Dejemos de lado la referencia a lo mejor. Al fin y al cabo, en materia periodística a las que se presta mayor atención –y esa es una de las explicaciones de su abundancia truculentamente exuberante sobre todo en los medios audiovisuales- es a las malas noticias, entendiendo por tales a una amplia gama, que va desde los infortunios a lo aberrante, pasando por tantos acontecimientos truculentos, sin dejar de lado los desaguisados de los que son autores inmediatos tantos gobernantes. Circunstancia que vendría a confirmar aquello que “la realidad termina por superar a cualquier ficción”.
Y ocupémonos de lo que en la actualidad es esa encarnación del mal, sino lisa y llanamente del Maligno, cual es la peste y sus derivaciones.
Comenzando por tratar de poner un poco de orden formal en medio del caos por ella provocado. Y es con esa intención que comenzamos observando que el eje de la atención de la opinión pública en la materia, se ha ido corriendo desde las estadísticas acerca de los contagios y las muertes, al de las vacunas ya aprobadas, y la manera de conseguirlas.
Es así como cabe señalar que hemos comenzado a dejar hasta cierto punto de lado a los contagios y las muertes, en la medida que hemos comenzado a ocuparnos de ella de otra manera. Al menos en el caso del hombre común, ya que “la procesión sigue por dentro” en el caso de los sanitaristas y de los contagiados y los deudos de los fallecidos.
Es que, pasamos de una manera cada vez más frecuente por alto la circunstancia que ese sigue siendo el problema mayor, a pesar de que la información acerca de ellos ha pasado a recibir una atención del mismo tipo que nos despierta, a la mayor parte de la sociedad, los pronósticos del tiempo o la cantidad expresada en milímetros de la lluvia. Todo sin percatarnos, a nivel consciente, que los números fríos esconden las tragedias consabidas, y que aunque nos pese, siguen siendo las de todos.
También nos cuesta comprender la importancia que tiene el nuevo movimiento de traslación que se viene produciendo, y que dentro de muy poco tiempo más, hará que – prescindiendo del de su obtención- la distribución y aplicación de las vacuna se transforme en la cuestión dominante-, a pesar o precisamente por eso de ser nada más, a la vez que nada menos que una “cuestión de logística”.
Se trata de una cuestión, tal como lo indicamos, que no es de importancia menor, y queda al desnudo con la velocidad de la vacunación en países como Israel y Chile –para mencionar tan solo dos ejemplos- en contraste con otros países en los que aparece inclusive como remota su iniciación.
Pero los enunciados precedentes, en apariencia neutrales, son incapaces de disimular situación de distinto nivel, alcance y extensión, que muestra, más que la cara obscura de la pandemia, la manera como nos obscurece, su proyección sobre nosotros de esa obscuridad.
Es que no se puede dejar de advertir, y al mismo tiempo condenar, el hecho que, en mayor parte por egoísmo, y en otra menor por la ausencia de visión a largo plazo de quienes nos gobiernan, hemos dejado pasar por alto la oportunidad de enfrentar juntos, como si las partes se hubieran constituido en un solo problema, todo de dimensión planetaria, una emergencia que indudablemente es de esas característica, y que por ende exigía una respuesta de ese tipo.
Algo que no debería extrañarnos, si se tiene en cuenta la similar actitud y consiguiente comportamiento que se viene dando en lo que hace al cambio climático de iguales dimensiones. Pero hubiera sido de esperar que en la ocasión una respuesta así hubiera sido más rápida, no porque en este caso la urgencia en la reacción sea mayor, sino en cuanto su visibilización era todavía más notoria.
Hemos dejado para el final, una cuestión que no nos sorprende ni tampoco nos escandaliza, ya que nos hemos acostumbrado cada día más a vivir en medio de situaciones escandalosas, de las que inclusive no nos apercibimos de que lo sean.
Nos referimos a la esperable aparición de “los ladrones de vacunas”, ya que no pueden calificarse de otra manera a situaciones conocidas en las que vemos a algunos –incluso aquéllos que por ocupar posiciones expectables, era de esperar otro comportamiento- “saltar a la cola”, dicho esto en forma figurada, o abusando de sus atribuciones oficiales autorizar la formación de “colas especiales”.
Y hablamos de ladrones de vacunas, porque así debe considerárselos, ya que si están de esa manera inmunizándose, es “robando” la vacuna a una persona que tenía, por merecerlo objetivamente, un trato prioritario.
Habrá quienes opinen que al caracterizar a los “aprovechadores” , asimilándolos a los que cometen un delito contra la propiedad, a lo que debiera agregarse la aplicación de una sanción que cuando no implica la cesación en el cargo público ocupado por el “avivado”, debería ser materia explícita de condena social.
Todo ello por cuanto nos resistimos a que nuestra sociedad siga avanzado en el camino por el que se confunden abigarrados “prontuarios” con “títulos de nobleza”, contrasentido aberrante en una república democrática que se supone aspira a ser cada vez mejor.