Economía y política

Una buena semana para Milei

Milei con Trump

La inflación de 2,7% en octubre significó un espaldarazo para el presidente Milei: el plan marcha bien. Esa cifra fue 0,8 puntos porcentuales por debajo de la de septiembre, y fue menor a la que predecía la mayor parte de los economistas. La caída de la inflación es un sostén clave de la popularidad de Milei y de su gobernabilidad. Por eso mismo, el 2,7% de octubre desató repercusiones en varios frentes.

En lo económico, el efecto inmediato fue la revisión de las expectativas de inflación. En el último Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM), la encuesta mensual del Banco Central, se esperaba una inflación de 3% para octubre: dio 2,7%. Para noviembre, el pronóstico de inflación estaba en 2,9%, y para los próximos 12 meses en 35%. Luego del número de octubre, varios economistas les están comentando a sus clientes que esperan revisar sus proyecciones de inflación para 2025 hacia un rango de 20% a 25%.

En los mercados financieros, que en pocos meses pasaron de la negación al estupor, la reacción los llevó a transitar, sin escalas, el paso a la celebración. La actitud que hoy tiene gran parte del universo de inversores financieros parecería resumirse en una pregunta: “¿qué puede salir mal?”. Los buenos números de la economía y el optimismo en el mercado hicieron que bajaran el dólar blue y los futuros de dólar, mientras que subieron los bonos y las acciones, a contramano de lo que hubieran sugerido las caídas de las monedas globales contra el dólar y la suba de las tasas de interés internacionales. El Banco Central volvió a comprar dólares y los depósitos en la moneda estadounidense llegaron a nuevos máximos, lo que da mayor credibilidad al proceso de acumulación de reservas y mejora las perspectivas respecto de la capacidad de pago de la deuda externa.

El Presidente, a quien los números de la economía más le sonríen, también reaccionó. No sólo se trata del IPC y de las subas de precios de los activos financieros, sino que también se confirma la seriedad para consolidar el superávit fiscal, ancla principal del programa. El superávit es clave para que baje la inflación, y esta baja es clave para que se recupere el nivel de actividad, a partir del crédito. La mejoría empieza a extenderse a la mayoría de los sectores de la economía.

Milei aprovechó el buen momento para ratificar que todo marcha de acuerdo con su plan, y que, de mantenerse los números de inflación en el nivel actual durante noviembre y diciembre, el ritmo mensual de la devaluación administrada bajará de 2% a 1%. La teoría detrás de este movimiento es que el 2% dejó de ser un ancla para la inflación, y que ahora le pone un piso.

Milei también dijo que, cuando la inflación se estabilice durante tres meses en torno a 1%, se eliminará el cepo. Su llamado y posterior reunión con el presidente electo de los EE.UU., Donald Trump, parece haberlo llenado de tanto entusiasmo como al mercado financiero.

Así como reaccionaron la economía, los mercados y Milei, también reaccionó la oposición. Por lo bajo, algunos dirigentes reconocen el éxito de la lucha contra la inflación, y deben andar de debate en debate respecto de celebrarlo (como ciudadanos) o lamentarse (como políticos). Lo cierto es que la popularidad del Presidente se mantiene alta, y que esa popularidad le permite gobernar y dominar la escena política.

El fracaso en la convocatoria a reformar la ley que regula los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) es un indicio de que la oposición está confundida, a la defensiva, y de que las cosas no marchan de acjerdo con su plan. Es interesante que sea el kirchnerismo quien lidera el debate por los DNU: es la fuerza que engendró el esperpento que permite al Ejecutivo legislar, en contra del espíritu de la Constitución, y es la que más abusó de esa facultad. Querer ahora revertir la propia creación tiene un tufillo a capitulación.

Los números le sonríen a Milei, y mantienen encandilados a los inversores financieros. ¿Qué puede salir mal? Nuestra historia nos debería advertir contra la simpleza de creer que esta vez todo será diferente, con la corazonada como principal sostén de la creencia. Cuando no fue la economía local, fue la política, y cuando no, una sequía o algún desequilibrio financiero en el resto del mundo, o en la propia Argentina, que está cerca de momentos de euforia y más vulnerable que cuando estaba con precios de remate. No se trata de ser agorero, sino de desear que todo salga bien, sin dejar de estar atentos, por si algo sale mal. En Argentina, la guardia siempre debe estar alta.

Fuente: El Entre Ríos