Un ejemplo de que las cosas suelen ser de ese modo, lo encontramos en los actos en que se presta un juramento. Algo que, conviene aclararlo, nada tiene que ver con lo que significa “jurar en vano”, sino con la pérdida del valor que es necesario atribuir a un juramento.
Esta y las consideraciones que siguen, son provocadas por la fórmula utilizada por una flamante concejal concordiense, quien al prestarlo, según ya lo hemos informado, lo hizo jurando por “la patria, el honor, los santos evangelios, la santísima Virgen María, su familia, los compañeros militantes, el colectivo LGBTIQ, y especialmente por las compañeras y compañeros trans que aún siguen siendo discriminados y ante el pueblo que la ha elegido para desempeñar fielmente el cargo de Concejal de la Municipalidad de Concordia observando y haciendo observar la Constitución Nacional y Provincial, las leyes y la legislación municipal”.
No se trata, y eso debe quedar también muy claro, de cargar las tintas sobre un comportamiento que, es de lamentar, se ha hecho en la actualidad frecuente, ni por supuesto sobre la persona actuante; sino tan solo tratar de explicar un hecho que es, al menos, indicativo de una tendencia.
Algo que nos obliga a remitirnos a uno de los tantos relatos vinculados con los orígenes de la humanidad, y que alude a la Grecia de una quimérica Edad de Oro, en la que era desconocido el juramento por la sencillez y cordialidad entre los hombres.
De allí que se señalara también que los juramentos nacieron al mismo tiempo que los hombres, esa carne débil, se comenzaron a engañar entre sí. Y existe en abono de esta creencia, la remisión que hace un autor a los dichos de Hesíodo, un poeta griego, quien habría afirmado que “la Discordia, hija de la Noche, lleva consigo las querellas, las mentiras, los embrollos, las palabras capciosas y por fin el juramento”.
Sea o no cierto lo que se acaba de relatar, se hacen presentes los dichos de un historiador del antiquísimo Egipto, que afirmaba que hubo un tiempo “en Egipto, cuando el hombre divinizaba sus pasiones y sus vicios, el juramento siguió la suerte de la religión y los egipcios no sólo juraban por sus dioses Isis y Osiris con forma humana, por el Toro Sagrado Apis y el cocodrilo Sobek, sino también por el ajo y otras yerbas y legumbres, fáciles deidades, que sembraban y cogían en sus jardines.” Algo que nos lleva a preguntar si no nos estamos volviendo a esos tiempos fantasiosos.
Y a ese respecto, no se puede menos que traer a colación las ridículamente fantasiosas fórmulas empleadas por legisladores brasileños, cuando convirtieron su voto, cantado a viva voz en la sesión en la que se decidía la destitución de la entonces presidenta Rousseff, en un remedo de juramento, al invocar en sustento de su opción, ya sea por la destitución o su rechazo, a un sinnúmero de estrafalarias fantasías.
Corresponde ahora recordar que, el juramento en el sentido que se le da a la palabra, es pronunciarlo como cumplimiento de una promesa, o afirmando la verdad de un hecho, poniendo a algo como testigo. Y en caso del juramento religioso, significa poner a Dios como testigo. Aunque no está demás aclarar que en el campo del derecho al quebrantamiento de un juramento, se lo tiene por un el delito de falso testimonio, que se comente cuando se presta una declaración bajo la condición de decir verdad.
De allí que, en tiempos como los que nos toca vivir, no resulte extraño que cada vez se asigne menor valor al juramento, aunque se lo siga utilizando, sobre todo en los casos en que es sobre todo y lamentablemente una formalidad que reviste a un acto solemne. Tal el caso de un Presidente que al asumir su cargo jura cumplir y hacer cumplir la Constitución. O el de esos novios que en medio de una ceremonia religiosa, que puede ser inclusive una con misa de esponsales, prometen permanecer juntos hasta que la muerte los separe.
Cerrando el círculo, habría que hacer una referencia a lo que acontece con otra forma de comprometerse que corre paralela al juramento, cual es lo que se conoce como “el empeñar la palabra”. Un correr paralelo que lo es también en lo que hace a su desvalorización, ya que son pocas las palabras que se admiten como prenda.
Vano es entonces el hacer un revoltijo de personas y de cosas a las que se ponen como testigo de un compromiso, cuando hay dudas del valor de la palabra que ha quedado sin precio que permita darla en prenda. A la vez que no es por nada que existe un refrán que advierte que “no se debe mezclar a Dios con cosas puercas”.