Pasaron 27 años, pero el recuerdo perdura y se revive con el relato de Martha Arlettaz -propietaria de Casa Bertoldi Libros- en la víspera de esta Navidad.
Como antesala, su pasión por los pesebres la lleva a rememorar “el sencillo Nacimiento que armamos en nuestra infancia en la década del ‘50”. Y ya de adolescente, “cuando un día me dejaron armar uno sobre una gran incubadora que ya no se usaba y que por su valor había quedado a resguardo en el comedor”.
“Se puede pasar por barro unos papeles de diario y quedan como montañas”, les había dicho su abuela. Y pusieron manos a la obra con harina simulando la nieve, piedras, plantas y las figuras tradicionales.
También el que preparó su amigo y vecino Jorge Blanc, “agregando luces con una batería, ya que todavía no había llegado la electricidad a la colonia”.
Pesebre, lectura y premio
En 1997, ya instalados en su actual local de 12 de Abril 213, los dueños de Casa Bertoldi recibieron la invitación de la Editorial Atlántida para competir con librerías de todo el país en el armado de un rincón o vidriera con el fondo “Editorial Infantil”. El lema era “Para un futuro mejor. Niños que lean hoy”.“Realizando compras en Buenos Aires encontramos un pesebre con piezas de un buen tamaño, parecidas a las que veíamos en nuestra parroquia”, cuenta Martha.
Para ella, fue una revelación: “Había llegado el momento de armar el Nacimiento que siempre había soñado”.
Destaca que también por esos años “se comenzaron a conseguir luces importantes y todo lo relacionado con la época navideña, como veíamos en las películas”.
“Nuestro hijo Fabián se había recibido de arquitecto, así que nos ayudó para el diseñó. Como no podía ser de otra manera en Colón, cuna de la Artesanía, estaban los artesanos Patricia Pacce de Sosa y Gerardo Sosa que pusieron toda su creatividad para armar una casita de lectura de madera junto a un pesebre gigante en el sótano de la librería”. La estructura era de 10 m2 y 4 metros de altura. “Se utilizaron bolsas de harina que nos dio una conocida fábrica de fideos, madera, piedras, caracoles, troncos y plantas que me facilitó mi madre. Con un mecanismo de relojería sobre una superficie, había ovejitas que entraban y salían de la montaña”, detalla.
“Con una bomba de agua se armó un lago y un curso que simulaba un arroyito. El murmullo del agua al correr creaba un ambiente mágico; junto a un cielo estrellado con una gran estrella de Belén que se prendía y apagaba”.
“En la gruta del Nacimiento, un resplandor muy especial destacaba a la Sagrada Familia. A lo lejos, entre las montañas, se veía también un grupo de viviendas con el estilo de la zona de Belén”, agrega.
El pesebre contaba con más de 150 piezas, algunas de 40 cm y otras de diversos tamaños.
En la siguiente edición de la Feria del Libro, el espacio que incluía la casita de lectura y el pesebre, resultó ganador del concurso. El premio fue un viaje a Miami para dos personas con 10 días de estadía.
“Los niños sugerían títulos y dejaban su cartita a Papá Noel”
Más allá del premio, “se creó un ambiente de mucho respeto y devoción junto a un sitio donde chicos y adultos, acompañados por el personal de la librería, leían y sugerían títulos”, dice la entrevistada.“En un buzón como el de los cuentos, los niños depositaban su cartita para Papá Noel. Pedían libros o juguetes porque también había una exposición de juguetes”.
“Se vivieron momentos muy emotivos con las voces de los niños y el público que se asomaba por las ventanillas desde la calle”.
“Nuestro Pesebre era uno de los cuatro que se podían visitar junto al de la familia Vivas y a los de las parroquias”, menciona. Entre las visitas, destaca a los niños de Catequesis vestidos con los atuendos del Pesebre Viviente y al Coro Municipal Infanto Juvenil dirigido por Estela Schust de Ceballos, acompañada en guitarra y bombo por el Pablo Verón.
El rincón de lectura y el pesebre permanecieron vigentes hasta el año 2000.