Con un mensaje casi idéntico, aunque con otro estilo de comunicación, el nuevo secretario de Estado Marco Rubio sugirió que los EE.UU. sólo harían lo que respondiera positivamente a tres preguntas: “¿Nos hace más fuertes? ¿nos hace más seguros? Y ¿nos hace más prósperos?”. Volvimos a la doctrina Monroe: América para los americanos (léase, EE.UU. para los estadounidenses).
Las respuestas parecerían echar algo de paños fríos sobre la supuesta gran amistad que nos aguarda con la mayor economía mundial durante los próximos años, gracias a la relación personal entre los presidentes Trump y Milei. Tal vez no quepa más que esperar lo que es lógico: que cada uno se concentre en lo mejor para su país. Por ejemplo, si a nosotros nos sirve que nos presten dinero, y que sus empresas inviertan en el país, nos enfocaremos en conseguir eso de ellos. Pero ellos, si nos ayudaran a conseguir dinero o inversiones, seguramente querrían recibir algún favor, probablemente no muy barato, a cambio.
Tendemos a pensar que al mundo le somos importantes, pese a nuestro poco peso en el PBI, en el comercio y la población global. Incluso, de nuestro fenómeno financiero han participado en gran medida los fondos más especulativos, no aquellos que se invierten a largo plazo en un país.
Por eso corremos el riesgo de ser más un hazmerreir que un ejemplo cuando nuestros líderes dan lecciones al resto del mundo en los foros internacionales, como en las Naciones Unidas o, ahora, en Davos. A las clases de la maestra Cristina y el profesor Alberto le siguen ahora las virulentas admoniciones de Milei en esos foros, donde se despacha con su discurso incendiario. Más allá de que tenga o no razón, no tiene el poder de decir algo que inquiete al mundo: asistentes a la disertación de Milei con los que hemos tomado contacto dan cuenta de un aplauso final que fue menos que tibio.
Tiene razón el presidente Trump cuando dice que nosotros los necesitamos. Argentina siempre necesitó dólares para crecer y muchas veces, como ahora, para estabilizar la economía. Pero los tiempos de las inversiones nada tienen que ver con los tiempos de la política. Lo pueden certificar el expresidente Macri y su “lluvia de inversiones” fallida. Ningún extranjero haría una inversión en Argentina si el retorno que espera obtener de ella dependiera del signo político del presidente de turno.
A través de las últimas dos décadas, los compradores originales en las empresas de servicios públicos que habían sido privatizadas durante la década del ’90 fueron saliendo de sus participaciones, a manos de compradores locales. Ahora vemos la tendencia repetirse: los extranjeros aprovechan la mejora de las condiciones financieras para salir, no para entrar. Sobre todo, y paradójicamente, en los sectores que parecen ofrecer las mejores perspectivas, que son los que más valor recuperaron desde que asumió Milei: Exxon vendió sus activos en Vaca Muerta a Pluspetrol, y se rumorea que otros extranjeros, entre ellos Petronas y Equinor, están de salida; en el sector bancario, Galicia compró a HSBC y Macro a Itaú. No es que no haya oportunidades, sino que pareciera ser que la aparición de la oportunidad les dio la oportunidad de salida que estaban esperando. Argentina los agotó.
No somos el ombligo del mundo, ni tenemos los mejores activos. Somos un país pequeño que compite con muchos otros países pequeños y grandes del mundo por atraer inversiones. Como dice Trump, necesitamos al mundo. Revertir nuestro prontuario es un proceso más largo de lo que le gustaría a la política.
Si los sucesivos gobiernos no administraran mirando todo el tiempo la política, sino los intereses de largo plazo de la Nación, quizás, y solo quizás, podríamos creer que el flujo de capital extranjero de largo plazo podría empezar a tener interés en el país.