Es la primera vez que la escritora Selva Almada, oriunda de Villa Elisa, visita Nueva York. Resulta interesante ver cómo le está impactando estar en una de las mayores metrópolis del mundo a una persona como ella, que se ha descripto en alguna ocasión como una “chica de provincia” y que lleva en su nombre, Selva, una conexión innata con la naturaleza.
Por Ana Vidal Egea, corresponsal de El País en Nueva York
De momento dice que la ciudad le gusta y el ritmo de la urbe no parece haber contaminado su carácter. Camina tranquila, habla despacio. Quizá su rasgo físico más distintivo sea su pelo largo canoso. Hay una elegancia natural y relajada en su manera de moverse y de vestir, lleva una chaqueta de cuadros en tonalidades marrones que combina con unos pantalones vaqueros.
Almada ha venido con motivo de la sexta edición de la Feria Internacional del Libro de Nueva York donde participa en varios paneles y seguirá su rumbo a Washington DC, donde participará en el Festival de Literatura Iberoamericana. Su agenda se ha intensificado desde que hace unos meses la traducción de su tercera novela, “No es un río”, con la que culmina la trilogía de los hombres, quedara entre los seis libros finalistas del prestigioso Premio Internacional Booker. Una novela por la que también fue finalista del Premio Bienal de Novela “Mario Vargas Llosa” y con la que ganó el Premio IILA-Literatura
-¿Cómo celebró ser finalista?
-Me reuní a comer y beber con mis editores y un grupo de amigos cuando la novela pasó a la lista larga de finalistas. Y después volvimos a juntarnos los mismos, por eso de la kábala, a celebrar que había quedado en la lista corta. Fue inesperado y me hizo muy feliz, especialmente por el trabajo de la traductora Annie McDermott y de la editorial independiente Charco Press, que está traduciendo a muchas escritoras latinoamericanas y creando un catálogo hermoso.
-Las escritoras latinoamericanas están en ebullición.
-Sí, y me llena de orgullo ser parte de una generación tan potente de escritoras latinoamericanas. Creo que hemos existido siempre, pero se nos daba muy poca visibilidad: nuestros libros apenas circulaban y creo que quizá había ciertos lectores masculinos que no se atrevían a leernos por prejuicios que les hacían pensar que solo escribíamos literatura para mujeres. Parte de nuestra fuerza es que somos muy diversas y cada una hacemos un trabajo propio con el lenguaje, lo que hace que nuestros libros sean interesantes.
-Sus tres novelas conforman una trilogía sobre el universo masculino, ¿ha tenido feedback de algún lector hombre?
-En ferias y eventos de firmas de libros los varones se suelen acercar a conversar conmigo sobre los libros. Creo que muchos se reconocen, con espanto, en los personajes y eso los ayuda a reevaluar sus conductas.
-Para conocer sus inicios. ¿Qué fue lo que la inspiró a escribir?
-La revelación para mí fue leer dos obras de Juan Carlos Onetti, “El astillero” y “Juntacadáveres”, que tenían en común al mismo personaje. Me impactaron tanto la trama como los personajes y la pluma, que me parecía deslumbrante. Tenía 20 años y me dije que quería hacer ese tipo de escritura.
-¿Y qué fue lo que le hizo dedicarse completamente a la escritura?
-Habían pasado 15 años desde que comencé a escribir, tuve un maestro durante mucho tiempo. Publiqué algunas cosas en editoriales muy pequeñas. Y de pronto, en torno a los 35 años decidí que era hora de trabajar solo en trabajos relacionados con la literatura, así que dejé mi trabajo en la farmacia de un hospital donde llevaba seis años. Muy poco después publiqué mi primera novela, “El viento que arrasa” (Mardulce, 2012), que tuvo mucha repercusión en Argentina.
-Una novela que la directora Paula Hernández ha adaptado al cine en una película con el mismo nombre.
-Sí. Yo no participé en el proceso de adaptación y solo vi la película cuando ya estaba hecha, pero me gustó mucho. La mirada de Paula Hernández está muy presente a la vez que se mantiene el espíritu del libro.
-¿Qué está escribiendo ahora?
-He empezado a escribir una novela que todavía no sé hacia dónde va. El personaje es una casa que lleva diez años vacía porque sus dueños han desaparecido.
-¿Y cuál es su proceso de escritura?
-Ahora estoy en modo búsqueda pero cuando ya vislumbro la novela escribo todos los días, normalmente unas cuatro horas desde el mediodía hasta la tarde y me suelo poner objetivos. Luego tengo que parar y hacer otra cosa. Paso tiempo en mi librería, Salvaje Federal, que empezó a funcionar en 2020 y desde la que organizamos eventos y un festival literario itinerante que se llama Salvaje. La librería quiere contribuir a la circulación de literatura escrita y editada en las provincias y acercarla a lectores de toda Argentina. Por eso leo principalmente a autores argentinos.
-¿Cómo fue la relación con su pueblo, Villa Elisa, una localidad que tenía por entonces en torno a 5 mil habitantes?
-No tengo una mirada romántica hacia los pueblos. Para mí son lugares opresivos, que suelen ser muy conversadores, la mirada está puesta en uno todo el tiempo y resulta difícil vivir y sobre todo ser mujer. Desde los 9 años mi sueño era escaparme. Pero como universo narrativo los pueblos son maravillosos y me gusta incluir el lenguaje de los lugares pequeños, los dichos populares. En mis libros utilizo un lenguaje popular de clase baja, juego con toda la materia de la oralidad en la función más poética que pueda (no me interesa la función documental). Exprimo el corazón poético de lo popular para llevar la lengua de lo popular a la belleza.
-Lleva 24 años viviendo en Buenos Aires, ¿cómo vive la llegada de Milei?
-Es horrible.
-¿Se plantea irse?
-Cuando las cosas están mal en mi país, me sucede que me dan ganas de quedarme y presentar resistencia. Y aprovechar las ocasiones que se me presentan para manifestar públicamente que la pobreza se ha agudizado muchísimo desde que llegó al poder y que se dan situaciones de vergüenza, como que la Policía reprime a ancianos de 70 y 80 años que se manifiestan. Pero para mí no es una opción irme. Se trata de un fenómeno mundial esta tendencia a que gobierne una derecha sin cultura ni educación.