Al menos los interesados en la política esperamos con ansiedad y expectativa el primer debate presidencial realizado en Santa Fe, seguramente el exceso de optimismo nos termina siempre jugando una mala pasada, ante el sabor amargo de la permanente decepción.
Cada uno de los candidatos presidenciales le habló únicamente a su electorado, sin ninguna novedad, y la pirotecnia verbal bizarra a la que nos tienen acostumbrados la totalidad de los dirigentes políticos, e incluso los replicadores de dichas manifestaciones, ya que la noticia del otro día era el dedo acusador y los celulares de los jubilados, como sí nuestro país no tiene cuestiones estructurales más importantes o urgentes.
Seguramente cada candidato consolidó su electorado, salvo las imágenes un tanto desdibujada de Lavagna y matices de Centurión, los demás le hablaron a sus militantes, simpatizantes o núcleo duro.
Todos recordamos el debate de la segunda vuelta, hemos visto hasta el hartazgo el cruce con Scioli y el actual presidente, donde pareciera que el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires tuviese el oráculo, que le permitió acertar con su diagnóstico.
Quedará seguramente en cada uno de los lectores juzgar sí Macri mintió y pensaba hacer todo lo que expresó Scioli; o, por el contrario, demostró una profunda incapacidad, sí es que efectivamente no pretendía hacer todo lo que terminó haciendo.
Saliendo de este juego de palabras, de mentiras y promesas, nos queda insisto el sabor amargo de que nadie le habla al tercio restante, o se lo hace desde una ingenuidad que resulta casi insultante, porque en definitiva ese sector que no está comprometido ideológicamente es quien apela al sentido común: ¿qué van a hacer?, ¿cómo lo van a hacer?, ¿por qué no lo hicieron antes?, son algunas de las preguntas del ciudadano de a pie, y sobre todo ¿en qué me beneficia a mí este o aquel candidato?, porque venimos manifestando desde esta columna desde hace años, en la soledad del cuarto oscuro, es razonable que el elector vote pensando en su familia, en su situación laboral y económica, y no en un voto que piense en el bien de todos a costa de uno.
El voto vergonzante, el que surge de la espiral de silencio, aquel que nos termina sorprendiendo, es el voto objetivo, el que juzga desde la simpleza, el que se desapega de las antinomias, el que no compró el buzón de la grieta, del pasado y del presente.
Son esos ciudadanos quienes comparan lo que ven dentro de la heladera, o en el cajero automático a fin de mes, quienes ven sí llegar a cubrir las cuentas se transformó en una odisea, o por el contrario sí han logrado una notable mejoría.
Son los ciudadanos de a pie los que juzgarán el valor de la transparencia, los conflictos de intereses o el involucramiento en temas de corrupción.
Por eso insisto en que el debate fue para el onanismo militante, para la autosatisfacción ideológica, pero que poco contribuyó para despejar dudas, o lograr en definitiva captar más votos. Parece hasta un análisis de mal gusto, pensar este debate en términos de ganador o perdedor, en su defecto quien termina perdiendo es la gente, esa entelequia que nadie puede precisar que es.