La clásica dualidad argentina se vio reflejada recientemente en redes sociales. Mientras los defensores de la gestión compartían infografías que mostraban que el peso fue la moneda que más se apreció en términos reales, o en lenguaje más triunfalista: la moneda que mejor desempeño tuvo en el año, los detractores o escépticos señalaban los peligros de la apreciación de la moneda local.
Analizaremos en primer lugar las 2 versiones del párrafo precedente: la que alerta sobre un país “caro en dólares” y la triunfalista. La tercera es meramente hipotética.
Primera Versión: La Argentina está cara en dólares
Sostenida incluso por economistas favorables al liberalismo clásico, tales como Roberto Cachanosky y Carlos Rodríguez, se alerta sobre el riesgo que produce un tipo de cambio nominal creciendo apenas al 2% mensual (luego de la devaluación de diciembre pasado que elevó el precio del dólar en un 100%) mientras la inflación ha superado con creces dicha cifra cada mes. Incluso, a pesar del espectacular proceso de desinflación, el IPC sigue creciendo por encima del 2%.El problema planteado se puede resumir así: mientras los precios han subido por el ascensor, el tipo de cambio oficial lo ha hecho por la escalera, por lo que el tipo de cambio real ha disminuido y, consecuentemente, la competitividad ha mermado.
Ya no vemos oleadas de uruguayos por los comercios de Concordia o Gualeguaychú, más bien se espera que enero encuentre a una multitud de argentinos disfrutando de las playas de Brasil.
En esta línea, en un reciente reportaje por radio Mitre, Roberto Cachanosky aseguro tajante ante su entrevistadora "Estamos parados en una gran ficción, Argentina está carísima en dólares".
Por su parte, Carlos Rodríguez, advirtió que el tipo de cambio real multilateral se encuentra un 9% más bajo que en abril de 1997, es decir cuando el plan de Convertibilidad, contaba ya seis años.
Versión 2: El peso se aprecia gracias al ordenamiento macroeconómico
Al respecto, Ramiro Castiñeira, economista cercano al presidente, en su cuenta de X, escribió, entre otras palabras elogiosas, lo siguiente “Una economía débil tiene moneda débil. Una economía fuerte, tiene moneda fuerte", agregando que “Ahora hay superávit fiscal, comercial y energético. Se apagó la maquinita, superávit fiscal 2025 está asegurado” .La aprobación por parte del ministro Caputo de dicho mensaje en la misma red social, confirma por dónde va la visión del gobierno: no se trataría estrictamente de un “atraso cambiario”, más bien estaríamos ante un fortalecimiento inevitable del peso dado el vertiginoso ordenamiento macroeconómico y las perspectivas favorables para el año siguiente.
Versión 3: La hipótesis de fortalecer el peso para una eventual competencia de monedas
Esta versión, parte de las anteriores, y no pretende contrariarlas, solo plantear una intencionalidad tácita adicional. Como se anticipó, es meramente hipotética. Se fundamenta entre otras cosas, en las siguientes consideraciones:- El presidente, basado en las ideas del referente de la Escuela Austríaca de Economía, Frederick Hayek, defendió en campaña la propuesta de competencia de monedas, la cual llevaría, según afirmó, a una dolarización a raíz de la preferencia histórica de los argentinos por el billete verde.
- Muchos votantes se entusiasmaron con tal propuesta, y hoy sienten algún grado de decepción: no hay compencia de monedas y tampoco fecha de vencimiento para el Cepo. A Milei le pesarían estos cuestionamientos.
- La curiosa afirmación del presidente, en julio del corriente: “Como venimos diciendo desde enero, el peso será la moneda escasa y demandada…”.
En base a lo dicho, podría inferirse que, quizá Milei y su ministro Caputo, no busquen ni deseen la dolarización. Al menos no por el momento. Más bien estén preparando al peso para una eventual competencia de monedas, en la cual, la moneda argentina resultaría curiosamente victoriosa.
No se trata de que la dolarización de repente le parezca mala idea al presidente, se trata de que la misma conlleva riesgos para el caso de que las reformas estructurales sean aún insuficientes o no hayan tenido el tiempo necesario para imprimir la competitividad deseada. El recurso de corrección del tipo de cambio nominal como arma de emergencia, si bien se descarta discursivamente, podría guardarse en el bolsillo.
¿Qué shock externo puede temerse? Miremos al norte, el presidente Donald Trump propone una política fiscal expansiva: fuertes recortes impositivos cuya compensación en bajas de gasto público no resulta clara. Una expansión fiscal que traccione a la economía norteamericana llevaría a un aumento en las tasas de interés en dicho país, lo cual se traduciría en una mayor demanda mundial del dólar para aprovechar esos mayores retornos. Esto implica que, si estuviéramos dolarizados, ante un escenario de fortalecimiento del dólar, nuestra balanza de pagos podría sufrir en caso de que las reformas estructurales aún “no hayan tenido tiempo” de hacer su trabajo.
Por supuesto, devaluar consiste en obtener competitividad de modo artificial y transitorio, competitividad prontamente licuada por la suba en el nivel general de precios. La competitividad duradera y genuina provendrá de la disminución de regulaciones e impuestos que azotan al sector privado, así como del desarrollo de infraestructura. Pero todo ello lleva tiempo, tanto en su implementación como en surtir efectos.
Podría sospecharse entonces que, temporalmente el presidente y su equipo, deseen que el peso resulte vencedor en la prometida competencia de monedas, para tener el ajuste nominal del tipo de cambio como arma de corto plazo que permita comprar tiempo ante cualquier emergencia. En el largo plazo, si todo marcha bien, habremos escalado fuertemente en el índice Doing Business y estemos en condiciones de dolarizar, si así la población lo desea, lo cual bajo esas condiciones sería probablemente innecesario, y quizá ya a nadie le importe.