Pero resulta que empecé a escarbar en el asunto y, si bien no llegué a encontrar petróleo ni tampoco pepitas de oro, me llevó a reflexionar sobre los desafíos humanos que afrontan quienes nos gobiernan. En especial, los enormes cambios que conlleva para su vida y para la de sus familiares y amigos asumir tan alta responsabilidad, que no perdona fines de semana ni feriados; es 24/7, como se dice ahora.
El desprestigio de la política seguro lleva a que nos cueste imaginar esos otros desafíos –además de los propios de la gestión- que afrontan quienes deben conducir la cosa pública. En especial, cuán difícil se vuelve no perder la brújula de la propia vida.
Para tomar decisiones acertadas, para que el poder no maree ni emborrache, para que “los humos no se suban a la cabeza”, hacen falta muchos “intangibles”, de esos que aportan “estabilidad”, cual invisibles cimientos de una casa. Por ejemplo: contar con sólidos vínculos con los íntimos, con la familia; tener amistades que contengan y que ayuden sin obsecuencias; hacerse de los tiempos necesarios para que inquietudes artísticas, deportivas e incluso religiosas no se pierdan en el camino, puesto que de ellas dependen que no se atrofien dimensiones de la persona que, si se descuidan, todo se derrumba.
No es casual que las empresas líderes del mundo tengan políticas de personal que procuran un ambiente humano contenedor. Saben que el rendimiento, la creatividad, la iniciativa, la fortaleza para soportar presiones, la eficiencia, dependen en gran medida de esa contención.
Lejos de mi ánimo ponerme en juez de nadie. Los años que llevo interactuando desde el periodismo con los dirigentes me permitieron asomarme a esos pliegues de sus vidas que no están en la vidriera, que no son públicos ni deben serlo. ¡Cuántos matrimonios que no sobrevivieron a ese 24/7! ¡Cuántos que vieron resentir su salud ante el exceso de stress! ¡Cuántas crisis emocionales e incluso espirituales, apenas disimuladas ante la ciudadanía! ¡Cuántos que, cuanto más arriba escalaban, desde lo alto veían desmoronarse las bases de su historia personal y hasta de su identidad! Queriendo ganar el mundo, perdieron las riendas de la propia existencia.
En tiempos de tanta ira, donde está en boga la condena fácil al otro -y más aún si ese otro es político y si el que se erige en juez lo hace desde el anonimato de una cuenta falsa en las redes sociales-, imagino frases del estilo “que se jodan, para qué se metieron”, “se merecen todo lo malo que les ocurra”, “que paguen de alguna manera por todo lo que se robaron”, “no son humanos, son casta y tienen que desaparecer”, “que se pudran ellos y hasta sus hijos”, etc., etc. Son todas sentencias surgidas del odio y de las generalizaciones, como tales siempre injustas.
El que recién llega a la política, durante la “luna de miel” escapa a tales condenas facilistas e impiadosas. Pero bastará el transcurrir de algunos meses para que también el “nuevo”, ese que llegó simbolizando el “cambio”, empiece a ser juzgado con la misma desmesura, con la misma saña. Lidiar con tamaña incomprensión lo pondrá a prueba, tanto a él como a sus más cercanos. Que tenga un “espacio humano” que no se resquebraje, capaz de acogerlo y acompañarlo, en las buenas y en las malas, resulta indispensable.
¿Y qué tiene que ver todo este divague con Azcué y el acordeón? Nada quizás. O mucho, tal vez. Si al nuevo intendente de Concordia le hace bien la música, para la que tiene reconocidos talentos, ojalá pueda hacerse algún tiempito, de vez en cuando, para seguir acariciando la botonera y estirando el fuelle del acordeón. Del mismo modo en que siempre me pareció adecuado que Enrique Cresto pudiera, también de vez en cuando, participar de alguna competencia deportiva, de esas que son su pasión. O que Gustavo Bordet fuera a algún concurso de pesca con devolución.
El acordeón, el maratón, una salida en familia o a pescar, una reunión de padres en la escuela, llevar o ir a buscar los chicos al colegio, alguna celebración religiosa, puede que terminen resultando “cuestión de Estado”, en tanto y en cuanto contribuyan a que nuestros gobernantes no pierdan el rumbo en medio de las tentaciones de toda clase que suelen venir añadidas a cualquier poder.