Es que al parecer hemos aquí y ahora, en estos precisos momentos, logrado lo que parecía imposible y todo de una sola vez. Algo que en lo que los círculos académicos se pintaría como una revalorización del delincuente como persona por un lado y del otro el reconocimiento que una institución de represiva se haya vuelto poco menos que un instituto universitario de posgrado.
Mi abuelo siempre me hablaba de la existencia de “malhechores”, una palabra que en mí, vaya a saber por qué, me hacía, al escucharla, ponerme la piel como de gallina. Es que recuerdo que me explicó un día que un malhechor es alguien que es más que eso, porque es, y no es, solo alguien que las cosas las termina haciendo. Porque las cosas mal hechas por lo general son las que hace un chambón; pero bien se da el caso y son muchos de la existencia de malhechores chambones, porque de no ser así no terminarían donde casi siempre lo hacen y se los ve entrando y saliendo, ya que se los llama así mirándolos con otros anteojos. De donde no se le llama malhechor a los chambones, sino a los que se malquistan con la ley, de donde malhechor viene a ser sinónimo de delincuente. Lo que vendría a explicar, ahora me doy cuenta, mi piel de gallina.
Pero ahora las cosas han cambiado. Y existen numerosas categorías de malhechores, algunas de las cuales no se las comienza a ver como delincuentes.
No es el caso de los homicidas, ni de los abusadores sexuales, ni de los pedófilos, que ahora se han puesto de moda, dicho esto porque aparecen todos los días en las noticias -lo digo para que se me entienda bien y no se me malinterprete-, y de vez en cuando los agarran in fraganti o casi; si hay gente a la vuelta, no se esperan a que llegue la Policía, y sin más se trata de lincharlos, lo que no sé por qué clase de fortuna si la mala o la buena, a veces no se logra el objetivo. Lo mismo que pasa con tantos a los que se les ha dado por achurar mujeres, delito que se ha visto jerarquizado al convertirlo en fe-mi-ni-ci-dio.
Me estoy refiriendo ahora a otra clase, a los que se muestran como amigos de lo ajeno, los que han dejado de considerarse malhechores, y se los ve ahora divididos en dos categorías. La primera es la de los políticos presos, que han pasado a considerarse presos políticos, y la otra es la de los ladrones de diversas especialidades, como entraderas o salideras o aprovechadores descuidistas callejeros.
Es que en este caso no hay lugar para confusión alguna entre políticos y presos, a ver cuál es la palabra que va primero, y todos sin excepción han ido mejorando su estatus, comenzando tímidamente por tratar de diferenciarlos en malhechores con códigos y sin códigos; clasificación en la que los primeros jugaban con ventaja, ya que era casi bien visto, hasta que se ha terminado -según he escuchado- por reconocerlos más que por “laburantes informales del afano”, para darles la categoría de profesionales. Hay algo que no me termina de cerrar, porque no sé cómo reaccionaría si al preguntarle, yo que soy tan curioso, a alguien por su profesión, escuchara como respuesta “de profesión, ladrón experto”, por ejemplo…
Lo que no me queda claro es qué pasaría si se sigue avanzando en esa línea, y de ser coherentes, llegara el día en que las cárceles dejaran de serlo, para convertirse tan solo en escuelas de malhechores, es decir transformarse en otra cosa. Dejemos de lado lo que me parece fantástico que es que a los presos se les enseñe a jugar al rugby, porque según me han dicho es una escuela de vida, que sirve para canalizar la adrenalina de una manera correcta y evitando posibles desvíos. También que cada vez los reclusos puedan aprovechar ese largo hueco vacío que es el estar preso, llenándolo con estudios hasta universitarios.
O que en cualquier momento se comience a ver que hay prisiones que por la forma en que son tratados sus alojados, se las verá algunas sin ninguna estrella y otras que cuenten con diez, porque no es el caso de tratarlos a todos de la misma forma.
Pero la duda que me carcome, es si en el caso de ladrones de profesión o ladrones profesionales, se las verá poder concurrir a cursos universitarios de post grado en lo que se habrá convertido en una nueva disciplina académica, dictada por profesores que por la calidad y cantidad de su prontuario se los tiene por diplomados.
En fin, como dice mi tío, tenemos una habilidad mayúscula para trastrocar lo bueno en malo. Es que recuerdo con qué orgullo hablaban algunos de haber sido educados en la “universidad de la calle”, y miren ahora en lo que estamos terminado (¡!).