La madre de los hermanos en disputa por la herencia de Luis Félix Etchevehere habló de todo en una entrevista con el programa “Cuestión de Fondo”. Contó cómo fueron los primeros minutos del conflicto en el campo de Casa Nueva y cómo fue el trámite del sucesorio en el que, aseguró, hubo transparencia y cada cual recibió su parte.
Leonor Barbero Marcial de Etchevehere afirmó que es imposible cortar la relación con su hija y se mostró esperanzada con reanudarla. Asimismo, relató cómo fue la venta de “El Diario” y aseguró que todos los accionistas deben trabajar para que sacar la empresa adelante y pagar las indemnizaciones a los despedidos.
—¿Usted cómo se enteró que Dolores y gente de Grabois había ingresado al campo de Casa Nueva?
—En ese momento estaba trabajando en mi escritorio, como habitualmente lo hago desde que está la pandemia, trabajo en mi casa, y recibí varios llamados al mismo tiempo, gente que trabajaba en el campo, que primero pensaban que era gente que entraba a asaltar, después pensaban que era un problema judicial por un tema de abigeato que habían entrado, no tenía en claro, después me llamó Juan Diego que dice que no solamente está la gente que dicen que son de Grabois sino también que está Dolores. Ahí fue cuando empecé a elucubrar cuál sería el problema. Nunca lo tuve claro hasta una hora o una hora y media después cuando supe que habían invocado el nombre de Grabois, habían entrado en su nombre, habían puesto banderas que decían Proyecto Artigas y se habían entrado a la casa. Ahí empezamos a darnos cuenta cómo era la situación, porque al principio era una cosa muy confusa. Entró un señor que se llamaba Taboada, como representante de Grabois y tomó posesión.
—Porque si hubiera entrado Dolores sola no hubiese tenido ningún problema; es su hija...
—No, si entraba Dolores con sus hijos era un tema familiar. Esto empezó como un conflicto que había terminado en 2018, se reinicó desde un punto de vista podría decirse familiar, pero era político.
—¿Cuánto hacía que Dolores no iba a ese campo?
—Muchos años, no lo tengo claro pero habrá sido siete u ocho años mínimamente. No era de ir, nunca estuvo en nuestros campos. No tenía asiduidad desde que murió mi marido. Cuando tenía 16 años se fue a vivir a Buenos Aires, a la casa de mis padres en calle Guido. Volvía a Paraná cada tanto, para un cumpleaños, para Navidad, para una fiesta que hicéramos nosotros, pero nunca más se radicó en Paraná.
—¿Cuándo se cortó la relación con ella? Usted siempre fue una madre muy unida a sus hijos.
—Cortarse, no sé si alguna vez se cortó, realmente, porque pienso yo que las relaciones pueden tener muchas aristas. Uno puede tener una relación normal, afectuosa, cariñosa, o una situación difícil como fue esta a través de ciertos agravios como fue esta, que obviamente a mi no me resultaban. Pero no sé si alguna vez se rompió, porque Dolores de alguna manera, a lo mejor no tan clara, siempre estuvo unida a nosotros. Tal es así que en este momento ella vivía en una de misma casa en Buenos Aires, con sus cuatro hijos, con visitas asiduas de su marido, por eso digo, no sé hasta qué punto se rompió la relación. Nunca fue muy de venir, de estar acá instalada después que murió mi marido, pero hay muchas maneras de relacionarse, esta fue mucho más complicad pero de alguna manera no es que se cortó y nunca más.
—¿Y cuánto le costó todo esto? Porque es su hija menor ¿Cuánto le dolió?
—Mucho, mucho, muchísimo, es mi hija. En la relación de los afectos uno no puede dejar de querer a un hijo por su accionar. Uno lo quiere igual que los demás. El asunto es que de los demás uno recibe cosas agradables, positivas, que a uno le dan ánimos y espíritu para seguir viviendo, trabajando, uno se ilusiona a través de los hijos y los nietos. Y del otro lado uno recibe cosas que lo entristecen, pero no es que uno puede cortar el afecto. Yo creo que no es normal cortar el afecto de un hijo, para mí es imposible.
—¿Y cuándo fue la última vez que usted tuvo una charla mano a mano, cara a cara con ella?
—Hará un año y medio. Y después nos vemos, porque yo estoy en el quinto piso y ella está en el sexto, o sea que es imposible no verse. Pero de una manera muy formal, muy racional.
—¿Y esa relación es igual con los hermanos de Dolores? ¿Ella también cortó la relación con ellos?
—Con mis hijos ella tiene menos relación, prácticamente nada. En el caso de Sebastián y de Juan Diego viven en Paraná, o sea no van seguido a Buenos Aires. En el caso de Miguel vive en otra casa, no está en calle Guido, queda a varias cuadras.
—¿Qué le pasó cada vez que Dolores aparecía en televisión y decía “los Etchevehere corruptos”?
—Yo las cosas que a mí me afectan no las veo. Obvio que me entero porque siempre hay un comentario, pero lo que me puede hacer doler o impresionar no participo.
—¿Y qué dice cuando Dolores hace toda una serie de acusaciones, que habla de que ella se ha sentido defraudada en los manejos suyos y de sus hijos; que han hecho maniobras a sus espaldas, por las cuales se han iniciado varias causas?
—En ese caso, yo soy abogada, una cosa es lo que uno dice y otra cosa es lo que uno puede probar. Hace mucho tiempo ella está tratando de probar cosas que son imposibles de probar. Pero obviamente siempre he respetado la posición de ella, en el sentido que si ella no está de acuerdo con algo, tiene todo el derecho de protestar, a decir o a hablar. Uno no puede decir lo que otro piensa de uno.
—Ella dice de la herencia que no se repartieron como corresponde los bienes y por ende accionó judicialmente.
—No. La Ley de sucesión en Argentina es muy clara, por eso que en general en Argentina eso que dicen que hay grandes fortunas no es, porque lo que hace minimizar las grandes fortunas son las herencias. Habitualmente el cónyuge recibe el 50% y el resto de divide en la cantidad de hijos que tenga la persona fallecida. La Ley es muy clara, no se puede darle a uno y a otro, no se puede, porque si hay ocho tazas, cuatro son para mí y una taza para cada uno de mis hijos. En Argentina es muy difícil hacer una cosa incorrecta en el aspecto sucesorio, prácticamente imposible. Dolores recibió todo lo que le correspondía, ella tomó decisiones, respetable porque una como madre, yo soy una persona muy conservadora, trato de que las cosas que hemos recibido se sigan conservando. En el campo somos seis generaciones en la familia, y en la profesión ya va la quinta generación con mi nieto mayor que se recibió de abogado hace poco. O sea que conservamos cierta tradición, conservamos y respetamos el patrimonio, especialmente si proviene de gente que ha trabajado toda su vida y apostaron a eso, a no liquidarlo sino a pasarlo a las generaciones futuras. En el caso de Dolores, no hay una diferencia con los demás hermanos en lo que ella ha recibido. Los hermanos continúan en sociedades y ella decidió continuar un camino aparte. Pero eso está en cada uno.
—¿Ella participaba de las sociedades pero no tenía participación activa, con poder de decisión?
—No, cuando murió mi marido ella empezó vendiendo su parte de las diversas sociedades que tenemos, su posesión accionaria. Entonces lo que uno vende es su porcentaje accionario. Y lo que Dolores vendió siempre fueron las acciones de cada sociedad.
—¿Y en el caso del campo no?
—No, en el caso del campo no las vendió a nosotros, las traspasó a terceros.
—Y a su entender ¿lo que reclama es erróneo?
—De la negociación que hizo Dolores con terceros obviamente no tengo por qué haber participado. Ella tenía todo el derecho del mundo de venderlo a quien quisiera.
—¿Y en El Diario?
—Muere mi suegro, Arturo Etchevehere, en las sucesiones se reparten las acciones, es la Sociedad Anónima Entre Ríos, quedan los tres hermanos con el 33% cada uno, y cada uno podía hacer lo que quisiera con sus acciones. Arturo y Raucho deciden hacer la vente y nosotros decidimos no vender. Nada más.
—¿Y cuánto insistieron ustedes con Ivar (Raucho) y con Arturo, los otros hermanos Etchevehere, para que no vendan?
—Nosotros nunca intervenimos. Mientras vivió Zahorí, seguro no le hubiera gustado, pero nosotros no intervenimos jamás en la venta que hicieron ellos.
—Estaba claro que Ivar y Arturo Roosevelt Etchevehere no tenían la misma acción de estar presente en el negocio del diario como en el caso de ustedes.
—Yo lo veo de otra manera. Siempre había una parte que era la redacción, donde estaba mi marido y yo habitualmente, y una parte administrativa donde estaban mis cuñados. Mientras vivió mi suegro y años después él falleció había un cierto equilibrio administrativo y en la redacción, y El Diario siguió adelante, con muchas dificultades porque era muy difícil mantenerlo. Había muchos empleados, teníamos 10, y la gente empezó a cambiar del papel a la computadora y al celular, a la noticia inmediata, o sea que El Diario siempre a partir de hace 25 años, siempre fue viejo, porque el choque o un crimen que sucede, a los 15 minutos lo sabe el país con detalle y el diario funciona al día siguiente. Pero el papel, según mi idea, se tienen que transformar en diario de opinión sobre lo que está sucediendo, hay gente muy inteligente, muy capaz, que redacta excelentemente bien, y entonces dan la opinión de un acto que pasó el día anterior. Y eso sí es importante, porque eso ayuda a formar a la gente.
—Se vende el 66% e ingresa el empresario Walter Grenón ¿Cómo fue la relación de él con usted?
—Muy correcta, muy tranquila, siempre nos informaba de lo que estaba sucediendo, de lo que pasaba, que El Diario había entrado en una crisis económica y financiera seria, era un hombre trabajador, un empresario, y no quería que El Diario terminara mal.
—Pero era el único diario del país donde no salía reflejado, por ejemplo, lo que podía generar periodísticamente su hijo Luis Miguel, ni como presidente de la Sociedad Rural ni como ministro ¿Cuánto le dolía eso a usted?
—Ahí hay dos temas. Obviamente que a mí el tema no me resultaba agradable, es lógico, pero por otra parte nosotros siempre hemos luchado toda la vida por la libertad de expresión y nos parece terrible que un diario no diga lo que quiera decir, bajo cualquier concepto. Después hay otros medios para ir contra el diario, medios judiciales si hay una injuria, pero no podemos oponernos a que un diario tenga su opinión y su punto de vista. Obviamente que a mí eso no lo divierte a uno, que hablen mal, pero hay que respetar la opinión del otro. Una de las presiones más grandes que pueden existir en el país es desvirtuar la libertad en cualquier aspecto y la libertad de prensa es fundamental, y si uno se cree sesgado o haber recibido versiones sesgadas como habitualmente pasa o colocar la misma noticia que llega de otra forma que la verdad, uno puede ir a la Justicia a decir que esto no es así.
—Cuando llega Grenón, que venía con el aval de Sergio Urribarri ¿usted alguna vez habló con Urribarri?
—Yo de Urribarri recuerdo lo siguiente, tengo buena memoria visual, mi marido y yo estábamos organizando una reunión de ADEPA en Paraná, venían periodistas importantes y mi marido quería invitar formalmente al gobernador de la provincia, que era Jorge Busti. Entonces pidió una audiencia y fuimos a invitarlo a la gobernación. Nos recibió muy amablemente, se habló del tema de cómo iba a interactuar el gobierno, a quiénes iba a recibir, si iba a haber un acto, y en ese momento entró Urribarri y lo presentó como ministro de Gobierno, esa fue la única vez que lo vi.
—Pero Grenón desde su lugar mayoritario ¿le dijo alguna vez “la cosas empiezan a ser así, vamos a cambiar el foco editorial del diario”?
—No, obviamente habrá tenido su relación, desconozco sinceramente, porque con Grenón hablábamos de la administración, de cómo se le podía pagar a la gente, cómo llegábamos a fin de mes.
—Hay una denuncia que lleva adelante el juez Carlos Ríos sobre manejos irregulares de dineros con la Mutual de Grenón, de préstamos, de movimientos que hubo en esa etapa del diario ¿Usted está tranquila con esa situación? Porque sus hijos fueron indagados y usted también debe declarar ante la justicia.
—Respecto a eso nosotros presentamos antes que nos convocara el juez Ríos a hacer declaraciones con antelación, todas las pruebas de cómo habían sido los préstamos, las devoluciones, los pagos, y a su vez, en esos tiempos tuvimos por esas denuncias dos investigaciones de la AFIP, con un año y medio de diferencia. Nos investigaban a título personal y a título societario, y en ambas recuerdo perfectamente porque los investigadores eran personas educadas, correctas, pero no dejaban pasar un papelito. Pedían facturas, papeles, los contadores tenían que llevar todo hasta el último libro, fue exhaustiva. Y cuando creíamos que habían terminado, nos pedían otra cosa. Un año y pico duró cada investigación, a título personal y societario, en dos oportunidades. Quedó todo en cero, se terminó. En la causa hemos presentado todo lo de la AFIP y todos los comprobantes de cómo se efectuaron los pagos.
—El fiscal de Estado Julio Rodríguez Signes dijo que iba a investigar la negociación en torno a la parte del campo de ustedes de Santa Elena en función de los reclamos que hacían desde la Escuela Agrotécnica por una situación irregular. ¿Cómo fue la situación?
—Eso es un asunto que sinceramente no lo puedo entender. Es difícil de comprender en qué contexto hay un reclamo, porque tiene que existirlo, algo que haya sucedido mal. Vivía mi marido, el frigorífico Santa Elena en liquidación estaba fundido, tenía que liquidar sus bienes, y hace ofertas a los vecinos porque uno compra lo que le conviene, o lo que está cerca… entonces ofrecieron a Tres Arroyos, a otra gente que no tuvo interés y nosotros compramos lo que era lindero a nuestro campo. Van con una matrícula, con la partida correspondiente, viene una persona que hace la mensura que pone sus mojones y uno alambra de acuerdo a sus mojones. Nos vendieron a nosotros y de ahí nunca nos movimos, porque no es que uno corre el alambrado como quiere, eso es una barbaridad, sería una cosa ilógica, el far west.
—Pero en este tema, el exjuez paceño Carlos Trajtemberg llegó a procesarlo a su marido y a su hijo Juan Diego.
—No fue por esto, nada que ver que por la Escuela. Eso parece un asunto de Macondo de García Márquez, porque fue así: nosotros teníamos un administrador que se llamaba Pío Tirrel, que estuvo 40 o 45 años con nosotros, un irlandés, y tenía un yerno que había sembrado en la parte de camp del frigorífico, decía él que en esa parte había hecho una siembra. Fueron ingenieros agrónomos, dijeron que no venían que había sembrado, nosotros ya habíamos comprado, nos entregaron la posesión y libre de terceros. Esa fue la entrega que nos hizo el gobierno a nosotros. Aparece este señor con un papel donde dice que él tenía arrendado eso a la escuela, no recuerdo si 20 o 25 hectáreas, no que el terreno era de la escuela. Al contrario. Era un papel sin sello, nada. Ese fue el problema. Acá no se discutió, es muy importante, nunca dijo el juez “esto es de la escuela, hay que devolverlo”. Dijo “esto estaba arrendado”, este señor sembró en un terreno que pasó a ser nuestro y ahí hay un error fundamental de fondo, nunca se discutió de quién era la propiedad. El juez aceptó que la propiedad era nuestra, y que se había hecho un perjuicio al nosotros al tomar posesión y no seguir el arrendamiento por parte del señor. Ese fallo, aunque parezca en contra nuestra, fue híper favorable y prueba desde ese momento que ese juez reconoció nuestra propiedad cien por cien.
—Volviendo al diario. Cuando se va Grenón, ingresa el empresario Ramiro Nieto ¿Alguna vez lo conoció?
—Yo lo vi una vez, se acercó a saludarnos que estábamos reunidos en la administración por los temas del diario, estuvo diez minutos y después otra vez me lo crucé en la calle, que íbamos con Sebastián y me dijo “este señor es Ramiro Nieto”. Y nunca más.
—Después entra otro grupo, el de Santa Fe.
—Entra la gente de El Litoral.
—Hubo 85 despidos de trabajadores del matutino. ¿Usted no intentó revertirlo? Porque la mayoría de la gente era de la etapa de su esposo.
—Los conocíamos a todos, no cabe ninguna duda. Lo único que le puedo decir es que nosotros nunca firmamos un despido de nadie, jamás, nadie puede mostrar un telegrama de despido firmado por un Etchevehere. Nosotros al tener una minoría, no podíamos incidir en decisiones mayoritarias. En ese momento la mayoría accionaria de Sociedad Anónima Entre Ríos estaba bajo la ejida de una empresa santafesina, nosotros éramos minoría, no podíamos empezar a mandar telegramas de despidos.
—¿Pero intentó hablar con sus nuevos socios, usted como representante del 33%, para tratar de revertirlo?
—No, no había un diálogo, ellos tomaron la dirección del diario, la redacción y entiendo que había una opción de compra, pero nosotros entendimos cómo era el asunto. Vino dos veces un señor que murió, muy amable, nos notificó que había pasado a esta gente, que se llama Federico Caputo, pero nos dijo que nos iba a mantener al tanto, y poco tiempo después se enfermó y no tuvimos más contacto con él.
—¿Cuánto le duele la realidad de El Diario?
—Mucho, muchísimo, yo con mi marido vivimos a través del diario. Mi marido fue siete veces presidente de ADEPA, eran otros tiempos, los diarios tenían mucha influencia en la opinión general, lo que se decía, lo que no se decía, El Diario era muy independiente, mientras estuvo mi marido jamás fue oficialista de ningún partido, era fuerte, con ideas, participaba la gente de cualquier tipo de pensamiento mientras pusiera su firma y se hiciera responsable de lo que dijera, era un diario para gente adulta, también para gente joven, siempre tuve una gran debilidad por El Diario.
—¿Vinieron a verla los despedidos de El Diario?
—Sí, hablaron con nosotros, pero siempre pienso que de alguna manera o de otra hay que tratar de indemnizarlos como corresponde, esa es la idea. Ahora lo que tenemos que hacer nosotros, de una minoría y de una mayoría, tratar de cualquier manera que El Diario salga adelante para que pueda cumplir sus obligaciones. Ese es el tema, no en discutir quién fue o no fue, acá hay gente que necesita su indemnización, salir adelante, y tenemos que trabajar todos de cualquier forma para que El Diario pueda producir, ser importante, tener opiniones independientes y con esos recursos poder pagarle a la gente, de otra manera no vamos a salir.
—Cuando la Justicia determinó el desalojo de Dolores y la gente de Grabois hizo algunas breves declaraciones y se mostró esperanzada de que en algún momento iba a reanudar su relación con su hija ¿Sigue soñando eso o lo ve lejos?
—Sigo con las esperanzas. Uno puede quedarse en el pasado y al pasado nadie lo puede cambiar, es como está y nadie lo puede cambiar. Vivir en el pasado es una pérdida de tiempo. Hay que tratar de corregir algunos errores que uno pueda haber cometido, y soñar con el futuro. Y obviamente, uno cuando sueña o planea desde el presente, nunca lo planea en negativo, sino en positivo, en una familia no está planeando distanciamiento ni agravios, sino pensando en que las aguas se tranquilicen, que haya paz, que vivamos de otra manera.
Fuente: Cuestión de Fondo - Análisis Digital.