Todo parecía marchar sobre ruedas: la economía con superávit fiscal, caída de inflación y recuperación del PBI, y la política, con indicadores de popularidad presidencial que permiten pensar que será posible acentuar el rumbo luego de las elecciones legislativas. ¿Por qué cayeron los precios, entonces?
Una razón general proviene de que las cotizaciones, que entre 2019 y 2023 eran las propias de un destino que estaba fuera del radar de los inversores, terminaron 2024 en máximos históricos. La euforia con el cambio de gobierno tuvo un costo asociado: volvimos a estar en el radar, y eso nos puso a merced de factores externos que a precios de remate eran irrelevantes, pero que en los nuevos precios influyen sobre las cotizaciones.
Entre estos factores, quizás el más importante, por la proximidad geográfica y la competencia en las carteras de inversión extranjeras, fue el comienzo, inesperado, de una suba en el mercado de acciones de Brasil. En el mediano plazo, que suban las acciones brasileñas es bueno, porque da sustento a las cotizaciones de los activos argentinos. Tras la suba de 2024 (que coincidió con una debacle en Brasil), las acciones argentinas se pusieron caras en relación con las de nuestro vecino. Que suba Brasil sería la manera más sana de que desaparezca esa sobrevaloración. En el corto plazo, no obstante, cambia la dinámica de los flujos hacia las acciones argentinas. Fuera de los índices, los compradores no son los grandes inversores institucionales, pasivos, sino muchos fondos cobertura, especulativos. Muchos de ellos, de Brasil, en 2024 compraron acciones argentinas y vendieron en corto acciones de Brasil. Cuando éstas empezaron a subir, debieron salir a recomprar la posición vendida en Brasil, para cortar las pérdidas, y a vender la posición comprada en Argentina. Su salida, además, debe haber jugado sobre el tipo de cambio paralelo.
Casi en coincidencia, volvió el runrún alrededor del nivel del tipo de cambio. Varios economistas comenzaron a cuestionar el nivel del tipo de cambio real, y el Presidente se les plantó, diciendo que, si el Banco Central no comprara, la cotización del dólar podría caer a $600. Debatir sobre el valor absoluto del dólar se volvió una cuestión política, inútil, porque es un debate entre sordos. Lo que no es banal es que los resultados de las empresas más competitivas del país están resentidos porque los costos en pesos corren a mayor velocidad que los ingresos en dólares por sus exportaciones. Eso también juega en las cotizaciones: si las ganancias no suben, las acciones, tarde o temprano, encontrarán un techo.
El cambio de humor en los inversores extranjeros en nuestros bonos y acciones, y el debate sobre el tipo de cambio, podrían hacer que los argentinos comiencen a dudar acerca de la marcha de las cosas, que en los papeles luce muy saludable.
Es difícil que el gobierno pueda operar sobre este cambio de humor, porque no ocurre entre los argentinos. No le queda más que insistir con hacer lo que hace a diario, que es lo que generó la ola positiva en los mercados. El efecto del programa económico sobre los fundamentos, sin embargo, es una apuesta de largo plazo. En el día a día, los precios se mueven por los flujos de compra y venta, volátiles y sentimentales, antes que racionales.