“La gran regla de conducta para nosotros, en lo que respecta a naciones extranjeras, es extender nuestras relaciones comerciales, tener la menor conexión política posible. Europa tiene una serie de intereses primarios, que para nosotros no tiene ninguno, o una relación muy remota. Por lo tanto, ella debe involucrarse en controversias frecuentes cuyas causas son extrañas a nuestras preocupaciones. Por consiguiente, deberá ser una imprudencia para nosotros implicarnos, mediante vínculos artificiales, en las vicisitudes ordinarias de sus políticas, o en las ordinarias combinaciones y colisiones de sus amistades o enemistades.”
Si al lector le dijera que estas palabras salieron de la boca de Donald Trump, bien podría creerme. Pero no. Este extracto forma parte del discurso de despedida de George Washington, primer presidente de los Estados Unidos, pronunciado en el año 1796. Al día de la fecha, el actual presidente norteamericano abandonó el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), el Acuerdo Nuclear firmado con Irán, la UNESCO, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el tratado INF sobre armas nucleares y el tratado de Cielos Abiertos.
El pasado viernes, se agregó un “abandono” más: en una escueta conferencia de prensa de 10 minutos en la Casa Blanca en la que no permitió preguntas, anunció que su país pondrá fin a la relación con la Organización Mundial de la Salud, a la que cuestiona por el manejo de la crisis del COVID-19. Washington quería una mayor exigencia de esa organización para con China, donde se reportó el primer caso de la pandemia. Trump también acusó a China de haber presionado a la OMS para que "engañara al mundo" cuando en ese país descubrieron la enfermedad.
Lo cierto es que este anuncio, combinado con las críticas al régimen chino y a su dominio en Hong Kong, al punto de decir que China no respeta la premisa de “un país, dos sistemas” (la región de Hong Kong tiene un status administrativo especial), tensan aún más la cuerda de las relaciones sino-norteamericanas. Tal es el caso que, hace unos días, el ministro chino de relaciones exteriores, Wang Yi, dijo que “algunas fuerzas políticas de Estados Unidos están tomando como rehén las relaciones entre China y Estados Unidos y empujando a nuestros dos países al borde de una nueva Guerra Fría”.
Evidentemente, los anuncios del presidente estadounidense son normalmente recibidos como un jarro de agua fría por la comunidad internacional. En su abandono al Acuerdo de París, allá por 2017, Trump había dicho: "no queremos que otros países se rían de nosotros. No lo harán. Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburg, no de París. Es hora de poner Youngstown, Ohio, Detroit, Michigan, Pittsburgh, Pennsylvania antes de París". Estas declaraciones adquieren más relevancia en el 2020, año de elecciones en el país del norte, donde el magnate buscará su reelección.
¿Agudizó su retórica confrontacionista contra China para atizar a sus votantes? En una encuesta realizada por el Pew Research Center, un 66% de los ciudadanos norteamericanos consultados declaró tener una opinión desfavorable sobre China. Lo más interesante aún es que, a la hora de dividir a los encuestados por filiaciones partidarias, un 72% de los republicanos (partido del presidente Trump) versus un 62% de los demócratas son negativos sobre la misma cuestión. El sesgo partidario es claramente acentuado.
¿Utiliza a China como un factor de cohesión interno? La situación interna actual se presenta complicada: Estados Unidos tiene la mayor cantidad de contagios y muertes por COVID-19 a nivel mundial. No sólo eso, sino que también presenta cerca de 40 millones de solicitudes de seguros por desempleo. El Departamento de Trabajo precisó que la tasa de desempleo (que en febrero pasado era del 3,5 por ciento) se elevó a 14,7 por ciento en los últimos días de abril, un nivel sin precedentes desde la Gran Depresión de 1930. Por último, el asesinato de manera injusta perpetrado a George Floyd, un ciudadano de ascendencia afroamericana, hizo estallar el país con protestas y saqueos pidiendo justicia.
A pesar de todo este bagaje, el presidente Trump piensa dedicar 25 mil millones de dólares del presupuesto estadounidense para financiar a la NASA en 2021. El mandatario estuvo presente el pasado sábado en el lanzamiento de la cápsula de SpaceX en Cabo Cañaveral, la primera misión tripulada en nueve años, donde declaró que “nadie hace esto como nosotros”. No podemos dejar pasar por alto el simbolismo detrás del lanzamiento: la misión salió de la Plataforma 39, la misma desde donde despegó el Apolo 11 en 1969. Si, la primera misión que llegó a la Luna. Dar algo en qué creer en un momento así es importante.
En fin, podemos visualizar un abandono paulatino y progresivo por parte de Estados Unidos del entramado institucional creado por ellos mismos tras la Segunda Guerra Mundial, allá por 1945. Sumado a los hechos ya relatados, Naciones Unidas tiene 14 agencias especializadas. En 4, su director es de nacionalidad china, contra 1 sola ejercida por un norteamericano. En septiembre, se renuevan las autoridades de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, donde China presentó un candidato para ocupar su dirección, mientras que Estados Unidos no.
La paradoja de un país que, mientras el mundo está sumido en una pandemia, desfinancia y se retira de la Organización Mundial de la Salud, pero a la vez manda una misión tripulada al espacio. No podemos decir que no estuviéramos avisados. La obsesión de cortar lazos multilaterales se ha convertido en la base de su política exterior y coincide perfectamente con el lema de campaña trumpeano: "EE.UU. Primero". Pone de manifiesto el desdén del presidente estadounidense por los organismos y acuerdos internacionales que él considera atentan contra la seguridad o atan las manos de su país. Si George Washington viviera hoy, ¿estaría orgulloso del accionar de Trump?
Fuente: El Entre Ríos.