En varias ocasiones, escuchamos a dirigentes políticos señalar que acceder al cargo de Intendente es el mayor orgullo que pueden alcanzar: representar a su pueblo o comunidad. Sin embargo, los senderos de la política de estos tiempos han puesto las cosas de cabeza. Y los intendentes van y vienen de sus cargos. La situación cuenta tanto para intendentes fugados del Frente de Todos como de Juntos por el Cambio.
Intendentes que van y vienen
Y los intendentes van y vienen de sus cargos, abandonando a sus comunidades para engrosar sus ansias de poder y sus bolsillos asumiendo cargos de supuesta más alta jerarquía. Este es el caso de dirigentes de los dos lados de la grieta: entre los entrerrianos, tenemos a Enrique Cresto de Concordia (Frente de todos) y al radical de Chajarí Pedro Galimberti (Juntos por el Cambio). En los dos casos, estos intendentes electos por los vecinos de sus ciudades dejaron a la deriva a sus representados para embarcarse en viajes más ambiciosos.Pero la maniobra no es un invento entrerriano. Se repite a lo largo de la extensa geografía argentina con Intendentes de todos los colores que explotan estas mismas prácticas. Los casos más recientes, sólo por mencionar algunos, alcanzan al ahora ex Ministro de Desarrollo Social de la Nación, Juan Zabaleta, que acaba de abandonar el gabinete nacional para retornar al sillón de Intendente de Hurlingham que lo estaba esperando.
Y lo hace alardeando de un supuesto “deber patriótico”. En su despedida, dijo: "Me lo demandaba la Patria y la Patria siempre está primero. Siempre primero y siempre por encima de cualquier otra cosa". En fin…
El caso inverso corre para Jorge Macri, otra vez electo Intendente de Vicente López, que un día decidió abandonar el cargo para sumarse como Ministro de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que comanda Horacio Rodríguez Larreta.
El engaño cívico
Esta modalidad de engaño cívico es una nueva fase de los famosos y cuestionados cargos “testimoniales” en los que algunos dirigentes prestaban su nombre para liderar una lista y atraer la atención de los votantes, pero apenas electos anunciaban que no iban a ocupar esos cargos. Un engaño, una estafa a los representados que habían votado a un candidato con la esperanza que represente sus intereses.En algunos medios de comunicación más cercanos al poder, hasta se ufanan de estar representando de mejor manera a sus votantes desde un cargo que nada tiene que ver con lo que eligieron los ciudadanos. Sin embargo, la gente ya sabe de estas tretas y mira con cierta sorpresa los rebuscados argumentos que utilizan estos personajes para tratar de justificar su accionar. La gente de a pie ya le puso nombre: traicionar a sus votantes.
Nada va a cambiar
Lejos de penar este tipo de prácticas, la política las aplaude y las celebra. No hay un solo candidato que se pronuncie en contra de estas prácticas de estafa cívica. Y es que las maniobras abarcan a gran parte del arco político, en especial a los dos grandes actores de esta nueva fase de democracia bi-partidista que parece dominar la escena electoral. Los viejos pactos de silencio van adoptando nuevas formas, y ahora cobran fuerza con estas idas y vueltas de un cargo a otro según la conveniencia personal del momento. Este accionar de la política lesiona el contrato público del proceso electoral. La estafa se convierte en moneda corriente y los votantes van a la deriva sabiendo que ese nombre que aparece en la lista, no necesariamente será el que ocupe el cargo cuando se terminen de contar los sufragios.Los cambios necesarios para terminar con estos saltimbanquis parecen simples: una ley que prohíba asumir otro cargo hasta terminar el mandato para el caso de funcionarios electos.