Una información destacable, en primer lugar, por el hecho de que resulta útil acostumbrar al pueblo “a saber de qué se trata”. Algo que, es bueno resaltarlo, implica una interacción, ya que a la obligación gubernamental de informar, se debe agregar la necesidad que exista un interés del pueblo en ser informado.
Y la precedente consideración no es sobreabundante, si se tiene en cuenta que los habitantes de Buenos Aires en la “semana maya” de 1810 mostraban que tenían las cosas muy claras al vocear frente el cabildo que “el pueblo
También lo es, en segundo lugar, porque la cifra mencionada nos viene a dar una idea de la magnitud de los trabajos realizados. Todo lo cual ha permitido lo que aparece como la reactivación de alcances definitivos del puerto de Concepción del Uruguay.
Circunstancia que da pie a una digresión, la que es importante aunque parezca una obviedad, cual es que “para que los puertos se vuelvan necesarios y su existencia quede justificada” debe haber volúmenes de mercadería que cargar o descargar”, lo que abre la posibilidad de preguntarnos cuándo nuestros puertos se volverán “de descarga”, ya que ello significaría la señal de una saludable expansión de nuestra economía.
Ahora entramos en una tercera cuestión que se resume en la pregunta siguiente: ¿qué vamos a hacer con nuestro río, aguas arriba de Paysandú, en lo que a sus condiciones de navegabilidad respecta? Porque hasta su puerto es donde llegó la canalización producto del dragado. Y hasta ahora siguen siendo solo promesas repetidas como una espaciada cantinela, la construcción del “canal derivador” con sus correspondientes esclusas, y la “escala de peces”, que permitiría tanto a los barcos como a estos mencionados especímenes, sortear el obstáculo que representa la represa de Salto Grande.
Al respecto existiría un compromiso entre los países del Mercosur, que significaría la habilitación de otra hidrovía, indudablemente más modesta, pero de cualquier manera gemela a la del Paraná. Sí, seguramente una obra de esa envergadura exigirá una larga paciencia, lo que es en cambio urgente y requiere de recursos limitados, pero sí de una fuerte decisión política, es dar una respuesta al desafío que significa la contaminación del río Uruguay, con su red de afluentes constituida esa vez, por lo que sabemos no de otros verdaderos ríos, sino de arroyos. Porque es este un problema que ya se ha tornado insoportable, y el que no tendrá arreglo si a los análisis, mediciones e informes subsiguientes que prepara la “comisión administradora” del río, no siguen las decisiones concretas que son su consecuencia adoptadas por las autoridades con competencia territorial en la materia.
Es que nuestro río ha dejado de ser ese “río azul que marcha”, al que le cantaba Aníbal Sampayo, como consecuencia de las explotaciones agropecuarias, que por la erosión que provoca en tierras brasileñas ha perdido su añorada transparencia. Ahora lo estamos “pintando de verde” y no por las inquietudes artísticas de un pintor como el argentino García Uriburu.
Mucho nos tememos que pueda llegar en algún momento en transformarse en una gran cloaca a cielo abierto, sino prevenimos antes de una remota e ilusoria “cura”, como tal es el caso del Riachuelo porteño.