Germán Molina tiene 44 años, de los cuales 20 trabajó en Cotagú y se refirió al presente de los ex empleados y de cómo trabaja en un kiosco ventana para “parar la olla”.
Expresó que “si bien sabíamos que el final de Cotagú se avecinaba, cuando se cerraron las puertas de la fábrica, también se cerró una etapa de nuestras vidas muy importante. Algunos empleados tenían más de 40 años en el establecimiento, y ver que el mismo desaparecía provocó una angustia que no desaparece. Además, el cierre nos tomó en un momento delicado en la economía del país y una oferta laboral prácticamente inexistente”.
Detalló que 5 o 6 de los casi 40 que fueron despedidos lograron reinsertarse laboralmente. “Fueron los más jóvenes”, señaló Molina y destacó que el resto “hace changas de albañil, electricista, pintor, cortando el pasto, lo que sea para al menos sobrevivir teniendo en cuenta que más de un ex operario era el único sostén de familia”. Comentó que algunos “tienen la fortuna que su esposa trabaja y pueden sobrellevar una situación que genera no solo problemas económicos, sino también de salud”.
El ex empleado montó con mucho esfuerzo, un kiosco ventana en una propiedad de la familia. “Trabajo junto a mi esposa de lunes a lunes. Abrimos a las 7 de la mañana y cerramos a las 11. Es la única manera de seguir en pie”.
Sobre los remates judiciales (tres en total) que se han efectuado “estamos esperando que nos abonen lo que nos corresponde de la venta del inmueble; esperamos sea a la brevedad. Se barajó la posibilidad de colocar esos tres millones de pesos en un plazo fijo, pero los trabajadores no queremos saber nada, queremos que nos paguen lo que nos corresponde, y nosotros decidir qué hacer con ese dinero”.
Indicó que hasta el momento han “percibido menos de la cuarta parte de lo que nos deben con la esperanza de sumar algún peso más cuando se vendan las últimas maquinarias y silos que quedan en la planta fabril”.