Estuve un rato pensando. Y seguía sin entender. No como en una duda metafísica, sea lo que esto signifique, como siempre me dice mi tío cuando me ve meditabundo, aunque nunca cabizbajo; ya que eso es otra cosa, una de las tantas que me cuesta entender, y es por qué ponen a esas dos palabras siempre en yunta.
Pero en realidad hasta cierto punto, y aquí hay que hacerle una reverencia a mi tío, por eso que lo cortés no quita lo valiente; y repito hasta cierto punto se trataba de una cuestión medio metafísica, en la que se mezclaban la filosofía con la comida, si es cierto aquello que un profesor en la primera de las dos materias, vecino mío y muy leído, la filosofía se ocupa de las primeras causas y de los primeros principios, algo más o menos así, algo que no recuerdo del todo bien, pero que suena bastante parecido.
Porque la causa estaba, y me desesperaba por encontrarle una explicación, de donde a mis variadas habilidades había sumado, según mi parecer, el poder filosofar, acerca de un tema que a los filósofos, según su decir, y al afirmarlo mienten, no les parece lo más preocupante, ya que como dijo Sancho Panza, y si no fue él, le doy en el palo, primero se trata de vivir, y de la filosofía en su más alto vuelo uno se ocupa cuando tiene la panza llena.
Porque mi problema medio filosófico tenía mucho que ver con el hecho de que cada vez más la gente habla de comidas, y la tele está llena de programas “relajantes” de ese tema, y la muchachada vacila entre seguir siendo un “ni-ni”, o decidirse por una de esas carreras nuevas que, sorpresa de las sorpresas, es la de ser “chef”, lo que significa no otra cosa que ser no un cocinero cualquiera; o sea que no es el caso de las azafatas de las aerolíneas, que ellas sí son solo mozas voladoras, con perdón de todas ellas, tan simpáticas y hasta lindas aunque rubias, algo que para mí es un defecto porque tiro para el lado de las morochas.
Como siempre me enredé, consecuencia de lo rápidamente imparable que va mi pensamiento cuando lo vuelco en el papel y más si no lo hago. Por eso corto y rebobino. Lo que venía diciendo es de la cada vez mayor importancia que se le asigna a la comida, algo se me ocurre inversamente proporcional al acordarme de los pobres, para los que el comer es una esperanza con la que se levantan día a día -y esto que acabo de decir me suena parecido a lo que debe ser en realidad la filosofía- y es por eso que ahora la novedad son las ferias de sabores y los tours para practicar esa parte de la gastronomía que es el yantar.
Entrando por fin en materia, debo decir que la tengo clara, y lo que pasa es que en los lugares donde viven los necesitados, que a veces trágicamente no son casas, se ha dejado realmente de cocinar comida digna de llevar ese nombre, ya que solo en el mejor de los casos se preparan lo que antes se conocía como “minuta”, y ahora que nos hemos americanizado empericándonos hablamos de ellas como “fast food”.
Es por eso que siempre digo que sabor en la comida es el que encontraba en las bolas de puré milanesado rellenas de queso, que marchaban fritas y emperejiladas. Eso por darles un ejemplo, porque mi abuela me contaba que su madre empezaba a cocinar sobre una hornalla de carbón y en olla de hierro apenas levantarse, ese estofado que se iba a hacer cada mes más apetitoso, siempre en la olla y la olla siempre sobre carbones encendidos en una hornalla, hasta que llegaba la noche y con ella el momento de comerlo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)