Eran casi las 7 de la tarde del lunes 24 de agosto en Concepción del Uruguay. Danilo Tabarez llevaba de la mano a su hijo Nicanor, que el 28 de mayo había cumplido 4 años. Era el chico vivaz de la familia, simpático, extrovertido, que sorprendía a los adultos por su interés en conversar y por las respuestas que daba.
Fanático de los superhéroes, especialmente del Hombre Araña, Superman, el Capitán América y del Increíble Hulk, por las dudas advertía al padre:
-Mirá papi, que yo no tengo superpoderes, eh…
Ese día le pidió que lo llevase a upa. Era lógico, pensó el padre, ya que no había tenido su siesta.
Siguió caminando, mientras Nicanor se dormía sobre su hombro. De pronto, la criatura comenzó a convulsionar. Su cuerpo se puso rígido.
Danilo atinó a acostarlo, a flexionarle las piernas, mientras llegaba la ambulancia que solo demoró cuatro minutos. Fueron al Hospital Justo José de Urquiza donde, luego de 30 ó 40 minutos eternos, los médicos lograron hacer que su corazón volviese a latir después de luchar contra varios paros cardíacos. En forma irregular, pero latía.
Nicanor continuó inconsciente.
Como no disponían de terapia intensiva para niños, fue trasladado de urgencia a Concordia, distante unos 160 kilómetros. Los médicos confirmaron que su problema era que sufría del síndrome del QT Largo, un trastorno del ritmo cardíaco que puede provocar latidos intermitentes, largos o rápidos. Puede ser una enfermedad hereditaria y se manifiesta en cualquier edad o puede no aparecer nunca.
Se decidió trasladarlo al Hospital San Roque, en Paraná, que contaba con moderna aparatología y especialistas. Si bien estaba estable, los médicos debieron luchar contra otro paro cardíaco.
Nicanor nunca había recuperado el conocimiento y para el jueves por la mañana no reaccionaba ante ningún estímulo neurológico.
Una rápida y difícil decisión
Danilo Tabarez y Cintia Carruega, su pareja de toda la vida -se conocen desde el colegio-, ahí mismo decidieron donar los órganos de su hijo, al que le habían puesto Nicanor por el protagonista de Vaqueros y Trenzas, que integra una saga de historias de literatura juvenil.“Piénsenlo”, les aconsejaron, prudentes, los médicos.
Danilo contó que eran las 8 de la noche de ese jueves 27 cuando reconfirmaron su decisión, que para ellos era un acto de amor. Todo se transformó en un ir y venir de médicos. Se alertó al Incucai, llenaron planillas, mientras le hacían estudios a Nicanor para saber si sus órganos estaban en condiciones de ser donados. También le hicieron el test del Covid-19. En caso de haberlo tenido, la donación no hubiese sido posible.
Pero los análisis dieron perfecto.
Un equipo del Hospital Garrahan voló a Paraná y ese mismo día fue llevado al hospital por bomberos. No debía perderse ni un minuto.
La pareja comenzó una larga espera en el hospital, y los llamados a la familia y a los abuelos, al que quería hacerlo hincha de River y al que insistía en que fuera de Boca, y que Nicanor decía que era de los dos para mantenerlos contentos.
“No te dicen a quiénes fueron los órganos, pero sabemos que el hígado y los riñones iban para chicos que estaban en alerta roja en el Garrahan. Ese mismo jueves salieron para Buenos Aires”, contó el papá, interesado en que se conociera la historia de su hijo y de la importancia de donar. Las córneas de Nicanor fueron al banco provincial y seguramente pasaron a mejorar la calidad de vida de chicos, de los que nunca se conocerán sus identidades.
Danilo y Cintia -los dos de 38 años, él licenciado en Nutrición y profesor en la facultad, ella maestra de escuela primaria-, sacaron fuerzas que no creían tener. “Es que en el momento en que recibís la noticia más mala, la peor que te pueden dar, ahí mismo tenés que tomar la decisión. No es bueno aferrarse a la muerte y cerrarse en el dolor”. Nicanor era su primer hijo; tienen a Amelia, de nueve meses.
Globos rojos para el adiós
El viernes por la mañana, la pareja regresó a Concepción del Uruguay en una ambulancia, acompañando los restos de su hijo. Sabían que por la pandemia no iba a poder ser velado, pero algo debían hacer.Acordaron con la empresa de servicio fúnebre realizar un recorrido por todos los lugares que le eran familiares a Nicanor: su casa del Barrio Sarmiento, que queda a la vuelta de un club, el jardín de infantes, la Escuela Nº 4, la casa de sus abuelos, esos espacios de la infancia que nunca logran borrarse de la memoria, no importan los años que pasen.
Y pidieron, a los que quisieran, que lo despidiesen con globos rojos, que eran los que a él le gustaban. A pesar de la emoción, los padres recomendaron respetar el distanciamiento social.
Ellos querían que quedara una sensación de despedida alegre. “Es que él era eso: mucha luz y alegría”, explica su papá.
Se armó una caravana de más de dos kilómetros de autos que lentamente lo acompañaron en su último recorrido. Los que aguardaban el paso del cortejo, aplaudían y coreaban su nombre. Muchos lo conocían, si hasta se ponía detrás del mostrador del negocio del abuelo, jugando a que atendía a los clientes. De las casas y en los centros de salud también colgaron globos de colores. Su historia había pegado muy en lo profundo del corazón de la gente y logró movilizar a toda una ciudad.
Para muchos, Nicanor es “el ángel donador” aunque él, desde el Cielo, debe preferir ser el superhéroe con muchos más poderes de los que alguna vez imaginó tener.
Fuente: Infobae - Adrián Pignatelli