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Cada año, al llegar al punto presente, nos sentimos impelidos a realizar una revisión de lo conseguido, y a desear que el balance, sea este magro o fructífero, no se eche a perder durante los últimos días del almanaque. De manera bastante irracional, separamos el continuo de la vida en parcelas de tiempo que pretendemos creer que son separables de los días que los precedieron, y de aquellos por venir.

Durante los últimos días se asiste a una gran cantidad de notas de opinión en las cuales se evalúa la gestión del presidente Milei, a un año de haber pasado a ocupar el sillón de Rivadavia. El propio Presidente dio un discurso, al cumplir un año de mandato, en el que repasó brevemente sus logros. Sin embargo, su foco estuvo en el futuro.

Los resultados le sonríen a Milei, que logró desactivar una bomba de tiempo macroeconómica sin haber desatado, al mismo tiempo, una catástrofe social. Logró granjearse la simpatía del mercado financiero, con subas en los precios de bonos y acciones, y baja en la cotización del dólar, que lo dotaron de una aura victoriosa. Y logró granjearse la confianza popular: la población soportó la caída inicial del salario real porque mantuvo la esperanza en que el esfuerzo valdría la pena. La caída de la inflación y el incipiente rebote de la actividad son factores que cimentaron el aguante. El manejo de la asistencia social hizo el resto, con prestaciones que no sufrieron en términos reales, y la eliminación de cadenas de intermediación onerosas e irritantes.

Los pocos pero contundentes logros en el Congreso, con la Ley de Bases a la cabeza, aunados a las diarias micro desregulaciones del ministro Sturzenegger, sientan bases firmes para creer que el largo plazo puede ser mejor, más normal.

La personalidad extravagante de Milei le ha atraído partidarios y detractores. El gobierno funciona, en lo institucional, con métodos kirchneristas, a base de palos y zanahorias. Quizás lo haga impelido por su falta de representación suficiente en el Congreso Nacional y en las provincias. Pero también podría ser que lo haga por convicción, al estilo de El Mago del Kremlin. Lo que es seguro es que Milei no pasa desapercibido, y que es un eximio político, aunque en su discurso repita que detesta a la política.

Milei está empeñado en sostener su base de sustento popular, mucho más que en dar explicaciones a los políticos que lo apoyan o se le oponen. A todos los mantiene aturdidos: no entienden cómo puede ser que el ajuste fiscal aumente su popularidad, ni cómo hizo para lograr que leyes, decretos y desregulaciones transformadoras hayan sido puestas en vigor. Lo apoyen o se le opongan, los defenestra por igual. Reclamar calidad institucional es no entender la película.

Milei proveyó un inventario de lo conseguido, pero su discurso estuvo enfocado en el futuro. También eso revela astucia política. Negó que vaya a hacer gasto político por el año electoral, pero pidió el voto para sostener el camino. Prometió, que es lo mejor que puede hacer la política, y utilizó el pasado no como “un canto de victoria”, sino para que sus creyentes imaginen que el futuro prometido también es posible. Tras un año en el gobierno, se vuelve a presentar como símbolo de la esperanza. La foto de Cristina Kirchner, Axel Kicillof, Máximo Kirchner y Sergio Massa no le pudo caer más a medida.

Es llamativo que, después de un año en el que Milei rompió los moldes de la política, del manejo del Estado y de la política económica, la clase política todavía no comprenda qué pasa: fue tan malo lo anterior, que la gente lo rechaza, y prefiere aferrarse a una promesa que volver a una pasado aterrador.
Fuente: El Entre Ríos

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