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Desde el comienzo de la pandemia, con todo lo que implica entre eso el aislamiento obligatorio devenido es distanciamiento, no dejé un solo día de dar clases, sea por zoom o por meet, cada día en el mismo horario estuve presente para mis alumnos y alumnas, sorteando algunos inconvenientes, grabando las clases, y agradeciendo ese esfuerzo de la Universidad pública que nos venía preparando hace dos años en la educación virtual, que de un día para el otro tuvimos que poner todo en práctica, pero con el acompañamiento de profesionales de primera línea.

Arrancamos esta aventura, con mucha ayuda de los alumnos y alumnas, quienes nos daban ideas, consejos y tips para poder hacer más amena la clase, sumado a la política de la Universidad de la que soy parte de entregar equipos para lograr la conectividad de aquellos que por diversas razones no lo podían hacer. Con lo cual seguíamos avanzando, amoldándonos, innovando y aprendiendo.

Desde este lunes por una actualización en mi computadora se inhabilitó el micrófono, estuvimos una hora con los y las estudiantes tratando, hasta que terminamos usando el celular, y después de una hora de espera y lucha dimos la clase, y esa sensación de alegría de como más de 30 chicos y chicas se quedaron y, entre todos y todas trataban de que podamos dar la clase me embargo de profunda alegría.

Hoy la pc sigue sin andar (entra al técnico esta noche), pero el wifi y los datos andan pésimo, tuve que suspender una clase, y directamente no dar la siguiente, por graves problemas de conectividad, cuando todo el equipo es nuevo, y uno paga por el servicio de internet.

Esa sensación de estar aislado, impedido de dar clases me generó y genera ese sabor amargo de la impotencia, y la frase de una alumna “volvamos a las aulas”, un anhelo que todos tenemos, entendiendo que debemos esperar y cuidarnos.

En el mismo día charlando con uno de mis hermanos al preguntarle cómo le iba en las clases virtuales me comenta que él no podía entrar que no tiene celular, y su pc sin micrófono y sin cámara, y ese mismo sabor de la impotencia ante una brecha digital que nos atraviesa a todos y todas, a los que tenemos los aparatos y a los que no, y un servicio deficiente de internet que se hace tan común que ya ni nos quejamos.

La brecha digital la debemos acortar, debemos mejorar el servicio de conectividad que se transformó en esencial un verdadero servicio público que conmina al estado y a la sociedad para exigir un mejor servicio.

Al mismo tiempo todo este caos del covid- 19 nos obliga a valorar esos encuentros presenciales, ese ida y vuelta de vernos los rostros con los colegas y estudiantes, ese pizarrón que uno utiliza, el borrador que va y viene, la magia de dar clases, la magia de exponerse en primera persona.

Seguramente muy pronto volveremos y este sabor amargo de no haber podido dar clases será un simple recuerdo, tan solo eso.
Fuente: El Entre Ríos.

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