Tal vez para un lector de otra ciudad entrerriana no resulte nada sencillo “decodificar” algunos debates concordienses. En especial, si en vez de centrarse -por ejemplo- en alternativas de desarrollo integral para sacar a su conurbano de la pobreza estructural, esos debates se focalizan en historias mínimas… o quizás no tanto…
El asunto es que un buen día del año 2019, en plena peatonal, apareció emplazado un “árbol de la vida” hecho de metal. Enseguida hubo reacciones de enojo, porque, según se dejó entrever de manera extraoficial, ni siquiera el intendente de entonces, Enrique Tomás Cresto, habría sido anoticiado con antelación que tal “obra artística” iba a ser plantada en el mismísimo micro centro. En el Concejo Deliberante, menos aún.
Lo cierto es que la obra llegó para quedarse, quizá porque nadie se “animó” a quitarla del lugar, una vez enterados de que se trataba de una creación de Juan Carlos Cresto, exintendente de Concordia, padre de Enrique, dueño de una metalúrgica, y por lo que se vino a saber a partir del tan mentado árbol, también “artesano” o “artista”, además de actual presidente del Consejo Departamental Justicialista.
La municipalidad enseguida salió a respaldar la "donación" (así fue presentada) en un comunicado en el que explicaba: “Desde este fin de semana, la Peatonal de Concordia incorpora un nuevo atractivo. Se trata de “El Árbol de la Vida en Homenaje a la Mujer”, una obra que fue donada por el exintendente Juan Carlos Cresto a la ciudad con la intención de rendir homenaje a las mujeres y contribuir al embellecimiento del tradicional paseo céntrico”. Y agregaba otra explicación: “En este árbol puse todo mi amor, respeto y admiración a la mujer. Este 8 de marzo, a todas ellas y en especial a mi compañera Laura, simplemente quiero decirles gracias”. dice el texto que rubrica Juan Carlos Cresto en una placa que identifica y dedica la obra.
Lo que siguió de allí en más es que el árbol de la vida se fue poco a poco incorporando a los usos y costumbres del lugar. Muchos, más aún si son turistas, ignoran su particular origen y se tientan a colgar algún candado de sus ramas, en implícita aceptación. Otros sostienen que es feo por donde se lo mire y que también afea el lugar, sin que les importe al emitir tal juicio saber de su autor y su poder. Pero claro, las valoraciones estéticas son siempre subjetivas.
El Entre Ríos recibió ayer una colaboración firmada con un pseudónimo: Juan Valjean. El texto, debe admitirse, está plagado de ironías, usadas como recurso expresivo, y es una reacción ante la movida de algunos dirigentes que proponen quitar de la peatonal el “árbol” en cuestión.
Valjean parece en todo momento defender al “artista Calucho”, aunque también, acercándose al final de sus elucubraciones, desliza, en lenguaje críptico, alguna sutil crítica. Como sea, en todo momento parece divertirse a costa de esta “historia mínima”, que, quizás, diga bastante acerca de Concordia y su formato social-comunitario. Es que, en ocasiones, son los “detalles” los que dejan asomar una identidad. ¿Acaso no dicen algo sobre la manera de ser de Concordia los bancos con nombre y apellido de la Catedral?...
Aquí, las reflexiones de Juan Valjean
Un Árbol y la expresión artística e ideológica
Atento a las críticas en los últimos días, respecto al Árbol de la vida emplazado en la peatonal de Concordia, es necesario hacer saber a sus detractores que la cultura de la cancelación puede afectar a la obra por el solo hecho de atacar la posición política del autor.
Es grave caer en ello, cuando sabemos que lo más importante en cuanto a una obra, es la aceptación del espectador, en este caso el pueblo, que transita por su emplazamiento y que ya han adoptado como propio al cuestionado árbol.
Esta apropiación popular de la obra por parte de los ciudadanos es fácilmente comprobable, con la simple lectura de los nombres que allí plasman jóvenes estudiantes, parejas enamoradas y turistas que allí transitan y hasta llevan una foto de recuerdo.
Del autor y la cancelación
Atacar la obra a más de 4 años de su emplazamiento, responde a una actitud digna de un Sabonarola, pretendiendo hacer una hoguera de las vanidades con la misma por sólo atacar al autor, en este caso Calucho, sólo por la ideología política que profesa.
¿Es pecado ser peronista y dejar una obra al pueblo? ¿O es pecado ser artista y peronista?
¿Calucho es un caso más de un genio viejo y loco incomprendido a través de su obra, cual Picasso?
Qué define a un artista, si no es el consumidor
Calucho nos golpea con su obra, desde su faceta de artista imponiendola como León Ferrari lo hizo en su momento, entregando la misma a los ojos del pueblo, para que el pueblo haga su crítica, pero sus detractores políticos se centran en el autor y no en la obra. Calucho con su obra se transforma en un transgresor en un amplio sentido, sacando lo peor y lo mejor de los humanos que ponen atención en su obra. Esto nos lleva a pensar y plantearnos: ¿Sería tan criticada la obra si el firmante fuese otro?
La obra y su expresión
Es común en otras ciudades tanto de la Argentina como del exterior, ver emplazadas esculturas que son atracciones turísticas culturales, donde el espectador, que no es otra cosa que el consumidor final de obra, se siente atraído llevando el momento y la estética plasmada en su memoria.
Nadie cuestiona hoy a Gaudí, si este respetaba los estandares impuestos por los que decían ser los profesionales de la arquitectura del momento, el modernismo, y menospreciado por "la vanguardia" posterior, tal como si quienes no entienden del arte, pero sí de la política lo hacen con Calucho.
Es el momento de ver a Calucho como el artista provocador, visceral, que con su obra cuenta mucho de su personalidad y su historia. Los mentideros de la ciudad dicen que el árbol exhibe una hoja por cada amor vivido por el longevo autor, que optó por el acero inoxidable como material, con el fin que la misma perdure en el tiempo, como los sentimientos que emanan de su avasallante y patriarcal personalidad.
"El arte es un tormento que Dios pone en el alma
La carne, el instrumento que el arte hace vibrar,
Y el sueño de un artista, es trágico suplicio
Es hondo sacrificio que nadie ha de pagar.
El público no sabe, lo mucho que se implora
Lo mucho que se llora en busca del laurel,
El público no sabe las horas de amargura
Las noches de tortura, para cumplir con él.
El alma de la gente no entiende que en un paso
Se juegan los payasos, la vida y el amor,
Ni piensa que en el trance que saca la sonrisa
El alma se hace trizas y sangra el corazón.
Yo pido a los que tienen un corazón humano
Que sientan como hermanos, que ayuden a sufrir,
A los que abrigan sueños, a los que vuelcan cantos
A los que sufren tanto la pena de vivir.."
Homero Manzi
Que árbol no sea la excusa de tapar la expresión del autor.