Debo admitir que el rollo da para más, como ya lo había anticipado, siendo como son tantas las cosas que hay que aguantar, o dicho con las palabras medidas de las madres de antes, que de cualquier manera han de quedar unas cuantas entre las de ahora, lo que se hace necesario soportar.
Ni siquiera es necesario ni contarlo, ni repetirlo, porque estando en la misma chalana, y no digo barco porque es necesario que nos demos cuenta que nos hemos ido empobreciendo tanto, que a los que se los ve desclasarse como granos que se van soltando a su pesar de la espiga o la mazorca, hasta les dan lástima a los que siempre han sido pobres. Y entre ellos inclusive se puede encontrar a muchos que son felices a pesar de lo mucho que les falta y lo poco y nada que tienen como el caso único del hombre que era feliz a pesar de no tener camisa.
Las madres de antes, a las que me refería, al escuchar esta relación, estoy casi seguro que hablarían bien de todo aquel que “se contenta con poco”, al mismo tiempo que advertiría, esas madres siempre estaban dando consejos, mientras sus hijos pequeños los escuchaban silenciosa y atentamente, “como en misa”, se decía, porque eran tiempos que muchas eran las personas que iban a “oír misa”.
Pero los tiempos cambian y ahora estamos en otros, algo que de repente me ha hecho tener un pensamiento que surgió en mi cabeza de no sé dónde, y que era de alguien que suspiraba musitando “otros tiempos, otras costumbres”.
Algo bien cierto, aunque me pasa a mí lo que le pasa a muchos, y sigo en este tono en los próximos espiches el que dejará de aguantar y explotará será su “seguro servidor”. Como también antes se decía y antes de firmar las cartas se ponían tres eses con puntitos en el medio -S.S.S.- que era una forma de abreviar lo que antes he referido. Y aquí me entra una duda, ya que sé que en una época hubo los que se conocían como “siervos”; y después he escuchado decir que se utilizaba una horrorosa palabra, por más que en más de una ocasión era correctamente descriptiva además de ser algo vergonzoso, decía, se utilizaba esa horrorosa palabra para aludir a los trabajadores domésticos, cuando se los comenzaba maltratando de palabra, cuando se referían a ellos en las conversaciones entre quienes se consideraban iguales pero ubicados en un nivel más alto, como la “servidumbre”. Con olvido de que servidores deberíamos ser todos, si se tiene en cuenta que el título de orgullo del “hijo de Dios” no era otro que “servidor de servidores”.
Pero otra vez estoy derrapando y yéndome al pasto, como dice el actual intendente de Colón. Lo que, resumiendo, iba a decirle que en estos nuevos tiempos pretenden hacer soplar el viento para otro lado, cambiando la veleta de dirección y de esa manera dejar atrás a los aguantes y explosiones, descargándonos de todos los muertos insepultos que parece no cansarnos de llevarlos cargando en mochilas en nuestras espaldas, y mirar hacia ese futuro esplendoroso al que estamos condenados aunque no lo quisiéramos, según docentemente lo explicaba el entonces presidente Duhalde. Lo único que digo, es que ojalá sea cierto y que se cumpla, aunque por mi parte debo aclarar que para llegar a merecer esa condena no es solo cuestión de voluntad, sino que hay que ponerle a todo mucha garra, y no aflojar en el medio del envión.
Termino con lo que en realidad era el motivo de mi preocupación, que no era otra que esa verdadera galleta formada en partes desiguales por una burocracia cansina e impiadosa, a cuyos integrantes vemos pasearse muy orondos lejos del mostrador, mientras los más viejitos que han tenido la suerte de no esperar en la vereda porque lentamente dejaron atrás la dura intemperie de todo el año, tratan de mantener la compostura a pesar del temblequeo de sus piernas que empieza a aparecer también en sus manos. De esos señorones o señoras y señoritas no solo orondos que no es extraño que por su conocimiento escaso ante nuestro requerimiento miedoso, terminen despachándonos para cualquier lado, y de esa manera, desgracia grande, terminar dándose cuenta que se nos ha subido a una calesita. Pero, si bien es cierto que mal de muchos es consuelo de tontos, ya que según me las creo no tengo nada de tonto, no puede dejar de sentir al menos alivio, al enterarme de que en grandes ciudades de los Estados Unidos son cada vez más prósperos los que se dedican en “forma onerosa” a hacer la cola por otros, quien les paga cuando ha llegado el momento de aparecer.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)