Desde el campanario

Hablando del tiempo

No sé el porqué, cuando la gente se topa de repente, y no sabe de qué hablar, y además quiere tratar de mostrarse amable, se le da, invariablemente, por hablar no del “tiempo en que se vive”, sino del tiempo climático que se lo ve y lo siente, dando inclusive lugar a un pronóstico que ya no es anticipado por ciertas señales atmosféricas, que llevaban a de decir “norte duro, pampero seguro”, o el derrotista “la luna se hizo sin agua” para aludir tan solo a algunos ejemplos.

Eso ya se acabó, como tantas cosas que se fueron para no volver, y de las que nos condolemos, ya que esas señales atmosféricas en las que siguen insistiendo en mencionar verdaderos supervivientes de épocas ya idas, no solo han sido reemplazadas por lo que “dice la radio”, la que se da el lujo de presentarnos en bandeja “pronósticos extendidos”.

Se me ocurre que por eso la cosa cambia. No porque se vuelva a hacer un rito el saludar y ser constado con un “buen día” o algo parecido, según la hora, como antes lo era y ahora se lo ve cada vez más desaparecido, hasta el punto de que cuando uno entra a un lugar, saludando de ese modo, no solo no se nos contesta, sino que vemos se nos mira con una cara rara que no sé si es de asombro, o de quien se prepara para castigarnos con un rebuzno. Dando la impresión de que queremos transformar en esa suerte de especie en la que ellos se han robotizado, haciendo que parezcamos encontrarnos no ante una persona de carne y hueso sino ante una máquina expendedora o frente a una computadora encendida que activamos con una tecla para que nos dé una información. ¿A dónde iremos a parar, Dios mío, si seguimos en esa dirección?

Pero vuelvo a ocuparme del tiempo como tema de conversación. No porque las alusiones a ese cambio climático que ya está entre nosotros como pareciendo una maldición, la misma que muchos por otra parte la merecen, mientras que todavía existen quienes se esfuerzan en negar lo que es evidente, se hayan hecho cada vez más frecuentes, sino que se desecha ese atajo en el que resulta por demás complicado ponerse a transitar, sino apelando al expediente que nunca falla de mezclar el estado del tiempo con el estado recíproco de salud de los parlantes. Porque invariablemente se da el caso de que “sufre” del frío, no por los sabañones de los que ya nadie se acuerda, sino por el temor a los bronco-espasmos que han dejado de ser una novedad. Mientras la contraparte afirma que ella en cambio sufre de los grandes calores que la obligan a tomar mucho caldo frío bien salado por temor a la deshidratación.

…Y es aquí donde meto la cuchara. Para decir que ahora, este invierno con tanto revolute nos ha dado una corta muestra de lo que, me dicen, eran los inviernos de antes. Que desde mediados de mayo en adelante había una seguidilla de heladas, con una escarcha que en los lugares sombreados no se “levantaba” hasta después de mediodía, y eran 30 o más las que debíamos sortear. No en balde el mes de agosto tiene tan mala fama.

Termino con una confesión. Es que con eso de las primarias, han conseguido marearme un poco. Y medio turulato no me salía nada que contar. Y de allí que vengo a confirmar con este recorrido, con poco sentido, que el tiempo es un tema que da para todo.

Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)