Conducción y liderazgo

La soberbia y el poder

En general se suele afirmar que hay líderes que nacen con capacidades innatas y hay otros que se van formando en su desarrollo como tales.

Sin dudas, las habilidades innatas favorecen el desarrollo de un líder, pero es mucho más determinante la formación que se adquiere y la experiencia que se va ganado en el ejercicio mismo de la gestión.

Por ello es tan importante entender a la gestión como una profesión que requiere de principios, tareas, herramientas y responsabilidad y que en columnas anteriores las hemos tratado en particular.

En esta oportunidad me referiré a un aspecto del liderazgo que con frecuencia nos afecta a todos, sea en una organización productiva, una institución sin fines de lucro o en el gobierno de un Estado. Me refiero a la SOBERBIA. Ejemplos abundan en los 5 continentes sin excepción.

Santo Tomas de Aquino (1225- 1274) afirmaba que la soberbia impide la verdadera sabiduría.

En rigor, el fruto seguro de la soberbia es la ceguera de la mente y la ceguera del corazón. Distingue dos tipos de soberbios, el que se vanagloria en sus cualidades y el que se atribuye cosas y aptitudes que le sobrepasan.

Claramente el segundo es peor – también más ciego – que el primero.

La actitud soberbia sostiene el convencimiento de que sin el propio criterio y experiencia difícilmente lo que se haga se lo realice de forma correcta. Se manifiesta a través de la arrogancia y la jactancia.

Soberbio es también quien comete graves injusticias a los dependientes sin ninguna intención de repararlas o de pedir perdón por las mismas, pero cuando es él el agraviado guarda permanente rencor y sed de revancha con el agresor.

El soberbio siempre habla seguro de sí, de forma contundente y no tiene la capacidad de admitir que otros pueden tener otros criterios y razones valederas para modificar sus puntos de vista.

Nunca reconoce que se ha equivocado, promueve la injuria y tiende a etiquetar a los otros en base a sus propios juicios. Se concentra más en los defectos de los demás que en sus virtudes, procura controlar todo. Es ingrato con quienes desean ayudarlo.

Tienen tendencia a ser precipitados en las decisiones, suelen perder tiempo en asuntos triviales o insignificantes, a extralimitarse con actitudes fuera de lugar y a percibirse intocables. Asumen que tienen capacidades especiales sobre temas inciertos o proyecciones futuras.

La falta de humildad para reconocer sus limitaciones y debilidades y poder actuar en consecuencia, hace al soberbio más nocivo.

Imagino que cada lector recordará algún personaje que lo identifica con alguna o varias de estas características.

Otras características que con frecuencia destacan a estas personalidades son la agresión verbal y la impulsividad.

La agresividad y la falta de control de los impulsos están relacionados con la incapacidad de regular y dominar las emociones de forma adecuada.

Las personas que tienen dificultades para controlar su ira y su frustración habitualmente actúan y se expresan de modo agresivo y ofensivo; la falta de este control indica una incapacidad para manejar las emociones negativas que afectan el desarrollo de las habilidades sociales y las relaciones saludables.

Es un indicador de baja inteligencia emocional, me refiero a la capacidad de reconocer y gestionar las propias emociones, así como las demás, condición que no favorece un buen liderazgo.

Demás esta decir que la agresividad verbal no es una forma efectiva de comunicación. En lugar de resolver los conflictos genera más conflictos y agrava las tensiones existentes.

Es de presumir que tanto la soberbia como la agresividad verbal esconden la inseguridad personal y las limitaciones intelectuales.

“Las cicatrices de la crueldad psicológica pueden ser tan profundas y duraderas como las heridas de puñetazos o bofetadas, pero a menudo no son tan obvias”. Salomón (988 AC – 928 AC)

Fuente: El Entre Ríos