Es complejo entender qué pasa con nuestra economía, dada la multitud de opiniones divergentes acerca del camino recorrido y, sobre todo, del que queda por recorrer. La neutralidad es descalificada tanto por quienes piensan que jamás se hicieron las cosas tan bien como por quienes piensan que todos los resultados obtenidos son pura cosmética.
Sin embargo, y aún a costa de sufrir descalificaciones, para alguien que tiene que tomar decisiones con su negocio, su empleo, o sus inversiones, sería apropiado tomar distancia de las emociones y tratar de desentrañar dónde estamos, de manera objetiva. La respuesta es difícil de contestar en medio de tanto ruido de opiniones interesadas.
Revisar la historia podrá ser conveniente para la estrategia política, pero no nos dice nada sobre el futuro, que es más importante a la hora de tomar decisiones. La historia ofrece un valor relativo (“estamos mejor que antes”), pero no un valor absoluto (estar mejor no significa estar bien). Para pensar el futuro, deberíamos preguntarnos si los logros acumulados hasta el momento son reales, o si tienen pies de barro y sólo construyen una ilusión.
No cabría poner en duda que algunos resultados son ciertos: el superávit fiscal, y la mejora en el balance del Banco Central, tanto en el activo, con la compra de reservas, como en el pasivo, con la eliminación de los pasivos remunerados y otras fuentes de emisión monetaria. La convicción para sostener esos resultados parece férrea. También hay cambios estructurales que son reales: la Ley de Bases es una herramienta poderosa para fortalecer nuestros sectores más competitivos y para remover obstáculos para hacer negocios. No es trivial que la haya conseguido un gobierno en minoría parlamentaria.
Pero, así como existen estos resultados reales, hay parte de verdad en los argumentos de quienes prefieren enfocarse sobre la continuidad de los problemas. Éstos esgrimen que muchos de los logros fueron alcanzados mediante artificios que no son duraderos. El impuesto PAIS y el retraso en los haberes jubilatorios van a la cabeza. El cepo, la intervención en el mercado de cambios y cierta coerción ejercida sobre el sistema bancario y los importadores, que son claves para explicar la mejora en el balance del Banco Central, tampoco pueden durar mucho más, dicen. El síntoma: desde hace un mes, está costando acumular reservas.
Con todo, las medidas de la mejora en la situación personal no se miden por estos indicadores, tan relevantes para la estabilidad, pero imperceptibles para la gente, a la cual la medida de cómo estamos se las dan el nivel de actividad y la inflación. Los datos más recientes de actividad económica van confirmando que lo peor ya pasó. Es cierto que el indicador agregado esconde una brutal disparidad de desempeño entre los sectores competitivos (agro, petróleo y gas), que crecen con fuerza en comparación con 2023, y los que dependen del mercado local, que siguen en recesión.
La recesión es una consecuencia inevitable del ajuste fiscal y monetario. El éxito del esfuerzo parece estar rindiendo frutos en materia de inflación, que cayó desde más de 20% mensual hace seis meses, a menos de 5% en mayo y junio.
La convicción del Gobierno por no dar marcha atrás hace que los resultados se puedan considerar reales. Que las mejoras reales en materia fiscal y monetaria se traduzcan en mejoras en la calle, que permitan en el tiempo sostener el rumbo elegido, dependerá de la tolerancia popular a sostener la ilusión de que el esfuerzo vale la pena.
He ahí el desafío de gestión. Lo que se hizo, hecho está, y los logros reales conseguidos serán olvidados si no los suceden otras mejoras reales. Para bien o para mal, el Gobierno hizo de la caída de la inflación su principal fetiche y, al hacerlo, vinculó su popularidad a ella. El 5% de inflación mensual es un buen resultado, pero lo normal sería tener 5% anual. Alcanzar ese objetivo, sin modificar algunos de los mecanismos que nos trajeron hasta aquí, podría truncar la ilusión.
Fuente: El Entre Ríos