Amigo como soy de los refranes, a pesar de que trato de no abusar de ellos porque me da la impresión que dejarlos salir de la punta de la lengua hace que me puedan ver como alguien pretensioso y hasta pedante por lo sentencioso, aunque no los mencione siempre los tengo presentes a la hora de tratar de comportarme como Dios manda.
Una manera de ver las cosas, que no sé por qué molesta a mi tío, tan sabiondo él como se dice, y que no deja de recomendarme la lectura de “El Quijote de la Mancha”, un libro al que la verdad sea dicha no me animo, por verlo tan grueso y de lectura fatigosa, que él, vaya a saber por qué, considera como una verdadera “cantera de refranes”.
Lectura para viejos, en estos tiempos en que los jóvenes y los no tanto, no alcanzan a leer más de un libro por año, es lo que me digo para adentro, pero allí se queda, porque no es el caso de ofenderlo.
Eso no quita que ayer no más se me apareciese en casa, porque no sé si saben que soy de salir muy poco, en verano por los calores sofocantes, en invierno por temor a los resfríos de pecho, en primavera más que por lo ventosa por ese polen insufrible que se pasea por los aires provocando alergias, y en otoño porque me marcho a una pequeñísima chacra, poco más que un pañuelito, que me donó mi abuela, y en la que me baño en el pozo de lo que es la -y eso se lo discuto a cualquiera que me lleve la contra- por lejos mejor época, la única verdaderamente vivible, agregaría, del año.
Llegó mi tiempo, y sin hacerme algún tipo de saludo y sin esperar que por mi parte hiciera lo propio, me zampó, luego de dispararme “toma pa’ vos que te gustan los refranes”, si este es o no uno de ellos. Luego de lo cual, ya más calmado con la voz engolada de catedrático que le sale en estas ocasiones, acentuando y separando bien a las palabras pude escuchar que decía: “nunca es más vieja una vieja, que cuando se la ve vestida de joven”…
Me quedé pensado rapidito, luego de lo cual le contesté que no sé si eso era un refrán o no, que a mí me parecía verdadero, y en cierta forma lo veía no sé si como un plagio apenas repintado de aquel refrán, que dice aunque la mona se vista de seda, mona siempre queda.
Por una vez siquiera escuché que me daba la razón, y me confesó que es lo mismo que él había pensado al leer unas declaraciones (la verdad que no me explico cómo pierde el tiempo en esas estupideces) de Carolina Herrera, en la que decía más o menos lo mismo que él me había repetido.
Allí me agrandé, y dejando aflorar mi veta feminista (feminista y no femenina, que quede bien aclarado), le dije que no era el caso de agárresela con las féminas ancianas o en camino hacia esa condición, porque también comportamientos parecidos se daban en el caso de los hombres muy mayorcitos, en el caso que intentaran, por otra parte sin éxito, verlos mostrarse como si fueran de 30. Con el agravante, no pude menos que decir, que se da más el caso entre los viejos que en las viejitas querendonas; que aquéllos angelitos casi seniles se dejan enganchar, en estos tiempos de los emparejamientos informales, por jovencitas o no tanto, pero a años luz de diferencia de edad, que quieren y casi siempre consiguen la “libretita”, lo que no es otra cosa que el paso en la etapa más difícil. ¿Te corta la relación el paso por el Registro Civil?
Después de lo cual, solteros los dos, nos quedamos pensando. Hasta que respiramos aliviados, pensando en la escualidez de nuestras billeteras.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)