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En trece meses de gobierno, la administración acumuló numerosos logros en materia económica, de promoción de las inversiones y desregulación. El superávit fiscal y el fin de la emisión monetaria endógena fueron anclas claves para afianzar el proceso de desinflación y darle credibilidad. Pero la economía no se puede partir en compartimentos estancos, sino que es un todo. Y en ese todo, el uso como ancla inflacionaria de un tipo de cambio administrado, junto con los controles de capital, hace cada día un poco más de ruido.

En los trece meses que corrieron entre el comienzo de diciembre de 2023 y el fin de diciembre de 2024, el Índice de Precios al Consumidor acumuló una suba de 173%. En el mismo lapso, el tipo de cambio oficial pasó de $360,50 por dólar a $1.032,50, una suba de 186%. Tras trece meses de gobierno, el tipo de cambio real es prácticamente el mismo que teníamos sobre el final del gobierno de Alberto Fernández. El colchón de la devaluación inicial del gobierno de Javier Milei se consumió en un año.

¿Y ahora? A los que osan cuestionar la política cambiaria, y sobre todo a quienes osan preguntarse si el tipo de cambio real es el tipo de cambio de equilibrio, el Presidente los tilda de “mandriles”, porque no vieron venir la apreciación del peso contra el dólar en 2024. Es más: duplicó la apuesta, al bajar la tasa mensual de depreciación administrada al 1%, con lo que el poco colchón que quedaba se agotará en un par de meses.

A la luz de nuestra historia, calificar de mandriles a los que dudan podrá tener valor de corto plazo. Sólo con mayor perspectiva podremos evaluar si la mejora fue sostenible. No es original usar el dólar como ancla para la inflación. Sería original que termine bien. La diferencia está en el superávit fiscal, pero las cuentas en pesos y las cuentas en dólares corren por separado. Para este año, se espera que los superávits ya no sean gemelos: se mantendrá en lo fiscal, pero será negativo en lo externo.

El tipo de cambio es un precio demasiado importante como para creer que se lo puede mantener todo el tiempo bajo control. Es un factor clave para la competitividad, para la atracción de capitales internacionales, para que los capitales fluyan hacia los sectores más competitivos, aquellos con capacidad de aumentar las exportaciones, y para la acumulación de divisas en el país. Por eso, en todos los países desarrollados y gran parte de los países emergentes el tipo de cambio es flexible y hay libertad de movimiento para los capitales.

La política cambiaria está en el centro de las discusiones que en estos días mantienen el equipo económico y la gerencia del Fondo Monetario Internacional. Unos piden fondos frescos, y los otros piden apertura del mercado de cambios antes de darlos. Como siempre, la decisión será política, más que económica. En el mercado financiero se especula con que la buena sintonía entre el Presidente y el presidente Trump destrabe el desembolso. Con liviandad, el mercado mira la ganancia inmediata, pero omite reconocer que el problema de fondo no se soluciona con dinero, sino con un cambio de régimen cambiario.

¿Por qué será que las ideas de la libertad se resisten a liberar el mercado de cambios? El temor inicial a una hiperinflación parece ya no servir como explicación, pues los aumentos de precios parecen estar bajo control y la brecha entre el dólar oficial y el paralelo se desplomó a 10%. La respuesta más obvia parecería ser que la política manda. Si la baja de la inflación es la causa de la popularidad presidencial, los asesores políticos del Presidente le deben sugerir que no vale la pena ponerla en riesgo por algo tan menor como las convicciones. Es una línea de pensamiento que tiene un dejo de arrogancia: supone que lo primordial es ganar, porque sólo este gobierno quiere hacer lo que se debe hacer. Mientras tanto, espera para hacerlo.

No modificar la política cambiaria ha comenzado a derivar en excentricidades típicas de la Argentina. Aunque es bienvenida la baja de retenciones, cabe objetar que se produzca por el deseo de bajar impuestos, porque, en este caso, bajar impuestos de exportación al trigo, maíz y girasol podría aumentar los precios internos. Justo lo opuesto a lo que se busca con la administración del precio del dólar. Quizás haya primado más el reconocimiento, no oficial, de que el tipo de cambio golpea a los exportadores.

Extender el momento de la verdad es una apuesta de alto riesgo. En primer lugar, porque no sabemos con qué nivel de atraso cambiario, ni con qué nivel de reservas en el Banco Central, se llegará a aquel momento. En segundo lugar, porque el juego de la política es el de que, aun si se ganan las elecciones legislativas, el foco pasará de inmediato a 2027, que de inmediato pasará a ser la elección en serio para refrendar el modelo. La tentación de no hacer olas seguirá presente. El gradualismo es una tentación de casi todos los gobiernos, y casi siempre arruina las cosas buenas que ellos hacen.
Fuente: El Entre Ríos

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