El paso del tiempo confirma que la popularidad del presidente Milei sigue firme. Es probable que parte de esto se deba al estado de descomposición de la oposición, pero es más probable que se deba a cuestiones vinculadas a la marcha de la economía, como el tipo de cambio estable y la inflación a la baja. Ambos factores parecen mantener a la población ilusionada con que el esfuerzo vale la pena.
El tamaño del esfuerzo se mide, para la gente, por el tamaño de la caída en el nivel de actividad, y, para el mercado financiero, por la incapacidad del Banco Central para acumular reservas más que a cuentagotas. Recesión y cepo están íntimamente ligados, y se retroalimentan.
Si bien tanto la caída del poder de compra de los salarios y las jubilaciones, como la caída de los volúmenes de producción, parecen haber tocado piso en el segundo trimestre y estar hoy algo mejor, consumo y producción siguen muy por debajo de los niveles de un año atrás, en pleno auge del plan derrochón al que había apelado Sergio Massa.
El cepo está vinculado con la recesión, porque frena decisiones de inversión y consumo, y mantiene altísimo el riesgo-país. Por el cepo, el Banco Central no acumula más que unas pocas reservas por mes. El problema no está en el nivel absoluto del tipo de cambio sino en el cepo, que es la razón por la cual hay un mercado paralelo con un precio superior al del mercado oficial. El problema está en que el tipo de cambio moviéndose al 2% mensual es crucial para mantener la inflación a raya. No se puede tener todo al mismo tiempo.
El programa de Milei es, indudablemente, un programa económico y un programa político. Por eso vemos ocurrir muchas decisiones que parecen ajenas al espíritu libertario que Milei proclamaba en campaña.
Ir a una nueva etapa del programa económico, que acelere el crecimiento, supone tomar riesgos. ¿Está la política lista para afrontar esos riesgos? La caída gradual de la inflación no parece próxima a detenerse en el futuro cercano. Pero tampoco parece próximo a cambiar el ritmo lento de la recuperación.
Una etapa superadora del plan demandaría, probablemente, salir del cepo y tener un único tipo de cambio, que, presumiblemente, sería más alto que el tipo de cambio oficial actual. Esto podría generar (¿durante sólo un mes?) un pico inflacionario, que podría, a la vez, afectar la popularidad de Milei. No tomar el riesgo podría, por el contrario, mantener el nivel de actividad deprimido, la inflación cayendo un pocos décimos de puntos al mes, y el atraso cambiario entrando en espesuras más peligrosas.
Los economistas miran los números de la economía, y los políticos los números de las encuestas. Como estamos hoy, los primeros podrían pensar que “vamos bien, pero hay que cambiar algunas cosas”, mientras los segundos podrían pensar que “estamos bien, no hagamos nada”. Los economistas se dedican a hacer proyecciones en base a escenarios construidos con supuestos, en tanto los políticos se dedican a mirar el presente y eluden imaginar esos escenarios que suponen los economistas.
Esas dos formas de ver las cosas podrían empezar a hacerse más visibles en las decisiones del Ejecutivo. Son formas que hoy podríamos ser puestas en cabeza de los dos Caputo: el Ministro de Economía y el influyente asesor presidencial sin cargo oficial.
Muchas veces a lo largo de nuestra historia, enamorarse del statu quo resultó la receta perfecta para marcar el fracaso futuro. Lo diferente ahora está en que, por primera vez, tenemos un Presidente que también es economista: ¿cómo la verá?