“No la ven”, el eslogan de los expertos en redes sociales afines al Presidente y del propio Milei, es usada para vilipendiar a los detractores del Gobierno. Pero también parecería aplicar para lo que está ocurriendo en la política a nivel global, y en particular al resultado de la elección presidencial en Estados Unidos.
Hasta el último minuto, expertos consultores, encuestadores, y periodistas de los medios de comunicación más respetados de aquel país, aseveraban que la disputa era reñida. Se valían de argumentos (¿excusas?) sofisticados, como el volumen de ciudadanos que habían votado anticipadamente, o el voto de las minorías, o el peso del voto femenino, que sugerían sería contrario al presidente electo.
Totalmente a contramano de lo que pronosticaba esta corriente tradicional, el lunes previo al día de la elección los mercados de apuestas estaban 56 a 44 a favor de Trump. Como se dice en la jerga financiera: una cosa es recomendar sin estar involucrado en las consecuencias, y otra muy distinta es poner la propia piel en juego.
A nivel global se ve, cada vez con mayor claridad, que las reglas del juego político han cambiado. La comunicación de masas pierde peso a manos de la comunicación individual que promueven las redes sociales. Cada ciudadano se encuentra, en las redes, interpelado: a cada uno le llega el mensaje que quiere, o que necesita. Mientras los adalides de la institucionalidad reclaman por la falta de propuestas en los discursos de campaña, los que ven el cambio de época saben que el contenido positivo respecto de un proyecto común ya no conmueve, en comparación con los contenidos dedicados a cada uno. Se podrá criticar que este contenido dedicado es, por lo general, un contenido que genera enojo con el opositor a quien lo manda; que es un discurso de odio, no de unión. Es lo que funciona, en el negocio de la política, cuya ganancia proviene de ganar elecciones.
Los discursos de Trump, Milei, Bolsonaro, Marine Le Pen, entre otros, están estructurados para satisfacer esta nueva demanda, que a la política tradicional le cuesta detectar.
Las frases más altisonantes del presidente Milei llenan de estupor a periodistas y políticos opositores, que se consideran a sí mismo como paladines de la democracia y de las formas de la corrección política. ¿No perciben que esas mismas formas disruptivas e incorrectas no le cuesten un ápice de popularidad a Milei, ni le hayan valido una derrota a Trump? “No la ven”.
Quizás sea que esos mismos periodistas y políticos sean vistos como culpables de muchos de los males que la sociedad padece. Por eso mismo, el estilo agresivo, y en cierta forma autoritario, es aceptado, para estupor de los periodistas, analistas y políticos que se asignan la representación de las buenas formas de la república y la democracia. Esos valores institucionales, hoy parecen devaluados para el votante, que ve en ellos parte de los motivos de sus penurias. Por eso el estilo de Milei hoy lleva las de ganar, mientras los otros “no la ven”.
Las experiencias de derecha y de izquierda que se sucedieron en las últimas dos décadas crearon un hartazgo con el sistema. Ninguna ofrecía una solución. Por eso surgió Milei, un outsider que la gente eligió para romper el círculo vicioso del fracaso. Lo distinto ofrecía una esperanza que lo establecido había defraudado. En una Argentina tan acostumbrada a los vaivenes exagerados, pensar que las cosas cambiaron de manera permanente podría ser apresurado. La moda de Milei, para perdurar, tiene que brindar los resultados que las formas correctas no pudieron proveer.
La gobernabilidad está basada en el volátil poder que suministra la popularidad del Presidente. Haber estabilizado la economía y domado parcialmente la inflación sostiene la tolerancia con las formas de Milei, pero las demandas también cambian, una vez que los logros se afianzan. Las formas que hoy están de moda sólo sirven si son capaces de resolver problemas permanentes. La sociedad necesita que, más allá de la forma, el programa funcione. Si no lo hace, también el estilo de Milei podría volverse irritante.
Fuente: El Entre Ríos