En cualquier disciplina, sea un deporte, la cocina o una empresa, siempre es importante tener personal (jugadores, intérpretes) que se complementen. Los rústicos y los líricos. Un defensor más aguerrido y otro de buen pie. Así con el cuerpo como con las mentes. El yin y el yang. Esa complementación afloró cuando el arándano llegó a la ciudad de Concordia y la región hace dos décadas. El complemento con el tradicional citrus resultó apropiado, resalta el periodista Juan I. Martínez Dodda, que estampa su firma en un extenso informe publicado este domingo por Clarín Rural.
Cuando termina la cosecha de naranjas, arranca la de arándanos. Esta fue una de las virtudes y ventajas con las que contó la “pepita de oro violeta” en su desembarco en esta ciudad del noreste de Entre Ríos, sobre el río Uruguay.
Concordia está frente a la ciudad de Salto, del lado uruguayo, a tres horas de Paraná, la capital provincial, y a 430 km de la ciudad de Buenos Aires. Al año 2015 vivían allí 160.000 habitantes y estiman que actualmente sería de 170.000. Entre 2000 y 2010 la población creció a un ritmo de casi 3% por año, cuando venía promediando incrementos de alrededor del 1%. El surgimiento de la producción de arándanos en aquellos primeros años del siglo puede haber sido una causa de este incremento.
Según datos del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA), Entre Ríos es la principal provincia exportadora de arándanos de Argentina (el 40% del total), le sigue Tucumán (37%) y Buenos Aires (20%). Los principales destinos son Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda. Sin embargo, los últimos años se han ido ganando nuevos mercados. El Arándano llegó a ser la séptima fruta fresca exportada por el país.
Argentina tenía en 2008 unas 4750 hectáreas implantadas con arándanos. Actualmente, apenas tiene 2300. Se exportaban, en la época dorada del arándano 20 millones de kilos, y ahora sólo algo más de 10 millones. Mientras tanto, Perú, que no exportaba nada, ahora está en 160 millones de kilos, Chile estable en 120 millones de kilos, Sudáfrica creció también y ya trepó a los 40 millones de kilos.
“Con mi mujer tuvimos la primer plantación de arándano de Concordia, entre 1999 y 2001, ingenieros, técnicos del INTA, productores y hasta inversionistas, venían a casa a ver lo que teníamos, que eran 5 hectáreas”, aseguró a Clarín Rural Carlos Monticcelli, un gringo -como le gusta autodefinirse a él- apegado al trabajo, que por aquellos años era ingeniero forestal en Esquina, Corrientes (a 320 km de Concordia) pero junto a su mujer, también agrónoma, Susana Gironelli, decidieron apostar por los arándanos a fines de los años 90.
Hoy tienen implantadas unas 12 hectáreas de las que cosechan 100.000 a 120.000 kilos y los industrializan, más que nada haciendo deshidratados con los que se hacen barritas de cereales, bañados en chocolate y otros productos.
“La verdad que arrancamos sin mucho conocimiento, aplicando sentido común, y nos fue muy bien hasta 2007/08, que empezó a decaer, por lo que tomamos la decisión de invertir en empaque e industrialización, con cámaras de frío para hacer un congelamiento rápido individual de la fruta (IQF, según su sigla en inglés) y empezamos a exportar toda la fruta que no era fresca en otros formatos”, contó Monticcelli.
La congelación rápida individual se está imponiendo entre los productores de alimentos congelados porque es un procedimiento que garantiza, una vez que se haya descongelado el producto, que conserve toda la textura, valor nutritivo e igual sabor al del producto recién cosechado. Juan Scordia es concordiense, hijo de productores de citrus (padre y abuelo) de toda la vida. En un momento, cuando se vino la crisis de la citricultura, en 1993/94 quebraron 800 hectáreas de citrus y tuvieron que empezar de nuevo.
“Yo empecé administrando una plantación en 2001, en 2003/04 me hice productor y hace tres años dirijo una empresa importante que tiene implantadas 110 hectáreas, produce y exporta arándanos”, contó Scordia, que recuerda que entre 2003 y 2008 el crecimiento fue sin pausa y llegaron a haber implantadas 2000 hectáreas con arándanos en la zona. Hoy hay menos de 1000.
En 2007/08 Concordia producía alrededor del 60-70% de la producción nacional de arándanos. “Para la ciudad fue un regalo del cielo porque se podría haber instalado todo en Paraná, por ejemplo, y la íbamos a mirar de lejos”, contó Scordia. Y agregó: “El arándano permitió que se reactiven las tornerías, los talleres, el personal directo e indirecto, los talleres, y el riego, que hasta entonces no se usaba, fue un gran aprendizaje”.
Amor “concordiense” a primera vista
El amor entre el arándano y Concordia fue a primera vista, fogoso y explosivo. Habrá que ver qué pasa los próximos años para ver si será fugaz (para este tipo de producciones, 20 años no es nada) o para toda la vida.La complementación que se da entre el citrus y el arándano en Concordia me hace acordar a una canción de Ramón “Palito” Ortega que escuchaba mi madre cuando era chico, en un vinilo, que decía algo así como “La luna se llama María, el sol se llama José, viven muy enamorados, pero no se pueden ver”.
¿Por qué Concordia? “La primera virtud es que hay agua, tenemos 5 acuíferos en Concordia, nosotros trabajamos con agua del acuífero Salto Chico que tiene baja salinidad”, contó Alejandro Pannunzio, productor, asesor en producción y riego, y actual presidente de APAMA (Asociación de Productores de Arándanos de la Mesopotamia Argentina). Quien prosiguió explicando: “La otra virtud es que tiene gran cantidad de agua que permite hacer funcionar los sistemas de riego para control de heladas, sin él sería complicado obtener arándanos de calidad”.
“La segunda riqueza que tiene la zona en lo agroecológico es que tiene suelos arenosos apropiados para el desarrollo de las raíces de arándano, y finalmente, una tercera ventaja es que cuenta con las horas de frío necesarias para que los frutales tengan un sabor muy especial”, resumió Pannunzio.
“Lo encaramos de la única manera que para mí se puede hacer, con integración vertical, muy profesional, basado en una relación colaborativa en la que nadie es más que nadie porque el que está en el campo tiene un conocimiento que no tiene el que está en la exportación, pero ambos se retroalimentan para que el negocio se concrete”, explicó Pannunzio.
De todos los productores entrevistados, Pedro Freixas es el caso más extraño, porque llegó al arándano en una segunda ola. Cuando ya se iban los de la primera oleada, en 2011, compró una quinta con 25 hectáreas sistematizadas para producir arándanos. Por entonces sistematizar una hectárea de arándano costaba 50.000 dólares. No era como para desperdiciar.
“Tenía claro que los que se iban por algo lo hacían, pero yo, que venía de la actividad tambera en Buenos Aires, tuve claro que tenía que diversificar, por eso me quedé con las mejores 11 hectáreas de arándano y en el resto planté citrus”, contó Freixas. Y agregó: “Por suerte hice eso porque hoy la cosa está difícil para el arándano si no sos una empresa grande e integrada, muchos productores chicos fueron desapareciendo”.
Para Freixas, el drama de los pequeños productores es la comercialización. “Los mercados se empezaron a complicar, a poner más exquisitos porque la ventana que tenía Concordia de septiembre-octubre como primicia la empezó a aprovechar Perú”, explicó.
De hecho, frente a este panorama, los últimos años arrancó otras 6 hectáreas de arándanos y se quedó apenas con 4 hectáreas, en el resto ahora tiene sandías, melones y zapallitos, todo con riego.
Cosecha a mano, igual, trabajo
“El citrus se cosecha de marzo a septiembre, mientras que el arándano va de septiembre a diciembre, una de las cuestiones clave es que durante tres meses se generan 10.000 puestos de trabajo para la cosecha que es toda a mano y para la gente le permite complementar perfecto con su trabajo en el citrus”, aportó Pannunzio, que ponderó la identificación que ha sabido ganar Concordia con el arándano, al igual que el maní en Córdoba, las cerezas en Los Antiguos (Santa Cruz) o las peras y manzanas en el valle de Río Negro.“Para el trabajador y para los productores, los arándanos son la plata que llega a fin de año, es fundamental para la gente y la ciudad”, destacó Monticcelli.
“Es una fruta muy sutil que se cosecha una a una y con mucho cuidado porque tiene una cera natural, la pruina, que protege al arándano y hay que tratar de que no se marque ni se vaya, cuanta más pruina tenga la fruta tiene mayor valor porque significa que fue menos minipulada”, relató Monticcelli, que recordó épocas gloriosas en las que sólo en su finca de 12 hectáreas tenían 350 personas cosechando por día.
“El arándano le trajo un empuje bárbaro a Concordia, pero ahora de a poco se va apagando, junto con la actividad”, reconoció Monticcelli. Y agregó: “La pandemia complicó la cosecha pasada puesto que no se podía traer personal desde otras regiones.
“Fue una crisis total, sólo le pudimos dar trabajo a los cosecheros de la zona, que no son muchos, unas 5000-6000 personas cuando se necesitan 10.000 a 12.000, lo cual representó un aumento del costo laboral”.
“El impacto del arándano en Concordia es sin dudas la demanda de mano de obra en tiempos de cosecha, porque cuando se entrega hay que sacarlos sí o sí, pensá que yo con 4 hectáreas en el momento pico llego a tener 160 a 200 personas”, contó Freixas, que para dimensionar cómo ha caído la superficie, con quintas abandonadas, compartió que la última cosecha “venían a ofrecernos cuadrillas de cosecheros, algo que no pasaba antes porque siempre nos faltaba gente”.
“Si se sigue pronunciando la caída de la superficie de arándano va a ser algo socialmente grave, porque Concordia es una ciudad pobre que necesita del arándano como el agua para vivir en una época siempre caótica como fin de año, se dice que hasta baja hasta el delito cuando se cosecha el arándano, por eso, si quedan 300-400 hectáreas, eso va a significar un impacto fuerte y 5000 familias que se quedarán sin ese trabajo”, graficó Scordia.
Para Graciela Taylor, una productora que hace más de 12 años produce arándanos, hoy también con citrus y nuez pecán, y ha sido presidenta APAMA, aún a pesar de todo, la cosecha de arándanos sigue siendo fundamental para los “laburantes” de Concordia y la zona. Su chacra está en alrededores de La Criolla, a 22 km de Concordia. También hace algo de turismo rural. “Quiero que la gente conozca y valore lo que implica producir un arándano, o una nuez, que valore el trabajo de campo que tiene eso que se está comiendo”, relató.
Los jóvenes
El citrus y el arándano significan aún hoy una oportunidad para los jóvenes que quieren empezar a trabajar o aquellos recién recibidos que sondean qué hacer en la vuelta al pago. “Concordia tiene la ventaja de tener facultades de modo que los que no pueden o no quieren irse a estudiar afuera se pueden quedar, no obstante, calculo que de los que se van, la mitad vuelve”, opinó Scordia, quien advirtió, que “no hay una política de trabajo”, falta “un lineamiento del que decide qué va a estudiar antes de hacerlo, no después”.Para Pannunzio, la oportunidad de tener una facultad de alimentos en Concordia es clave. “Para nosotros, un ingeniero en alimentos es fundamental, pero también hay otras actividades que necesitamos a lo largo de todo el ciclo productivo y de comercialización”, dijo, y ponderó la ciudad: “Concordia tiene un montón de cualidades, es una ciudad hermosa para vivir, tiene la ruta 14 que conecta todo el Mercosur, lo que necesitaría es que dejen que se exprese todo el potencial productivo, la base agroecológica y humana está, la política está desaprovechando esta oportunidad”.
Hay “amor”, pero ¿hay futuro?
Ese idilio que empezó hace 20 años entre Concordia y la producción de arándanos está en peligro de extinción. Los problemas son internos a la pareja (para seguir con la metáfora) pero también hay terceros/as en cuestión (Perú, Chile, Sudáfrica) que ensucian el vínculo.“Sinceramente, no veo bien el futuro, porque tampoco veo bien al país”, disparó el productor Monticcelli. Y prosiguió: “Pero, además, tenemos competencia fuerte en Perú, nos quintuplicaron en superficie y cada año producen más plantando en el desierto, subsidiados e impulsados por el gobierno”. En este contexto, para Monticcelli, el negocio está muy complicado e invertir 15.000-20.000 dólares hoy en una hectárea de arándanos es una locura”. “Nosotros seguimos siendo arandaneros porque le encontramos la vuelta con el congelado y el deshidratado y porque somos gringos laburantes”, cerró.
“Hoy el negocio arandanero está pasando por una crisis semi-terminal que es preocupante para los que somos de acá, porque esto ya lo vimos con el citrus”, lamentó Scordia. Y explicó: “En parte el tema es político, y la sociedad lo ve como una película, este año creo van a quedar 750 hectáreas de las 2000 que supo haber y no hay una reacción que permita pensar en ser competitivos con Perú y los otros jugadores”.
Para Scordia, el primer desafío es que “los políticos entiendan el valor de tener una actividad productiva en su zona”. En este sentido, opinó que se necesita una visión más federal de todas las actividades productivas que permiten vivir de ellas y no de la política y los planes sociales”.
“Argentina debería haber triplicado como mínimo la superficie, sin embargo, hoy tiene la mitad que, en 2008, producto de la inestabilidad económica y la falta de incentivos para la realización de proyectos productivos de largo plazo a 20- 30 años”, opinó Pannunzio.
El presidente de APAMA es el único de todos los consultados por Clarín Rural que sigue viendo, a pesar de todo, algo de luz al final del túnel. “Sigo viendo una oportunidad, pero esa oportunidad requeriría de los incentivos que tienen nuestros competidores como Perú, Sudáfrica o Chile, porque corremos con una gran desventaja desde lo impositivo y laboral respecto de esos países”, dijo Pannunzio.
Y agregó: “No hablo de bajar el sueldo de los trabajadores, se trata de tener normas que permitan trabajar adecuadamente para una economía regional con una demanda enorme en un momento del año que después baja, por eso, creo que tendrían que generarse las condiciones para que esas personas no pierdan el plan social por dos o tres meses de trabajo en la cosecha del arándano, hay que buscar los mecanismos”.
“Concordia tiene muchas posibilidades porque turísticamente tiene río, lago, un entorno geográfico muy lindo, con lomas, con buena vegetación, plantaciones de pinos y eucaliptus, campos con ganadería, agricultura, pesca, fruticultura y todo un negocio artesanal y de agregado de valor con pequeñas fábricas alrededor, pero hoy el arándano tiene serios problemas de competitividad y ni la ciudad ni la provincia ha tenido buenas políticas para apoyar al empresariado”, opinó Graciela Taylor.
Las últimas campañas, el rebusque del arándano argentino ha sido empezar a exportar por barcos, para reducir costos (el transporte aéreo ronda los 2,50 dólares por kilo mientras que el marítimo apenas cuesta 0,50 USD/kilo). Así, el 60% de la última cosecha se exportó por mar. Pero hay que resolver algunas cuestiones para que el producto llegue con calidad después de varios días embarcado.
Como tantas otras producciones regionales, que dan vida y son el motor de pueblos y ciudades en todo el país, la de arándanos pide que le destraben cuestiones burocráticas, en el mayor de los casos sin implicancia para las arcas de la nación, pero que implican un envión de competitividad insoslayable.