Recuerdo cosas puntuales
La desesperación
En un momento creí que nos ahogábamos
Mientras mi mamá vivió, cada 27 de agosto convocó a una misa en Acción de Gracias por los sobrevivientes
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Estamos con Martha María Rebord, hoy, la única sobreviviente colonense al hundimiento del vapor Ciudad de Buenos Aires, un barco que trasladaba pasajeros de Buenos Aires a Colón y otras ciudades, hasta que sufrió un accidente cerca de la ciudad uruguaya de Carmelo y terminó trágicamente su recorrido en el Río de La Plata en la desembocadura con el Uruguay.
Esta semana se cumplieron 56 años y Martha accedió a recordar aquel día para los lectores de El Entre Ríos.
Era una noche fría. Aproximadamente a las 22 habíamos cenado. Con Dora Girard, mi amiga, estábamos en el comedor jugando a las cartas, cuando un fuerte golpe sacudió la embarcación. Las cartas cayeron al piso, y yo -que siempre fui muy tranquila- lo primero que hice es agacharme a juntarlas. Para ese entonces, la gente corría y gritaba desesperada.
Dora y yo quisimos regresar a nuestros camarotes, pero ya no pudimos. Los oficiales nos apuntaban con armas para que nos pusiésemos salvavidas y fuésemos a cubierta. Yo encontré dos salvavidas en un cama-rote que estaba cerca; vi a una señora mayor con su valija y le puse uno.
En eso escuchamos un fuerte estampido. El capitán se había matado de un tiro. Había dejado a un aprendiz a cargo que se equivocó con el cambio de luces y como consecuencia un barco norteamericano nos había chocado por la mitad.
Comenzamos a hundirnos. Muchos se tiraban al agua y subían al otro barco; hacia allí fue mi amiga Dora; no entendía nada el idioma, pero la trataron muy bien. Ella también logró sobrevivir.
Yo me tiré con tapado y salvavidas; el agua estaba negra de petróleo y helada. Allí pasé horas. Me agarré a un banco salvavidas. Lamentablemente vi como los remolinos se chupaban a la gente.
Del barco norteamericano tiraban tablones de madera para que la gente se agarre; pero a algunas personas les pegaban en la cabeza.
Después apareció un barco arenero; me acuerdo que se llamaba Don Pancho y ayudaron a rescatar mucha gente. Yo tenía tanto petróleo que no podían alzarme porque se les resbalaban las manos, y yo que era tan flaquita -con la ropa, el agua y el petróleo- pesaba como 80 kilos.
Nos llevaron a un hospital en Nueva Palmira; para entonces ya eran alrededor de las 4 de la madrugada. De allí comenzaron a repartir gente; yo fui a la casa de una familia muy humilde; tenían una sola cama y me la ofrecieron. Al otro día volvimos al hospital y nos dieron ropa y calzado. Tomamos otro barco hasta Buenos Aires; viajaba toda gente paqueta, bien vestida. Pero nosotros éramos la noticia del día; nos atendían, nos daban de comer
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Martha Rebord muestra ser una persona encantadora. Ya lo sabrán las personas que la conocen hace tantos años, pero para quienes somos más jóvenes y nuevos en la ciudad, es todo un hallazgo. Queremos saber más sobre su vida, alternada entre Colón y Buenos Aires, y nos cuenta:
Yo soy porteña. A los 5 años vine a vivir a Colón; luego volví a Buenos Aires para estudiar. Cuando ocurrió la tragedia tenía 21 años y ya era maestra; regresaba a nuestra ciudad luego de visitar a mi hermana. Luego me casé con Jorge Girard; nuestros dos primeros hijos también son porteños. En total tengo tres hijos (dos viven en La Plata y uno en Federación), seis nietos y dos bisnietos.
La conversación deriva entonces en los más variados temas. Cuenta que es de Boca y que hasta el día de hoy no pierde oportunidad de ir a ver a Rodolfo Bebán cada vez que se presenta en teatro.
La tragedia ha quedado atrás. En nuestra conversación, y en su vida
Sin embargo no es fácil. Antes no había psicólogo, nos dice. Uno se aferraba a Dios. Yo creo que en esta época hay que educar a los chicos en el principio de que con voluntad y apoyándose en Dios, de cualquier religión que sea, se puede salir adelante.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)