Por una de esas coincidencias, apareció en el desorden de mi biblioteca, un ejemplar de la Revista Cuadernos dirigida por Germán Arciniegas, con destino a los pueblos de habla hispana. La fecha de ese ejemplar es de abril de 1964, y como una especie de homenaje a Francia y su presidente, que nos visitó ese año, contenía un artículo de Jean Lacroix, titulado "El hombre democrático". Su autor fue una personalidad destacada del "Personalismo" francés, filosofía de raíces cristianas y una orientación política hacia una izquierda moderada. Rescato de este trabajo los siguientes párrafos, que valdría la pena considerar ante nuestra penosa realidad política (consciente que esto puede ser una mutilación o una traición).
Se ha dicho y hasta escrito, que la democracia no es asunto de razón, sino de entrañas. Fórmula muy discutible por cierto, pero que exagera o desnaturaliza una idea justa: la democracia, en efecto, no es tanto una ideología, una doctrina, un sistema, como un modo de conducirse con los demás, un estilo de vida personal y social… Pero la democracia es algo que se lleva en sí y consigo: un modo de ser y de situarse en el universo social, una actitud especial con todo lo que ella acarrea en actos y expresiones. El hombre democrático se reconoce en su aire de hombre libre. Un país democrático es un país donde se siente uno tranquilo, donde la atmósfera social es más ligera, en el que cada cual, piense como quiera, disfruta la alegría de vivir, confíeselo o no.
La legitimidad democrática descansa sobre el prestigio inalienable conferido a cada individuo, y de ninguna manera sobre el número de individuos.
El sufragio universal no es el origen, ni aún el criterio esencial de un régimen democrático, sino más bien un efecto y un signo… Así pues no existe democracia sino allí, donde por medios que pueden ser diversos, se reconoce la existencia legal de una minoría cuyos derechos están garantizados. La democracia no puede subsistir sino en un clima de cierta espiritualidad. Una democracia sin espíritu no puede durar mucho tiempo. Significa un esfuerzo para conciliar la humanidad en extensión y la humanidad en comprensión. Y en esto no se opone a la noción de aristocracia, sino que más bien debe hacer de suerte que esa noción se aplique a todos los hombres. La libertad, esa eterna aristocracia de la naturaleza humana, decía el joven Marx.
Ser demócrata es creer que todos los hombres tienen alma.
La idea de la libertad individual está ligada a la tolerancia, y hasta es bajo el aspecto de la tolerancia como la democracia se nos ha ofrecido con frecuencia en un principio. Pero en la historia de la humanidad la tolerancia es rara.
La igualdad democrática no es un hecho, sino un derecho. Y precisamente porque el demócrata es más sensible a todas las desigualdades naturales, es porque pide a la sociedad que las obvie y que establezca una igualdad de probabilidades. La democracia podría definirse como la abolición de una desventaja de partida, esta igualdad de probabilidades constituye para cada hombre su derecho, supone hasta por encima de las desigualdades naturales, una igualdad de naturaleza, en el sentido de igualdad de esencia.
El demócrata es aquel que rechaza el desdén.
Y la gran misión de las democracias occidentales ha sido enseñar a los ciudadanos el respeto a las normas impersonales del derecho, a la fiscalización judicial de todos los actos de la administración y a la sumisión, tan completa como sea posible, de todo poder al derecho.
El papel el derecho es poner la violencia -esa anti-razón, esa anti-justicia- al servicio de la razón y de la justicia. Esta especie de revuelta de violencia contra sí misma en la que consiste la verdadera política, y que es propiamente la democracia, es la obra más admirable de la humanidad, al mismo tiempo que la más difícil.?
Referencia a Jean Lacroix: "El hombre democrático". Cuadernos. Abril 1964 - N° 83. Editada por el Congreso para la Libertad de la Cultura.