Vivimos tiempos en los cuales el termómetro que mide la temperatura de la calle ya no parece estar en la calle, sino en las discusiones que transcurren en las redes sociales. Esta semana, las redes sociales estuvieron completamente enfocadas en el experimento del pasado martes.
La multitudinaria marcha, en defensa de la educación pública gratuita y en protesta por el recorte del presupuesto universitario, según los unos, y en oposición a las auditorías anunciadas para los fondos universitarios, según los otros, desató una catarata de opiniones, en especial en la red social X (antes Twitter). Las opiniones allí vertidas contienen un denominador común: todos ganaron. Mejor dicho, todos intentaron mostrarse como ganadores.
Es innegable que la gran afluencia de manifestantes sorprendió al Gobierno. Pero, ¿quiénes fueron los organizadores? ¿Los alumnos, los líderes sindicales, los dirigentes políticos que se sumaron? Entre tantos adherentes, cuesta creer que todos puedan haber sido ganadores. Quizás hayan sido los estudiantes que marcharon con causa, los que menos se adjudicaron victoria alguna, los únicos ganadores reales. Porque parece claro que el Gobierno no ganó, y que lo mejor que pudo ensayar fue un ejercicio de defensa y control de daños. Y parece igualmente claro que tampoco Lousteau, Kicillof, Pablo Moyano o Massa hayan ganado. Le costará al rejunte opositor borrar la imagen de casta ventajista que brindó, al colarse en la marcha de otros.
Este rejunte de dirigentes muy desprestigiados es lo único rescatable del martes para el oficialismo. Pero este logro queda minimizado frente a la significación de la marcha, cuya dimensión no puede adjudicarse a la oposición, sino a la espontaneidad. Tiene que haber habido muchos votantes de Milei en esa marcha, que le marcaron la cancha: cambiar sí, romper todo no.
El Gobierno se compró dos riesgos innecesarios: el de que, aún sin haber ganado por su participación en la marcha, el rejunte opositor asuma como causa común el bloqueo de las iniciativas del Ejecutivo en el Congreso. Aunque no sea creíble que se adjudiquen el éxito de la marcha, consiguieron, por primera vez desde diciembre, que en los medios y en las redes se hablara casi con exclusividad de un tema que no impuso Milei. Guste o no, le corrieron el arco al Presidente, que venía dulce con su goleada contra la casta.
La opinión pública es volátil, y las mentiras siempre tienen patas cortas. Tarde o temprano sabremos si la gente cree más en las acusaciones de que Milei intenta liquidar la educación pública gratuita, o en la teoría de que el motor de la marcha fue evitar las auditorías y defender los quioscos.
Como cada jugada presidencial, también ésta tiene altísimo riesgo. Argentina necesita cambios estructurales para generar la riqueza que le permita crecer y bajar la pobreza. Pero haber tomado el tema de las universidades como bandera, y juguetear con su presupuesto y con las transferencias, le costó a Milei no sólo haber unido a la oposición en torno a una causa común, sino también haberse mostrado del lado opuesto al interés común.
Si los dirigentes que marcharon se mantienen unidos en las votaciones legislativas, la agenda presidencial no va a progresar. Esa podría ser una muy mala noticia. Los favores del mercado financiero se podrían agotar, e incluso la paciencia popular se podría resentir, si percibe que Milei perdió el control del juego y no puede liderar el cambio. El Presidente necesita, no solo por la economía, sino también por la política, que alguna de sus iniciativas se apruebe. ¿La casta? Todo lo contrario, porque gana si Milei se debilita, aunque eso nos cueste a todos los que no tenemos nada que ver con la política.
El Presidente no se puede dar el lujo de perder las riendas frente a una oposición impopular. Todos intentan mostrarse ganadores de la marcha, pero en realidad todos perdieron. Todos perdimos.
Fuente: El Entre Ríos