Por Rubén Pagliotto
A propósito y releyendo a Heidegger que decía estas cosas, cuánta y sustancial razón tenía. Y tiene.
Decía el filósofo alemán: “pensar sólo acontece como aprendizaje, pues el pensar mismo está siempre de camino hacia el pensar”.
En la U.C.R., que siempre nos jactábamos de tener y practicar un pensamiento crítico y ser autónomos e independientes, a juzgar por lo que indica la realidad, hemos entregado resignadamente ese principio rector y fundacional, que es por otra parte ratificado Krausianamente, a grupos y facciones políticas que sostienen y practican ideas muy diferentes a las nuestras, inspiradas en otras fuentes y visiones. Adviertan en la familia radical, que nuestros socios de la anémica UTE electoral, adscriben claramente a la Internacional Liberal y nosotros, hasta donde sé y me consta, a la SOCIAL DEMOCRACIA, a la que ingresamos gracias al empuje final que dio sabia y decididamente Raúl Ricardo Alfonsín, quien gozó y goza, de un enorme prestigio internacional.
Abundando un poco más, Horacio Oyhanarte, biógrafo y amigo íntimo de Yrigoyen, refería en relación al Krausismo profesado intensamente por aquel, que: “Ya en sus comienzos nomás –dice- este espíritu alto y selecto venía sintiendo esa sed sagrada que hace buscar a través del tiempo y del espacio la comunión con los espíritus inmortales, la amistad de los libros... La filosofía espiritualista con sus ensoñaciones y voceros iluminados, le atrajo subyugándole... Pero, a quien ha frecuentado con mayor predilección es al sucesor de Ahrens en la Universidad de Bruselas, el clásico Tiberghien. Es éste –agrega- un filósofo espiritualista lleno de encantos complicados y de razonamientos puros”. Era necesario decir estas cosas, porque esto explica al invencible doctrinario que hay en el doctor Yrigoyen y por qué nosotros, sus legatarios, debemos ser feligreses de la misma. Un convencimiento no nace, como muchos creen, sólo de su carácter: se rectifica y se confirma en su ciencia, en sus vastos conocimientos de derecho político, de finanzas, de economía y en su firme comprensión de la filosofía de la historia.
Me extendí un tanto y puse el foco en Hipólito Yrigoyen, para dar cuenta fundadamente, por qué considero que estamos siendo colonizados por otras corrientes, sin ninguna necesidad, sin perjuicio de que sea válido y necesario, actualizar (i.e., aggiornar) las ideas y prácticas del partido; pero eso sí, sin abjurar jamás de su esencia ni de sus principios fundacionales que conforman su indeleble sello identitario.
Soy también consciente, y creo que todos coincidiremos en ello, que estamos hace ya bastante tiempo, en medio de una batalla cultural de enormes y desconocidas dimensiones, acaso, prediluvianas, pero agravada hasta el paroxismo desde la aparición de Javier Milei, quien le ha sumado a la coyuntura, desquicio, rompimiento de ciertos códigos de eticidad que debieran ser inalterables e insustituibles, falta de sensibilidad y la restauración de un darwinismo social muy marcado con pizcas de falta de humanismo y perspectiva política, despojado de sentimientos y de lo que se llama empatía.
Es decir, para ser más explícito todavía, esto es la consagración abierta y oficial de una cultura que prontamente nos exhibirá, sin vergüenza y con bochornoso e impúdico desparpajo, como los rostros vergonzantes de un mundo que mide sus valores en cifras. Tenemos frente a nosotros, por imperativo ético insoslayable, la obligación republicana, de dar dura e infatigable batalla contra este monstruo que se está levantando y que, de permanecer inmóviles y silentes, nos hará retroceder en cuatro patas hacia un camino sin retorno.
Hay que aunar esfuerzos y voluntades con otras fuerzas partidarias y organizaciones sociales que participen de similares principios y que, más allá de las diferencias y matices, seamos capaces de priorizar coincidencias y generar una positiva y dinámica sinergia, con aptitud y volumen para resistir estos embates de una derecha reaccionaria, negacionista, neocolonial y entreguista, que reniega del rol del Estado y abjura con inusitada violencia del diálogo racional que exige la democracia, pretendiendo aniquilar irresponsable e insensiblemente conquistas y derechos sociales que ningún argentino o argentina de bien estamos dispuestos a entregar indignamente.
Sólo y únicamente depende de nosotros. Esto nos urge e interpela, y así debemos actuar antes de que sea demasiado tarde.