Además de haber participado en numerosos salvatajes, este lunes 30 de mayo se cumplen 40 años de un momento simbólico en aquella guerra, en que el coraje de Corsini fue clave: el rescate de un hombre gravemente herido tras el derribo de un helicóptero, donde perdieron la vida siete combatientes, dos de ellos entrerrianos.
“Yo era personal de cuadro en el Batallón de Aviación de Combate 601, en una compañía de helicópteros de asalto”, cuenta en conversación con El Entre Ríos.
“Estaba en Campo de Mayo y fui designado para integrar una tripulación. Lo mejor que me pudo haber pasado fue ser parte del destino que nos tocó a aquellos que pudimos cruzar a las islas. Salimos de Campo de Mayo 40 helicópteros y el 12 de abril pudimos cruzar 19. El resto quedó en el continente, sin lograr romper el bloqueo marítimo que había restringido las operaciones”.
“Inicialmente mi helicóptero estaba designado a una compañía de asalto aéreo. El 13 de abril comenzamos a volar hasta el 18 de junio; el mío fue el último en cumplir misión de vuelo sobre Malvinas. Me tocó ser parte del traslado de los heridos y la recuperación de algunos cuerpos”, agrega.
Una columna de humo a 15 kilómetros
Con las tropas inglesas afianzándose en el territorio de las islas, el domingo 30 de mayo de 1982 se volvió inolvidable para la tripulación de aquel Bell UH 1H del que Carlos Corsini era copiloto.A la altura de Monte Kent, un helicóptero Puma con una patrulla de gendarmes perteneciente al Escuadrón Alacrán, había sido derribado por un misil lanzado por el Servicio Aéreo Especial (SAS) del ejército británico.
“Terminábamos nuestra misión en Monte Harriet y teníamos que volver a Puerto Argentino. Al hacer el viraje, vemos una columna de humo sobre Monte Kent, a unos 15 km”.
“Estábamos bajo fuego de artillería y, en lugar de volver directamente a Puerto Argentino, el comandante Francisco Pancho Ramírez me preguntó qué pensaba. Le dije: ‘Tenemos que ir. Evidentemente esas personas nos necesitaban’. Y así fue”.
“Nos pegamos al piso, que significa volar a 50-60 cm del suelo a 300 km por hora. A medida que nos acercábamos teníamos la certeza de que era una aeronave, aunque todavía no sabíamos cuál”, relata.
“Nos quedaban 10 minutos de combustible remanente. Al llegar, nos dimos cuenta de que la aeronave era nuestra y aterrizamos. Me saqué los cinturones de seguridad y salí corriendo hacia ellos. Uno de los gendarmes –el sargento Pepe- ya estaba afuera, me intercepta y me dice: ‘Los que están adentro ya están muertos’”.
“Iban con una importante carga de municiones, porque una vez que llegaban al punto quedaban aislados. Al impactar, el helicóptero quedó volcado hacia la izquierda y los que estaban de ese lado murieron aplastados por el peso de la carga”, explica Corsini.
“Le pregunto a él y al segundo comandante Santos si había algún herido, y me responden que una persona tenía fracturas expuestas en ambas piernas”. Se trataba de Justo Rufino Guerrero, a quien sus compañeros de vuelo habían logrado rescatar de entre las llamas.
“Cuando lo veo estaba cianótico, al borde de un shock. De mi equipo de supervivencia saco morfina y se la aplico”.
“En nuestro helicóptero quitamos un asiento para sostener sus piernas y nos pusimos camino al hospital de Puerto Argentino, ya con un remanente de combustible extremadamente bajo”. El resto de los sobrevivientes estaban ilesos. “Tres decidieron permanecer ahí, pero nunca les pregunté por qué. Después volvieron a Puerto Argentino y al día siguiente, a la mañana temprano, fueron asignados a otra misión con tanto o mayor riesgo”.
La valentía de Corsini y su grupo fue vital para aquel gendarme al borde de la muerte.
“Gracias a Dios fue asistido y años después me entero que luego de treinta o cuarenta operaciones, pudo salir adelante”.
La baja de esa aeronave le costó la vida a seis combatientes argentinos, entre ellos dos entrerrianos: el Cabo Carlos Misael Pereyra, de Concepción del Uruguay; y el primer alférez Ricardo Julio Sánchez, de Concordia.
Con el deber de no bajar los brazos
Carlos Corsini nació en Buenos Aires pero pasó su infancia en Concordia, de donde son oriundos sus padres.Tenía 21 años y era sargento. Ya con la baja, finalizado el conflicto bélico pasó a volar en compañías petroleras.
Por motivos laborales, hace 7 años volvió a la Capital del Citrus, donde dice quiere pasar el resto de su vida.
- ¿Qué cosas se hicieron bien en la guerra del lado argentino –si considera que hay algo- y qué se hizo mal?
-Evidentemente lo que se hizo bien fue la primera fase de recuperación, que fue perfecta. No solo la operación sino el hermetismo con que se desarrolló. Lo complicado fue la segunda fase. No hubo la suficiente previsión logística y se cometieron errores tácticos.
El saldo positivo fue la hermandad, el factor humano que soslayó y pudo corregir algunas cuestiones que eran insalvables. Hay muchas historias y anécdotas en las que queda destacada la solidaridad, la entrega, dar la vida sin pedir ni reclamar nada.
Nosotros éramos testigos privilegiados de estos actos. Nos queda la obligación de ser las voces de todos aquellos que no tienen voz. -¿Esta hermandad y solidaridad se dio únicamente entre argentinos o también con los británicos?
-Entre los argentinos. En este último tiempo se ha generado una sensación de que el inglés nos viene a visitar y que tenemos que sentarnos a sociabilizar. Pero con el enemigo no se sociabiliza; con el enemigo se parlamenta. No se han solucionado los problemas por los cuales muchos dieron su vida.
-¿Piensa que es posible recuperar Malvinas? Y en caso de que la respuesta sea afirmativa, ¿por qué vía?
-La vía armada es la última por la que cualquier nación tiene que optar, pero Argentina está en una situación de desventaja social y estructural.
A la luz de los acontecimientos, Malvinas están cada vez más lejanas, porque tenemos problemas internos que son mucho más acuciantes. Sin un orden ni una unidad de criterio es difícil aspirar a recuperarlas.
-Desde que comenzó la democracia, ¿algún gobierno valoró lo que fue la gesta de Malvinas reivindicando a los excombatientes?
-El 16 de marzo fuimos Buenos Aires a reclamar para sentarnos a pensar y generar un nuevo diseño de atención médica, que después de 40 años no hemos logrado estructurar.
¿Sabés cómo nos recibieron? Con la Policía. Y fuimos tratados como barrabravas.
Esto no pasa por una cuestión partidaria, porque a la estructura política nunca se le cayó una idea hacia nosotros. Si hoy tenemos algún tipo de consideraciones, es porque nosotros las impulsamos; nada fue de carácter espontáneo.
Para los 40 años esperábamos el desfile. Que nuestras autoridades tengan una visión más amplia para nosotros, y si no impulsáramos en cada una de las provincias y los municipios, hoy no tendríamos nada.
Como contrapartida. Nos hace fuerte nuestra sociedad, cuando íbamos caminando por Av. Corrientes, hacia PAMI, la gente salía a los balcones a aplaudirnos. Pero cuando llegamos al lugar nos trataron como delincuentes, y solo éramos unos viejos de 60 años, que no generábamos peligro para nadie.
Nuestro deber es no bajar los brazos porque tenemos que dar el ejemplo y trascender.
Si hoy Malvinas está en la agenda política, es porque no la dejamos caer. Durante los 10 primeros años Malvinas fue un silencio sepulcral, nadie hablaba porque éramos responsables de una derrota. Y lo seguimos siendo, pero no somos culpables. En todos los ámbitos de la vida la derrota es huérfana.