por las escaleras bajaban otros pasajeros de los pisos superiores. El mío era el quinto piso, de modo que en un par de minutos los aproximadamente quinientos huéspedes nos encontrábamos en el subsuelo.
El nivel de nerviosismo e incertidumbre que reinaba no es sencillo de explicar. La mezcla de idiomas, en su mayoría de países asiáticos con predominancia japonesa y china, así como también de los países árabes, hacía inentendible cualquier posibilidad de comprender qué estaba sucediendo.
Finalmente aparece el gerente general del hotel, con un megáfono en la mano, pide silencio y se presenta brevemente; de origen suizo, en un pausado inglés, nos informa que el hotel y sus huéspedes han sido tomados como rehenes por un grupo de rebeldes que pretenden dar un golpe de estado contra la presidente Corazón Aquino, que ya tenían bajo control el edificio de comunicaciones del país y, para protegerse de cualquier ataque aéreo, también tomaron el hotel y sus circunstanciales pasajeros, que éramos los que estábamos en el subsuelo, un gran salón de eventos alfombrado y con excelente iluminación.
En tanto durase la toma nos comunicó que debíamos permanecer en el subsuelo, dado que la probabilidad que el edificio de comunicaciones fuese atacado por aire era factible y el nuestro se encontraba a solo 100 metros de este. De hecho, un cuarto fue destruido por los proyectiles de un mortero.
Solicitó que las pocas familias con niños se sentaran contra las paredes del salón, así como también las personas mayores y con dificultades de movilidad; el resto debía ubicarse en los espacios que quedasen libres. En mi caso, junto a otros dos ciudadanos alemanes, nos sentamos a unos pocos metros de la escalera de salida.
El tiempo que permaneceríamos era muy difícil de estimar, que él tenía comunicación con los jefes rebeldes y que su primer objetivo era preservar la integridad física de cada uno de los huéspedes.
Ya había acordado con los rebeldes fuertemente armados que permanecerían en la parte externa del edificio bajo la condición que nadie, bajo ninguna razón, intentara abandonar el hotel, por lo que nos quedaba prohibido cualquier intención de salir.
Posteriormente pidió ayuda para colaborar en el reparto de bebidas y comidas, para lo cual nos ofrecimos un grupo de catorce personas; rápidamente nos explicaron qué tarea realizaríamos, también que controláramos el orden y la limpieza en los espacios por donde debíamos desplazarnos.
Parte del personal del hotel se ocuparía de mantener los servicios sanitarios limpios; asimismo solicitó la colaboración de los pasajeros para cuidar de los mismos.
En relación con las bebidas y comestibles, solicitó encarecidamente consumir lo estrictamente necesario, dado que no sabía cuánto tiempo estaríamos allí. Su seguridad y firmeza nos transmitía tranquilidad, sin embargo, con el transcurrir de las horas, surgieron las primeras reacciones de desesperación, miedos, angustias, ansiedad y otras que representaban parte de los siete pecados capitales.
Estaban aquellos que representaban la AVARICIA, que cuando repartíamos las bebidas pretendían e intentaban llenar sus bolsillos y abrigos con las botellas de bebida, también con los panes y las galletas secas. Otros que reaccionaban con IRA, violencia verbal y gritos, porque no los dejaban abandonar el subsuelo. Tampoco faltó la GULA, los que comían y bebían como si fuese la última cena, incluso lo que otros huéspedes dejaban a medio beber o comer.
Finalmente, la LUJURIA se representaba con huéspedes adultos y mayores que fueron sorprendidos con mujeres muy jóvenes en sus habitaciones. En aquellos tiempos eran muy frecuentes los vuelos chárteres de sexo turismo desde los países nórdicos.
Fueron largos días, con un extraordinario liderazgo por parte del responsable máximo del hotel, que supo cumplir con su objetivo, soportó la presión y la desesperación de muchos pasajeros, algunos incluso con amenazas que compartiré en otra ocasión.
Después de cinco días e interminables noches fuimos evacuados en buses de las Naciones Unidas y trasladados al aeropuerto internacional.
Un líder es aquel que en situaciones extremas demuestra claridad de objetivos, firmeza, disciplina, una enorme capacidad para comunicar y transmitir optimismo, aún en circunstancias complejas.
El mejor ejemplo lo dio con un ciudadano árabe que intentó salir del hotel en una ambulancia que había contratado para fugarse y no se lo permitió soportando gritos e intentos de agresiones físicas.
En otra ocasión compartiré cómo colisionan distintas culturas de quinientas personas encerradas en un subsuelo, las costumbres y hábitos, como el uso de los servicios sanitarios, la digestión, el sueño, la higiene personal…
Fuente: El Entre Ríos