Las horas pasan y las historias que rondan en torno a Diego Maradona surgen en diferentes puntos del país y del mundo. Pero una muy particular la dio a conocer un entrerriano que en 1986, mientras residía en Buenos Aires junto a su familia, realizó una inolvidable travesía escapándose del colegio para acompañar los festejos del plantel de la Selección Nacional que regresaba al país con la Copa del Mundo obtenida en México.
“En 1986 estaba todavía en la escuela primaria y mi familia decidió mudarse a Buenos Aires. A los 3 meses de estar viviendo allá, tenemos la suerte de ganar la Copa del Mundo en México 86 de la mano de un Maradona sublime, épico”. El protagonista es Ramiro Rivas, empresario de Gualeguaychú que en el día de la partida del astro del fútbol mundial compartió una historia que retrata el pico máximo de éxito del Diez: salir campeón del mundo.
Me acuerdo que vi la final con mi familia en Gualeguaychú y que festejamos por 25 de Mayo y Urquiza. Después, viajamos a Buenos Aires de nuevo porque al otro día temprano tenía que ir colegio, que era doble turno con una hora y media de descanso al mediodía”, rememora Rivas, que adelanta que ese día jamás volvió a la escuela.
“Nos tomamos el subte D en la estación Callao y nos fuimos a la Casa Rosada. Cuando llegamos, la plaza estaba llena de gente, teñida de celeste y blanco y vestida de fiesta. Muchas de las cosas que viví ese día quedaron para siempre grabadas en mi retina, en mi corazón, hay detalles que me los acuerdo perfecto, como si hubiesen pasado ésta misma tarde”, contó.
“Me fui para la valla, pero la Selección todavía no había llegado. Yo soñaba con verlo al Diego, al Tata Brown, a Burruchaga, a la Copa. Entonces me decidí a entrar en la Casa de Gobierno como sea”, afirmó.
Lo cierto es que por la puerta de enfrente era imposible, pero encontró una por calle Rivadavia. Esperó a que los guardias de seguridad estuvieran distraídos, y como era más bajito que el mostrador de entrada, se escabulló sin problemas. Corrió sin mirar atrás. Subió una escalera a los saltos y terminó en el Patio de las Palmeras. Inclusive, se comió un sándwich de jamón y queso en el bar de la Rosada.
Finalmente, tenía que pasar una última puerta, pero dos seguridad intransigentes custodiaban que nadie entre. Pero de pronto, una mujer, que Ramiro nunca supo quién era, decidió ayudarlo a pasar el obstáculo final. “Ella me preguntó si era hijo de algún jugador, pero yo le respondí con sinceridad y a quemarropa: le dije que no conocía a nadie, que me había colado y que quería ver a la Selección. Cuando me escuchó se rió a carcajadas y me dijo ‘Bueno, te voy a hacer ver a la Selección’”.
Ese lugar era el Salón Blanco. Al medio había un cordón rojo. De un lado estaba parado Raúl Alfonsín, del otro lado otra horda de periodistas y los familiares de los jugadores. “Como yo era petiso, me acomodé a unos dos metros de donde estaba el Presidente”, relató Rivas y enseguida se metió de lleno en la parte más esperada de la historia: “Entonces apareció Bilardo, todo bronceado de traje gris clarito, y atrás venía Maradona, de jean, camisa de grafa beige y la Copa entre las manos”.
“Empezaron a dispararse los flasehes, Alfonsín los saludaba, los medios que querían su nota. En eso escucho que el Presidente los invita a pasar al balcón, y en el medio de la bataola quedé en mítico balcón en primera fila, entre el gringo Giusti y Luis Islas. Me hubiese gustado estar al lado de Diego, pero en esa zona había mucho tráfico”, relató entre risas.
Finalmente, a Maradona lo conoció al final de su aventura, y también se llevó un recuerdo inaudito: “Cuando salimos del balcón y los jugadores ya se iban, me lo cruzo a Diego bajando una escalera con la Copa: me dejó tocarla y darle un beso”.
Fuente: El Día de Gualeguaychú