Sin embargo, la lógica de pensamiento que parecerían seguir los asesores políticos del Presidente no concordaría con esa explicación, que tal vez ellos mismos hayan lanzado al ruedo. El plan económico de Milei descansa sobre una premisa férrea: el superávit fiscal. El plan político descansa sobre una segunda premisa, igualmente férrea: la caída de la inflación, de la cual deriva gran parte de la popularidad presidencial. Esta premisa se venía cumpliendo: la popularidad de Milei seguía alta a pesar de la recesión, porque la caída de la inflación venía demostrando que el esfuerzo valía la pena.
Que en agosto se haya frenado el rumbo declinante de la inflación es una señal de alerta. Al fin de cuentas, para la vida de personas y empresas, el cepo, la recesión, el desempleo y la pobreza siguen ahí. La gente que apoya al gobierno no desconoce que es imposible dar vuelta décadas de decadencia en sólo 10 meses. Quizás, eso sí, necesiten estar seguros de que esto no es un experimento que se parece a los de los fracasos anteriores.
La popularidad es un arma de doble filo. Por el lado de la política, para un gobierno con características tan originales como el que hoy tenemos, que carece de representación parlamentaria y territorial, es un sostén imprescindible para la gobernabilidad. Por el lado de la economía, puede ser un factor restrictivo: una vez reconocido el rol político de la popularidad, tomar decisiones que puedan ser impopulares, aunque necesarias, puede tornarse más complejo. Todo lo cual no puede más que arruinar, en algún momento, los logros acumulados. Basta mirar con un mínimo de objetividad los picos de popularidad de los gobiernos pasados, sea cual fuere su signo político, para descubrir que no haber tomado medidas económicas a tiempo fue la razón de su (y de nuestro) fracaso ulterior.
En un punto estamos igual que cuando empezó la administración Milei: no hay avance económico posible sin nuevos esfuerzos. ¿Queremos tener una economía realmente liberal, con menos controles, menos impuestos, y más libertad para hacer cosas? Parece que eso no es posible si el plan político es el que predomina. No es sostenible la convivencia de formas políticas kirchneristas, aunque las ejecuten otros actores, y una economía liberal.
La presencia creciente del asesor político Santiago Caputo en distintas áreas de gobierno es un factor que, tarde o temprano, restará popularidad al Presidente. No es tolerable que alguien sin un cargo formal, que no fue electo ni era (ni es) conocido por los votantes, que no se embarra, acumule tanto poder. La animosidad que hoy solo existe en los expertos podría comenzar a decantar hacia los que no lo son tanto. Ya lo vimos pasar, en otras administraciones en las que el asesor sí tenía un cargo formal.
¿Hay negocios detrás de esa excentricidad administrativa? Si Milei es excéntrico y en ocasiones no se lo entiende, el poder del asesor en las sombras es más inteligible: se concentra en áreas donde hay mucho presupuesto (Salud, Aduana). ¿O no es por los negocios, sino porque el plan político tomó el centro de la acción? La gente rechazó justamente eso en la elección de 2023. ¿O no es por los negocios, ni por la política, sino apenas una consecuencia del desinterés presidencial por la gestión diaria? El Índice de Confianza en el Gobierno es un índice que mide la confianza en Milei. Para la gente, si Milei no está, no hay gobierno.
Abundan los ejemplos de buenos momentos que se truncaron porque el consultor político estaba equivocado, y no quiso cambiar porque el presente estaba bien, aunque el futuro no se viera tan bien. La caída de la imagen del Gobierno en septiembre es una primera señal de que el amor popular no es incondicional, y de que la esperanza que justifica el esfuerzo debe ser cuidada. Es probable que la gente se haya puesto con la guardia en alto. El Presidente debería evaluar hacerlo.