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La confesión de Selva Almada, "escritora de provincia"

"Pensé que nunca iba a poder escribir una novela", admitió desde la capital entrerriana tras presentar su último libro. "A las situaciones vividas, uno las vuelve ficción" definió.
"Me cuesta escribir fuera de mi casa", admite.

En algún tiempo, los chicos iban a los velorios. Y miraban los muertos de cerca, sentían el aroma fuerte de las coronas de flores, se colaban entre las viejas que lloraban, los extraños que llegaban de visita, los empleados del servicio fúnebre que hacían su trabajo antes y después.

"Nunca habíamos visto un muerto de verdad". La frase está al comienzo del primer relato que integra "El desapego es una manera de querernos", el último libro de la escritora entrerriana Selva Almada, que se presentó el viernes, a sala llena, en Paraná.

"Para poder mirarlo de cerca, Niño Valor y yo nos pusimos en puntas de pie y nos agarramos del borde del féretro con sumo cuidado, temerosos de que el menor movimiento fuese a derramar la muerte y nos salpicase los zapatos nuevos, los zoquetes blancos, las ropas de cumpleaños".

El libro está cruzado por recuerdos autobiográficos de Selva Almada, nacida en 1973 en Villa Elisa, desde hace quince años radicada en Buenos Aires, una escritora a quien la crítica porteña identifica con la "literatura rural", aunque ella prefiere una definición que escuchó alguna vez decir al jujeño Héctor Tizón: escritora de provincia.

La entrerriana presentó su último libro: "El desapego es una manera de querernos".

Siempre vuelve a Paraná (acá vivió desde los 17 años, antes de irse a Buenos Aires): en 2003 presentó Mal de muñecas, después, en 2013, Ladrilleros y El viento que arrasa, sus dos novelas que fueron éxito de crítica y ventas, y en 2014 volvió con Chicas muertas, un libro de no ficción que recorre el universo de los femicidios. El viernes, en la sala Metamorfosis, fue el turno de su última producción, El desapego es una manera de querernos.

<h5>Regreso
</h5>
Con El desapego? regresa a un territorio que le fue conocido en sus inicios en la literatura: los relatos cortos, la mayoría publicados ya en Una chica de provincia. Y recorre una geografía que le resulta próxima.

A las situaciones vividas, uno las vuelve ficción. Incluso, los recuerdos que todos tenemos son una ficción. No es que recordamos como sucedieron exactamente, sino que los vamos filtrando, acomodando, según como nos convenga o no. Todos los cuentos tienen un disparador, que es una situación autobiográfica. No todo el libro. Pero sí los tres primeros relatos, que están escritos entre 2004 y 2007. En esos años, yo escribí mucho relato autobiográfico. Ahí está muy presente el escenario de Villa Elisa. El relato de Intemec, cuenta de una empresa de tendido de cables eléctricos que llegó a mi pueblo, y en la que trabajaron mi padre y mi tío. Hay elementos autobiográficos, pero la situación es una ficción.

Pero no es puro lirismo lo que se encuentra en los relatos de Selva Almada. O si lo está, lo está cruzado por su contracara.

La belleza o el momento lírico de algo, tiene su revés brutal, y me gusta que siempre aparezca eso en los textos. Cuando hay algo que se torna demasiado idílico, aparece el revés, la piña. En realidad, soy más consciente del uso después, cuando lo leo. Cuando estoy escribiendo, solamente aparece. Las cosas se dan así: cuando una imagen se transforma en demasiado perfecta, ideal, poética, aparece la parte más dura. Creo que es lo que le da textura al texto.

"Su madre no está enojada. Está asustada. Se le cruzó por la cabeza que el muerto podría haber sido el padre.
-¿Se le reventaron los sesos? –pregunta su hermano."
Eso se lee en el cuento Intemec, el relato más largo que conforma El desapego?

Selva explica esto sobre ese cuento:
-Intemec es una bisagra entre el cuento y la novela. Pensé en escribir un libro con cuatro relatos que transcurrieran en la ruta, entre Entre Ríos y el Chaco. Me parecía interesante trabajar con los contrastes de paisaje, de idiosincrasia, de lenguaje. Pensé por qué alguien puede estar tanto tiempo en la ruta, y me acordé de una de las cosas que me impactó en Chaco, que fue la cantidad de evangelistas que había. Yo vengo de un pueblo muy católico.
Cuando me fui, en los 90, recién empezaban a llegar los Testigos de Jehová. Me acuerdo que el cura había entregado a las viejas unas calcos para que pegaran en la puerta, donde decía "Acá somos católicos". Había una resistencia fuerte a otras religiones. Por eso, cuando empecé a ir a Chaco me impactó la presencia de otras iglesias. Uní esas dos cosas. Y así se estructuró la historia: una persona cuya vida transcurra en la ruta, y que no fuera un viajante de telas, y pensé en un pastor itinerante.

No fueron cuatro relatos, fue la novela El viento que arrasa lo que surgió de esa idea, con un protagonista central que primero se pensó secundario: el reverendo Pearson.

<h5>Accidental</h5>

Alguna vez, siempre hay una vez, Selva Almada pensó que sería sólo una escritora de relatos breves, que nunca podría llegar más allá de las cien páginas: que nunca podría ser autora de una novela. Eso pensó.

-Pensé que nunca iba a poder escribir una novela. Que siempre iba a escribir relatos. Y mi llegada a la novela fue accidental. La historia de El viento? era para un cuento. Después, me encontré con problemas a la hora de resolverlo. Y lo dejé y cada vez que volvía, se ramificaba, aparecían más cosas, los personajes se volvían más complejos. Y así, de tanto darme la cabeza contra la pared, y de ver que cada vez que volvía, los personajes empezaban a crecer, me decidí por la novela. El pastor era un personaje secundario en un principio y después terminó siendo un personaje central. Terminó siendo el protagonista de la historia. Fue accidental llegar a la novela, y vencer ese prejuicio que yo tenía, que pensaba que nunca iba a poder escribir un relato de largo aliento, a pesar de que es una novela corta. Pero así y todo, había pasado las 100 páginas, que para mí era muchísimo. En Ladrilleros ya no me pasó eso: desde un principio pensé que sería una novela. No podía ser un cuento. Necesitaba más espacio, más pista. Claro que lo que escribo siempre son novelas cortas. Me costaría mucho escribir una novela de 500 páginas.

"Pensé que nunca iba a poder escribir una novela", reconoció.

Ladrilleros empieza con esa escena tremenda en el parque de diversiones, una anécdota real: dos tipos desangrándose en el suelo, mientras la vuelta al mundo sigue rodando, la música sigue sonando.

Vuelve ficción las historias que escucha, las que le cuentan y los recuerdos propios que vivió en la provincia. Pero sin una pose nostálgica.

-Nunca escribo desde la nostalgia. Hace quince años que vivo en Buenos Aires, y ya en el último tiempo que estuve en Paraná había empezado a escribir relatos que se ambientaban en la provincia. Cuando me voy a vivir a Buenos Aires, la perspectiva me permite ver que en la geografía y en los personajes de la provincia había una riqueza excepcional para la ficción. Mi material de trabajo son recuerdos míos, pero hechos ficción. Los hechos no ocurrieron tal como se cuentan. Hay una construcción literaria. Pero en ese trabajo nunca me ganó la nostalgia a la hora de escribir. Y en general, trato de disfrutar escribir. Es lo que me gusta hacer. No suelo sentir la angustia que muchos escritores manifiestan a la hora de escribir. Al contrario, cada vez que escribo, y salen las cosas, es un momento de celebración.

<h5>Rutinas
</h5>
Selva Almada dice que no puede estar más de dos horas sentada escribiendo.

"Pero el resto del día sigo escribiendo, pensando cómo puedo resolver una situación, qué diría el personaje. Pienso mucho. Pero estoy poco tiempo sentada frente a la computadora. Y eso es lo que aconsejo siempre en los talleres. No importa cuánto tiempo te puedas sentar a escribir. Pero el resto del tiempo, pensá en lo que querés escribir", dice.

Y añade: "Escribo en computadora. Soy bastante rutinaria. No puedo escribir en un bar, ni en el colectivo. Escribo en mi casa. Me cuesta escribir fuera de mi casa. Y sí, a la hora de escribir, necesito estar sola. No puedo escribir si andan dando vueltas por ahí. Me cuesta mucho sentarme, y cuando me siento, prefiero el silencio".

En Buenos Aires, vive en Flores, que, asegura, "es más barrio, más tranquilo. No es Paraná, pero no es el salvajismo del microcentro. Me gusta vivir en Buenos Aires. Y cuando escribo, estoy yo con ese mundo en el que estoy escribiendo".

Fuente: El Diario de Paraná.