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Algunos visitantes de la Residencia de Olivos
Algunos visitantes de la Residencia de Olivos
Algunos visitantes de la Residencia de Olivos
En un glosario de modismos argentinos, se incluye la expresión “hijo de mitre”, a la que se le asigna el significado de “persona privilegiada o pretenciosa”.

Se trata de un modismo cuya utilización no es nada frecuente en nuestra provincia, por el hecho que Bartolomé Mitre no vivió en Entre Ríos, ni tampoco lo hicieron sus hijos, a lo que se suma el hecho que el mismo es uno de nuestros próceres que nunca despertó muchas simpatías en nuestro medio.

Inclusive se da en nuestra tradición popular –una circunstancia en la que hemos insistido muchas veces- un dicho que viene a expresar un significado opuesto al enunciado, cual es lo que ocurre al advertir que “naide es más que naide”.

No está demás indicar que, en realidad, ambas expresiones son variantes derivadas de otra, a la que se puede adjetivar como “medular”, cual es la que reivindica la necesidad de que todos debamos “ser medidos por la misma vara”.

En lo que a su vez debe verse una manera gráfica de aludir al principio constitucional de “la igualdad de la ley”, un enunciado central en toda sociedad democrática, aún más que el del sufragio universal; el mismo también de por sí valioso y del que nunca debería dejar de contar.

Hasta se podría llegar a decir, para que se comprenda la importancia decisiva de ese principio, que “la igualdad ante la ley” es la única a la que se no se la puede considerar totalmente inviable; ya que en el caso de otras “igualaciones”, muchas veces se da el caso de “diferenciaciones” contraproducentes y hasta insalvables, que las vuelven exclusivamente retóricas.

Cabría aquí hacer referencia, aplicándolo en otro sentido, a la comparación que hace Borges entre argentinos y “orientales”, aludiendo con esto último a los nacidos en la “otra Banda”, en la cual viene a concluir que somos “tan iguales y tan distintos”, que es lo que sucede también en el caso de los seres humanos.

Es que fuera de la igualdad ante la ley – a la que cabe fundar en el hecho que todos los seres humanos merecemos se nos trate “con igual dignidad”, no otra cosa se quiso decir cuando se declaró que “todos los hombres nacen libres e iguales”-, la otra concebible tan solo como meta a la que debe tenderse para volverla siempre más plena, por razones de fraternidad y de justicia” es la de “igualdad de oportunidades iniciales”, que es propósito más fácil de enunciar que de plasmarlo en el plano de los hechos.

Todas estas consideraciones, están motivadas por el revuelo hasta indignado que en muchos ha provocado la presencia de vacunatorios VIP y una reunión social que se llevó a cabo en la residencia presidencial de Olivos, en supuesta transgresión a las restricciones provocadas por la presencia de la pandemia.

Frente a lo cual resulta de interés efectuar algunas consideraciones, que sirvan para establecer hasta qué punto somos “contradictorios” en nuestras apreciaciones, por no ser más severos en el juicio, frente a la habilidad tantas veces demostrada por nuestra parte, al momento de manejar “múltiples varas distintas” en función de diversas circunstancias.

Es así que lo primero que habría que llevar a cabo en un acto de sinceramiento es interrogarse acerca de si en la censura y hasta el repudio que comportamientos de este tipo provocan, nos encontramos ante una reacción frente el hecho de asistir a la utilización de “varas distintas” aplicadas en distintas circunstancias –actitud que en apariencia está fundada en lo que sería el principio de justicia-, o tan solo esa actitud es consecuencia de la frustración que provoca no estar en el lugar de los transgresores aprovechados, o al menos buscar ser también uno de ellos.

A ello se debe agregar la circunstancia de encontrarnos ante una postura que no guarda el sentido de la proporción con otras mucho más escandalosas, las que se da el caso de ni siguiera buscar medirlas con varas distintas, sino que se parte de la base que no hay “nada reprobable que medir”; y que, por eso, el contar con “una vara” se vuelve superfluo.

Todo ello, prescindiendo de hacer referencia a comportamientos que se han “naturalizado” y que, por ende, aparecen como normales, en los que está presente un desembozado nepotismo, el que permanece desnudo a pesar del intento vano de tratar de vestirlo con todo tipo de explicaciones.

Mientras que la única válida – si dejamos de la cínica afirmación que es por la propia casa por donde comienza la caridad, o aquella despojada de cinismo y hasta explicada con una aparente inocencia que incluso cabría considerar ingenuidad, que habla de la necesidad de rodearse de personal de “extrema confianza” como es el caso de cónyuge, hijos y toda suerte de entenados- es esa interesada y persistente inclinación por los “enjuagues” que indirectamente benefician al que se vale de ellos.

La explicación: el contar cada vez con “menos ley” –entendiéndose por esta regla general y permanente- en cuanto la notamos deslizándose, hasta vérsela como una mera hoja de papel, no puede tener otra consecuencia que exista cada vez menos igualdad. O sea, que se vea pulular a los “hijos de Mitre”.

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