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Todos estamos tan atentos a las vacunas contra el covid19 y a la forma en que se están ensayando, que no se nos habrá escapado la palabra placebo. Del grupo en que se aplica la vacuna, ésta como tal se inyecta solo a la mitad, a la otra se inyecta una sustancia inerte que es el placebo (que imita exteriormente las características de la vacuna). Ni el que las recibe, ni el que las inyecta saben quién recibe cual, esto se revelará al final del estudio, cuando se llegue al número que se consideró necesario.

Allí, como en el día postrero, se revelará quién es quién y si hubo diferencias en el número que enfermaron entre los que recibieron la vacuna o en los del simulador, el placebo.

Esto se llama estudio a doble ciego: ciego el profesional que la aplica y ciego el que la recibe. En forma más frecuente, el bondadoso médico que le daba a mi prima un comprimido de vitaminas, estaba muy probablemente recetando sólo un placebo, pues mi prima no estaba flaca, comía muy bien y solo se debilitó un poco ¡cuando el novio la dejó! ¡Y cuánto mejoró con esas vitaminas!, cierto que acompañadas de buenos consejos y el hacerle reflexionar que quizás fue mejor que el muchacho se esfumara.

La palabra placebo viene de la edad media; recordemos que alguien aseguró que el mundo moderno estaba lleno de ideas medievales, que se habían vuelto locas. Pues sí: en esa época era frecuente que se pagaran lloronas para que concurrieran a las misas de difuntos a cantar: "Placebo domino in regione vivorum", o sea, "Complaceré al Señor en la tierra de los vivos" (Salmo 116).

Las lloronas eran como suplentes, simulaban a los parientes. Desde esos tiempos cayó la palabra placebo, que a partir del siglo XVII fue usado por los médicos como algo que aliviaba y placía. Y ahora se sigue usando y con una notable eficacia.

Busquemos una definición más correcta: "una sustancia que, careciendo en sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto curativo en un enfermo que la recibe convencido de que dicha sustancia tiene realmente esa acción".

Muchos médicos se sorprendían mucho cuando vieron que, en ocasiones, el placebo daba un beneficio, lo explicaban como "sugestión", pero ésta también tiene su mecanismo.

En tiempos más recientes esto fue estudiado en profundidad y se supo que el placebo despierta y pone en acción una cantidad de circuitos bioquímicos en el sistema nervioso, que justificaban la mejoría percibida. Un placebo puede disminuir la frecuencia cardíaca, la tensión arterial, la temperatura corporal, el nivel de colesterol, la depresión, algunos dolores.

En ocasiones las respuestas pueden ser tan prolongadas como bajo un tratamiento específico. Claro que el efecto no se logra si entregamos una receta a las corridas, "que me esperan en el golf", no doctor: hay que sentarse, escuchar al enfermo, revisar, explicarle que le dará un medicamento que en otras ocasiones similares le resultó muy efectivo, tranquilizarlo y citar en un plazo razonable, habiendo el profesional mentalmente descartado las patologías que hubieran indicado otro tratamiento para una definida enfermedad.

Ahora, el efecto placebo actúa también cuando se indican medicaciones específicas; los medicamentos para la presión arterial pueden tener efectos variables según la forma, el cómo y por quién se indican. Y se ha visto que pueden a veces interrumpirse tratamientos prolongados, en artritis o asma por ejemplo, intercalando períodos de placebo solamente y retomando luego la medicación anterior, sin que la dolencia bajo tratamiento empeore.

En los circuitos bioquímicos que se ponen en juego participan numerosos transmisores: sistema opioide, dopamina, serotonina, sustancias parecidas a la marihuana, colecistoquinina (que es segregada por el duodeno y el intestino delgado).Vemos que muchas de estas sustancias están emparentadas con algunas que conocemos por su uso como drogas psicoactivas, pero que aquí son sintetizadas por el mismo sistema nervioso para su diario funcionamiento y se han delineado los circuitos nerviosos que se ponen en juego. El placebo despierta mucho de esto, o mejor, la fe en el placebo, así también la oración y la meditación.

Y el placebo que ignoran si han recibido los voluntarios, ¿no aumentará las defensas contra el virus? Escuché a gente que participan en uno de esos ensayos que parecen convencidos ya que están vacunados, cuando todavía no se abrieron las claves. Se puede jugar con la apariencia de un placebo; el color, el tamaño, el número de veces y circunstancias en que se toman, pueden influir en el resultado.

Creo importante recordar al Dr. Henry K. Beecher (1904-1976) médico norteamericano, primer jefe de anestesia del MGH Boston, y primera cátedra de anestesia en el mundo, quien realizara estudios pioneros en el tratamiento del dolor con morfina y placebo.

Siendo cirujano en la Segunda Guerra Mundial, estudió 225 soldados heridos y reparó que la intensidad de dolor no está relacionada con la gravedad de la herida y que era menor en los soldados que en los pacientes que se recuperaban de la cirugía habitual. Pero quizá su contribución más importante fue su artículo "Ética e investigación médica", que publicó el NENG.J of Med en junio 1966, donde sentaba las bases de cómo debía aplicarse la ética en la investigación científica, con 32 ejemplos demoledores de estudios científicos publicados en revistas de jerarquía, que no seguían principios éticos básicos.

Fue en gran parte la base de la creación de los comités de ética en los hospitales, de los cuales el mismo Dr. Beecher llegó a recelar argumentando "que la presencia de investigador inteligente, informado, consciente, compasivo y responsable ofrecía la mejor protección para la investigación en seres humanos". Creo que querríamos para nosotros un médico de cabecera así.

HK.Beecher abogó también por la implementación del consentimiento informado, ahora de uso diario en prácticas comunes. Leía diariamente un capítulo de la Biblia y dicen que tuvo en cuenta las palabras de Pío XII: "La ciencia no es el mayor valor al que todos los valores deben estar subordinados". ¿Nos recuerda otra frase reciente, de la misma tribuna?

Cuando un paciente está recibiendo un placebo y comienza a manifestar síntomas nocivos a él atribuidos, estamos en presencia de un nocebo. La palabra fue acuñada por W. Kennedy en 1961 y significa "yo daño", una cualidad propia del paciente y no del placebo, que sabemos inerte, ni de un remedio eventual. Un medicamento puede producir síntomas indeseables, colaterales o los propios de un nocebo (difícil distinción).

Se ha visto que la publicación del efecto no deseable de un medicamento produce un aumento exponencial de casos similares; así, los dolores musculares que sufren aquellos medicados con drogas que disminuyen el colesterol se atribuyen hoy día más al efecto nocebo.

En el 2018 se presentó un trabajo en el que la mitad de los participantes en estudios bajo placebos presentaban efectos adversos. La sugestión mental puede producir hipersensibilidad al dolor y alodinia (percepción dolorosa de un estímulo táctil). Mediadores químicos, en particular la colecistoquinina, están involucrados en la aparición de éstos síntomas.

Está claro que tenemos en nuestro sistema nervioso central mecanismos facilitadores e inhibidores del dolor que pueden ser gatillados por expectativas, sugerencias verbales, fármacos, aprendizajes sociales y el medio ambiente. Y si la colecistoquinina, que logra vaciar la vesícula biliar en el momento oportuno, está metida en esto, quizás sea cierto que el hígado y su vesícula sean la causa de nuestros malhumores, dolores de cabeza y otras incompetencias para vivir, como se cree vulgar y equivocadamente, como tantas cosas que creemos.

Desde el canto de aquellas lloronas del Medioevo, llegamos a todas estas redes de substancias químicas que nuestro cuerpo produce y de las que somos cautivos, que ya nos dan alivio y ya dolor.
Fuente: El Entre Ríos

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