Que la recesión haya sido dura para muchos sectores, que la recuperación que se insinúa parezca débil, que la inflación haya bajado, pero cueste verla seguir bajando, que el dólar blue se haya disparado, que el desempleo asome como un problema, y otras cuestiones de la macro que lucen desafiantes podría haber minado esa tolerancia. Sin embargo, las consultas de opinión muestran una fidelidad inquebrantable en la popularidad del Presidente. Es más, probablemente su imagen se haya robustecido luego de la multitudinaria celebración del 9 de julio.
Pocos entienden la complejidad de la situación macroeconómica, y menos aún son los que entienden los detalles con que los analistas ponen paños fríos a los datos de superávit fiscal, baja de la inflación y acumulación de reservas, que en los titulares se ven bien. Como decía un expresidente: estamos mal, pero vamos bien. Esta parece ser la creencia arraigada en la gente.
¿Puede, a pesar de la incertidumbre económica, sostenerse el apoyo a Milei? El paso del tiempo muestra que el aparato de propaganda funciona de maravillas. La figura de Milei ha tomado ribetes casi mesiánicos. Milei no sólo viene a solucionar los problemas de la economía, sino que viene a arreglar los problemas de funcionamiento del país y, sobre todo, a devolvernos el orgullo de ser argentinos. Resume una idea de Nación que habíamos perdido.
Cosas que muchos califican como excentricidades, o directamente locuras, la mayoría (según las encuestas de opinión) las considera como actos sinceros de un hombre que, en lugar de hacer política, busca honestamente devolver a la Argentina el brillo que los mayores añoran y los jóvenes ansían.
He ahí el gran logro de Milei: la gente no detecta que está haciendo política, cuando en realidad tiene detrás un sofisticadísimo aparato que diseña cómo hacerla. Ese aparato ha detectado que el hartazgo popular había tomado múltiples formas: hartazgo con el progresismo, con la malaria económica, con la decadencia moral, con la delincuencia, con la política. Incluso, con la democracia.
Son estos hartazgos los que buscan alimentar Milei y su ejército de troles a diario. El desfile militar es un símbolo, y la multitud que vitoreó a quienes marchaban fue otro: la gente quiere un estado fuerte, pero en un sentido diametralmente opuesto al que propone el progresismo. Quiere más orden y menos asistencialismo; más amor propio y menos tango. Se puede o no estar de acuerdo con estas ideas, pero no se puede negar que, al menos desde un punto de vista egoísta, de mero interés político, Milei dio en la tecla.
Una de las mayores excentricidades del entorno twittero de Milei es la referencia recurrente a un supuesto Imperio Austral, que abarca no sólo nuestro territorio sino todo o parte de alguno de los territorios vecinos.
¿Ridículo? Con ese tipo de ridiculeces, Putin saca de manera recurrente el 90% de los votos. No porque los ciudadanos sean más prósperos, ni únicamente porque esa democracia no es como la que imagina la dirigencia políticamente correcta, sino porque los ciudadanos rusos recuperaron el orgullo de ser rusos. Milei busca recuperar el orgullo de ser argentinos que habíamos perdido. Harían bien los autoproclamados paladines de la democracia en empezar a poner la corrección política a un lado y a enfocarse en que la democracia, hoy, quizás haya empezado a votar a otro tipo de dirigentes. Incluso, quizás, a algunos que podrían en el futuro ser menos democráticos, pero tener más liderazgo para construir una idea de Nación más representativa de la sociedad que dirigen.